El corazón de una mujer

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  Gustavo bajó los escalones con el ceño fruncido, se sentía insultado, no podía comprender cuál era el beneficio de señalarlo como un traidor, después de todo, apenas si salía de la mansión de los Cuyu, prácticamente su vida en la ciudad constaba de estar en la mazmorra, la mansión de la familia Cuyu y el edificio del gremio, ni siquiera había tenido tiempo para hacerse enemigos.

Los muros quedaron atrás, entrando nuevamente a la ciudad, por momentos las llamas salían de sus dedos, era la única manera de sacar su malestar, sin embargo, una de esas llamas se tornó negra, cosa que desconcertó al joven.

  —¡Señor Gustoc! —Gritó una dama.

Gustavo dejó de analizar sus dedos y alzó la mirada, al ver la propietaria de aquella angelical voz, sonrió de una manera suave, sin embargo, la fémina no estaba para nada alegre, poseía un semi ceño fruncido y una expresión de seudo enojo.

  —Dama Cuyu.

Wityer saltó y volvió al hombro de su compañero.

  —¿En dónde ha estado todo este tiempo? —Preguntó en un tono alto.

Gustavo guardó silencio por un momento, se sentía algo extraño, pues cuando observaba a la dama, podía ver a su amada, algo que hizo que negara con la cabeza, no se sentía muy cómodo pensado ello.

  —No quiero hablar sobre eso en este lugar. —Alzó la vista y notó a un rastreador arriba de un edificio. Amaris lo miró y luego de un momento asintió.

  —Bien, pero no quiero que me mienta.

  —¡Señor Gus! —Mientras la pareja de jóvenes caminaba, una voz femenina interrumpió su caminata.

  —Señora Frecsil. —Dijo en un tono alegre, pero al notar su mirada, entendió que algo malo pasaba.

  —¿Por qué desapareció repentinamente? —Preguntó molesta.

  —¿Qué hace aquí, señora administradora? —Preguntó Amaris con una expresión seria.

Las damas se observaron por un largo tiempo, Gustavo sabía que debía terminar con aquel acto, por lo que habló.

  —Hablemos en un lugar tranquilo. —Las damas asintieron, desviando la mirada de una de la otra.

El joven y compañía llegaron a lo que parecía era un restaurante de alta clase, de hermosos acabados y finas decoraciones. Guiados por Amaris, entraron al recinto, donde se encontraron con una amable joven, que los guió a una mesa en el segundo piso, donde todo era más silencioso y tranquilo.

  —La especialidad de nuestro comedor es: la gallina en caldo rojo, o, si es un amante de los vegetales, podemos ofrecerles una variedad de ensaladas, con guarnición de especias líquidas, pero también... —Gustavo casi babeó su ropa, la primera especialidad se le había antojado, por lo que no dudo en pedirla.

  —Gallina por favor. —Interrumpió.

  —Yo solo deseo un té de hierbas. —Dijo Frecsil con un tono tranquilo.

  —Yo igual, solo té. —La amable señorita asintió y se retiró de la sala.

  —Ahora sí, no nos oculte nada y explique la razón de su desaparición. —Dijo la administradora con un tono serio.

  —Claro, pero antes, me gustaría hacerle una pregunta, señora Frecsil ¿Cómo se enteró de mi llegada? —La dama se sonrojó ligeramente y, bajó la mirada como una jovencita.

  —Me informó un soldado. —Gustavo asintió.

  —¿Le informó por casualidad, o tenía órdenes de hacerlo si me veía? —Preguntó con una mirada seria, una que extrañó a las dos damas.

  —Tenía órdenes —Lo miró a los ojos—, señor Gus ¿Está enojado conmigo? —Gustavo resopló y negó con la cabeza.

  —El día de hoy me tacharon como traidor y, quiero saber quién fue la persona detrás de aquella acusación.

  —Usted —Sus labios temblaron—... ¿Usted piensa mal de mí? ¡¿Cómo se atreve?! —Se colocó de pie con los ojos húmedos, disponiéndose a irse, sin embargo, su brazo fue atrapado por el joven, quién la miró con una expresión de culpa.

  —Lo lamento, no quise decir aquellas palabras, tengo una gran furia dentro de mi corazón... Por favor, discúlpeme. —Frecsil lo miró con una expresión complicada, sentía un ligero calor en su pecho al ver aquella mirada, pero también se sentía algo triste por las anteriores palabras del joven.

  —Yo puedo aclarar su duda —Dijo Amaris repentinamente. Gustavo dejó de agarrar el brazo de Frecsil, observando a la dama con seriedad—. Para responderle con simpleza, la única autoridad que puede acusar a un individuo de su categoría, sería la familia Besdet, aunque son una familia noble de tercera clase, el poder que tienen en la ciudad Agucris es absoluto, por lo que son los únicos que me vienen a la mente para hacer un acto así. —Explicó con calma.

Gustavo asintió, se había olvidado por completo del pretendiente de la dama Cuyu y, si había hecho un enemigo, él sería el único dispuesto a enfrentarlo, que mala decisión, pensó.

  —(No pudo ganarme en fuerza, por lo que optó manchar mi reputación) —Sonrió repentinamente con malicia, no era una persona vengativa, pero no dudaría en hacerle daño a aquellos que lanzaron el primer golpe.

  —Señor Gustoc, usted es un hombre fuerte, tanto que puede escapar de mi percepción e irse. —Dijo con un tono y mirada complicada.

Gustavo dejó de planificar su siguiente movimiento y volvió al presente, donde se dio cuenta que la plática había vuelto para acusarlo de abandono.

  —Damas, debo decir que no fue mi intención irme sin despedirme...

  —Entonces ¿Por qué se fue? —Preguntó Frecsil con un tono bajo, el joven había destruido su armadura de mujer fuerte, ahora solo quedaba una dama dócil en la mesa, una que se preocupaba y experimentaba muchas emociones complicadas.

El joven suspiró, sabía que lo que estaba por decir era muy extraño, pero aun así les debía una explicación a las dos mujeres, ya que habían sido sus pilares para entender el nuevo mundo cuando recién llegó.

  —Esto fue lo que ocurrió...

Con calma comenzó a relatar por completo los hechos después de haber entrado a la manifestación energética, les comentó sobre los singulares individuos, de los lugares hermosos, sobre los hombres de túnica y, de las hermosas y espectaculares construcciones dentro de la villa, solo omitió el hecho de que era el joven de su profecía y, de la historia de la batalla entre Dioses y los señores oscuros, además de la verdadera identidad de su lobo.

  —Ha pasado por mucho. —Dijo Frecsil con un tono cálido, ya había tranquilizado su corazón.

  —Demasiado extraño, no sé quiénes son esas personas del bosque, ni donde se encuentran —Sonrió Amaris—, cada día me ayuda a darme cuenta que el mundo es demasiado extenso.

  —Aquí tienen sus platillos. —Dijo la jovencita amable con una charola en sus manos, mientras colocaba los respectivos recipientes en la mesa.

  —Gracias. —Agradeció el joven con una sonrisa. Algo que hizo que las damas fruncieran el ceño con molestia.

Gustavo no miró a las damas, pues su mirada fue atrapada por la jugosa carne en el plato extendido, sonrió y, con alegría comenzó a degustar su comida.

El hijo de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora