Epílogo

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Las pequeñas gotas de lluvia caían lentamente sobre toda la ciudad de Seúl, como si el cielo llorara en sintonía con el viento que soplaba de manera implacable, envolviendo todo en una melancolía sombría. La ciudad entera parecía sumergida en una vasta, oscura y triste atmósfera, como si la misma naturaleza hubiera decidido acompañar el duelo que resonaba en el corazón de aquellos que caminaban bajo su manto gris.

A las afueras de la ciudad, lejos del bullicio, un joven pelinegro permanecía inmóvil frente a una tumba solitaria. El viento alborotaba sus cabellos oscuros, enmarcando su rostro en una belleza etérea, aunque vacía de toda emoción. Su expresión era neutra, su mirada perdida, como si la escena que presenciaba no fuera más que una constante repetición de un dolor ya conocido. No había tristeza aparente en su semblante, solo un vacío insondable.

De sus delgados y rojizos labios, un delgado hilo de humo escapaba lentamente, fruto del cigarro que había encendido hacía apenas diez segundos. Sin embargo, el cigarro no le ofrecía el consuelo que solía brindar; su sabor era tan insípido como el aire que lo rodeaba. No le importaban las miradas de desaprobación de las pocas personas que se cruzaban con él, sus juicios eran insignificantes en comparación con el peso de sus propios pensamientos.

Suspiró una vez más, expulsando el humo como si con él intentara liberar el peso de su pecho, aunque sin éxito. Tiró el cigarro al suelo, aplastándolo bajo la punta de su zapato, y luego metió las manos en los bolsillos de su pantalón. A pesar de los guantes y el abrigo que llevaba, el frío comenzaba a colarse en su cuerpo, un frío que no solo venía del exterior, sino de algo mucho más profundo.

Alzó la vista hacia el cielo, que comenzaba a oscurecerse aún más, indicio de que una tormenta se aproximaba. Al bajar la mirada de nuevo hacia la tumba, notó que estaba descuidada, cubierta de polvo y sin flores. A su alrededor, otras personas llevaban ramos, algunos incluso lloraban desconsoladamente. Pero él no. No era de esos que expresaban su dolor de manera visible. Después de lo sucedido, había dejado de llorar; solo una vez en su vida había derramado lágrimas, y para los tipos como él, eso era todo lo que se permitía.

—Mira dónde estás ahora. —murmuró, con voz baja y distante, no porque estuviera dolido, sino porque así era su forma de lidiar con la pérdida.

Después de lo que pareció una eternidad, desvió la mirada de la tumba y dio media vuelta, dispuesto a marcharse. Sin embargo, justo cuando se disponía a irse, una voz lo detuvo. Se detuvo en seco y una pequeña sonrisa curvó sus labios. Se giró lentamente, encontrándose cara a cara con un rostro familiar, uno que no había visto en años. Caminó hacia él con pasos lentos, quedando lo suficientemente cerca como para reconocerse mutuamente, pero manteniendo una distancia que consideraba prudente.

Ambos se miraron en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido entre ellos. Parecía como si siglos hubieran pasado desde la última vez que estuvieron tan cerca. Examinaron el rostro del otro, buscando cambios, aunque a la vez sabían que lo esencial en ellos seguía siendo el mismo.

El recién llegado, contrario al pelinegro, se acercó un poco más, invadiendo su espacio personal sin reparo. Sin decir nada, abrió el paraguas que llevaba, cubriéndolos a ambos bajo su amplio resguardo. Mientras las gotas de lluvia golpeaban el paraguas, ambos se miraron a los ojos. Una sonrisa juguetona se formó en los labios del recién llegado, una sonrisa que el pelinegro trataba de descifrar.

—Ha pasado mucho tiempo. —dijo el recién llegado, con la mirada fija en la tumba.

—Lo mismo digo. —respondió el pelinegro, dejando escapar un suspiro.

—¿Caminamos? —preguntó suavemente, ofreciendo un pequeño gesto con la cabeza.

—Por supuesto. —respondió él, con una ligera inclinación de cabeza.

Sin decir más, comenzaron a caminar bajo el paraguas en silencio. Las gotas de lluvia caían con más fuerza ahora, y el viento las empujaba en todas direcciones. Mientras otras personas corrían para refugiarse del aguacero o abrían sus paraguas, ellos continuaban su paso tranquilo, sin prisa. El silencio que compartían era pesado, pero no incómodo. Era el tipo de silencio que solo pueden compartir quienes han vivido demasiado juntos, un silencio que hablaba más que las palabras.

Cuando llegaron al automóvil del pelinegro, ambos entraron rápidamente, y él encendió la calefacción para calentarse. A pesar del paraguas, el viento los había mojado ligeramente, y el calor del coche fue un alivio inmediato. Sin embargo, dentro del auto, el silencio que compartían comenzó a sentirse más incómodo a medida que pasaban los minutos.

Finalmente, el recién llegado rompió el silencio, con una sonrisa juguetona en su rostro.

—¿Me extrañaste, hyung? —preguntó, dejando que una pequeña risa escapara de sus labios.

El pelinegro, sin perder su calma, lo miró de reojo antes de responder.

—Siempre, Jiminnie. —dijo, su voz suave, pero sincera.

Las palabras flotaron en el aire entre ellos, cargadas de emociones no dichas, de recuerdos compartidos y del lazo inquebrantable que, a pesar de los años y la distancia, aun los unía. Ambos se miraron de nuevo, y en ese instante, parecía como si todo el peso de los años se hubiera desvanecido. El mundo exterior, con su lluvia y oscuridad, se desdibujaba a su alrededor, dejando solo el calor que compartían en ese pequeño espacio.

El calor que emanaba de la calefacción del coche comenzaba a disipar el frío que ambos llevaban encima, pero no alcanzaba a aliviar el peso de la conversación pendiente. A pesar de la sonrisa de Jimin y la calma aparente de Yoongi, ambos sabían qué había mucho más que decir. La lluvia seguía golpeando las ventanas, creando un suave ritmo que llenaba el silencio entre ellos.

Yoongi, con las manos aún en el volante, miró de reojo a Jimin, notando cómo el reflejo de las gotas que resbalaban por el cristal iluminaba su rostro en suaves destellos. Había algo en él que siempre lo hacía parecer más joven, más inocente, aunque Yoongi sabía que esa apariencia ocultaba cicatrices más profundas de lo que cualquiera podría imaginar.

—No pensé que te volvería a ver. —confesó Jimin de repente, con una sinceridad que lo tomó por sorpresa, incluso a él mismo.

Yoongi lo miró, y aunque su rostro seguía inmutable, sus ojos reflejaban un entendimiento profundo.

—Yo tampoco. —admitió. —Pero tal vez, tal vez siempre hemos sabido que, de alguna manera, volveríamos a encontrarnos. —suspiro. —Como si algo nos empujara a estar en el mismo lugar, en el mismo momento, no importa cuán lejos nos alejemos.

Jimin sonrió ligeramente, y esta vez la sonrisa no era de juego, sino de resignación y aceptación.

—Quizás siempre estuvimos destinados a encontrarnos, una y otra vez.

Demon [Y.M][#1][✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora