Muerte y una promesa

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   Año 1847. Invasión del ejército estadounidense a territorio mexicano. Cercanías al castillo de Chapultepec.

La lluvia no daba indicios de querer detenerse y, el cansancio por haber estado días en vela y, con una alimentación mínima, provocaba que las decenas de soldados, resguardados sobre unos árboles de copa ancha, mostrarán una expresión de fatiga.

  —Entonces Gus ¿Por fin hablarás con su padre cuando termine la guerra? —Preguntó un joven carismático, de estatura baja y sonrisa de niño.

Gustavo Montes era todavía un cadete cuando estalló la guerra, por lo que su apariencia juvenil y expresión inocente era algo natural, solo tenía 16 años.

  —¿Cuándo termine? —Lo miró con ojos juguetones—. Supongo que si —Abrió el relicario de su cuello y observó la foto de una joven dama, con una sonrisa sutil y un peinado conservador—. Solo espero que me acepte, por qué si debo ser sincero, la amo demasiado. —Héctor sonrió de alegría, estaba muy feliz por su amigo.

  —Por eso hay que demostrar nuestras habilidades en las próximas batallas, si lo hacemos bien, podemos ascender de rango y, en un futuro hasta podemos ganar tierras ¿Te lo imaginas, Gus? —Miró al horizonte—, sería algo grandioso.

  —Muy grandioso, Héctor, muy grandioso. —Repitió con un tono nostálgico.

El trote de un caballo despertó a los soldados y reclutas, parándose casi al instante y colocando una posición de firmes.

  —¡General! —Hicieron el saludo militar.

  —Descansen —Dijo el hombre de mirada dura—. Escuadrón Águila, vengo con malas noticias, los malditos invasores han llegado. Debemos partir ahora.

Las expresiones cambiaron en el rostro de los soldados y reclutas, los más jóvenes mostrándose entusiasmados, mientras que los veteranos mostraban una expresión lúgubre, sabían lo que se aproximaba y, no estaban mentalmente preparados.

  —Recojan todo y, vámonos. —Ordenó el hombre a caballo.

El sonido de detonaciones y disparos eran ensordecedores, la tierra se levantaba y, el suelo vibraba, mientras que los cuerpos de los jóvenes caían inertes, con el beso de la Diosa de la muerte en sus frentes.

   —¡Por un México libre! —Gritó uno de los generales.

  —¡Por un México libre! —Repitieron los soldados.

  —¡¡Por la victoria!! —Gritó el general.

  —¡¡Por la victoria!!

Las decenas de soldados corrieron con su mosquete y bayoneta en mano, sus rostros mostraban lo determinados que estaban, no estaban dispuestos a ver su tierra manchada por las traicioneras manos de los invasores.

  —¡Vamos Gus! ¡Hay que matar a esos malditos gringos! —Gustavo sonrió y asintió.

El tiempo pasó y, el silencio se presentó en los alrededores, ya no se escuchaban detonaciones, ni disparos, solo el continuo ruido de la lluvia y, los gemidos de dolor de algunos soldados.

  —Héctor... Héctor —Dijo Gustavo en voz baja, su uniforme estaba manchado en sangre, al igual que parte de su rostro. Al lado de él, se encontraba el cuerpo sin vida de su amigo, el cual había sido perforado varias veces por armas estadounidenses—... responde, recuerda lo que prometimos... seríamos generales y, nuestra familia viviría bien... —Su mirada iba perdiendo vida.

Se escucharon pasos irregulares acercarse, Gustavo quiso observar, pero le fue imposible, apenas si podía moverse y, menos voltear. Cinco sombras humanas cubrieron su cuerpo, al deducir de quién eran las siluetas, una mueca de insatisfacción se dibujó en su rostro.

  —Here's another one.

  —Kill him. —Ordenó uno de los soldados Estadunidenses.

Gustavo los miró a los ojos, mostrando su furia y rencor que tenía por aquellos que le habían arrebatado todo.

  —Púdranse... malditos...

Sin ningún aviso, la bayoneta del arma enemiga perforó su corazón, siendo asesinado al instante. Su mano se abrió y, liberó el relicario que antes había estado en su cuello.

°°°
"No lo olvides..."

Una voz antigua sonó repentinamente.
°°°

  —¡Eh! ¿No estoy muerto? —Levantó su torso de repente y, comenzó a respirar con rapidez. Se tocó su cuerpo extrañado, dándose cuenta de que no se encontraba herido, por lo que lo primero que se cruzó por su cabeza, era que todo lo que había experimentado en batalla había sido un sueño, pero rápidamente desechó aquella idea, percibiendo que su uniforme de cadete poseía sangre, por lo que se sintió más confundido—. ¿Qué es lo que está pasando? —Se preguntó y, observó a sus alrededores, para su sorpresa, todo lo que veía era un frondoso bosque, pero uno completamente extraño, pues nunca en su vida había visto árboles con hojas moradas, ni rosas, además que los pájaros que sobrevolaban el cielo, eran gigantes a comparación de los que él conocía.

El gruñido de una bestia llegó a sus oídos, su respiración se aceleró, levantando su cuerpo con rapidez para no ser agarrado por sorpresa y, al observar lo que estaba enfrente de él, sus pupilas se dilataron, el sudor apareció en su espalda y, sus piernas temblaron. A unos diez pasos, se encontraba un lobo de unos dos metros de alto, observándolo como si estuviera sonriendo.

El lobo se abalanzó hacia el joven con las fauces abiertas, claramente tenía la intención de volverlo su comida. Gustavo levantó sus manos para protegerse, apuntando su palma al feroz animal, de repente y por absurdo que pareciera, una gigantesca bola de fuego emergió de su palma, dirigiéndose con rapidez hacia el enemigo. Al instante lo envolvió, convirtiéndolo en cenizas.

  —¡Eh! —Miró su palma confundido—. ¿Qué es lo que ha pasado?

El hijo de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora