Tesoros y escándalo

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  Frente al joven, dos puertas inmensas e imponentes hacían su aparición, al lado de la entrada, se encontraba un anciano de ojos filosos y sonrisa astuta.

  —Abre las puertas, Dgin. —Ordenó la mujer.

El anciano asintió, guio su cuerpo a la entrada y, con su palma las empujó, el suave empuje logró su cometido, pues las pesadas puertas se abrieron lentamente. Gustavo observó admirado, podía intuir lo pesadas que eran aquellas puertas, por lo que, al mirar de vuelta al anciano, una interrogante apareció en su cabeza ¿Qué tan fuerte era?

  —Después de usted, señora. —Dijo Gustavo.

La dama sonrió débilmente y, con calma entró a la sala del tesoro. El cuarto era enorme, largo y ancho, con estantes por todas partes, habían: armas de todas las clases; armaduras ligeras, pesadas, de materiales exóticos; orbes grandes y pequeños, de colores extraños y vivos; túnicas mágicas; herramientas y objetos mágicos; etc. Gustavo no podía apreciar la magnífica vista, aunque estaba sorprendido por las armaduras extrañas y las armas grandes, fue solo eso, al parecer todavía no había aprendido a sentir la energía de los artefactos mágicos, por lo que no podía maravillarse con el imponente poder de la sala.

  —Estos tesoros han estado guardados en nuestro gremio desde que fue creado hace más de trescientos años, se han perdido algunos y, hemos encontrado nuevos, pero son demasiado valiosos para ponerlos en venta —Lo observó, su mirada demostraba lo apenada que estaba—, pero por usted, haremos una excepción el día de hoy. Así que, por favor, escoja uno que le agrade. —Gustavo asintió, no se sentía muy bendecido por la oportunidad, pero no deseaba rechazar la buena voluntad de la dama.

Se acercó a los estantes y, buscó algo que le agradara. Había espadas con hojas de fuego o hielo, arcos que no necesitaban flechas, pues al estirarlos creaban las propias con energía pura, habían armaduras de materiales tan resistentes como el propio titanio, pero nada de eso le llamó la atención. Siguió buscando sin ganas, hasta que sus ojos fueron atrapados por un pequeño brazalete plateado, con un tallado perfecto de un lobo. No sabía porque, pero sentía que aquella cosa lo llamaba, era un sentimiento extraño, pero sentía cierta familiaridad con el brazalete.

  —Deseo esto. —Lo tomó un segundo después.

La mujer se acercó y, observó el objeto que había tomado el joven, pero al analizarlo, se dio cuenta que el brazalete no poseía energía mágica, era como si fuera un simple accesorio para adornar la muñeca, por lo que miró con duda al joven, pero al ver su sonrisa convencida, entendió que no deseaba otra cosa aparte del libro de la historia de los cinco continentes.

  —Pruébatelo. —Dijo, intentado ver si así el brazalete desprendía algo maravilloso, después de todo, estaba en el salón del tesoro, por lo que debía ser algo valioso.

Gustavo asintió con una sonrisa tranquila y, con calma se lo colocó en su muñeca derecha, el objeto tenía las dimensiones perfectas para el carpo de su mano, era como si estuviera destinando a qué lo poseyera.

  —¿Te sientes diferente? —Preguntó curiosa.

  —No —Dijo mirando su nuevo accesorio—, pero me gusta mucho.

  —Me alegra escucharlo. Entonces regresemos al primer piso, es posible que tú identificación ya esté lista.

El hombre y la mujer salieron de la sala del tesoro, el anciano caminó lentamente a la entrada, sus manos se acercaron a las puertas y, sin esfuerzo, las cerró.

Los dos llegaron en unos pocos minutos a la sala principal del gremio, haciendo sus apariciones con expresiones solemnes. Todos en la sala se quedaron mirando al joven por unos segundos, su rostro se les hacía familiar, pero aquello no era importante, lo verdaderamente importante era que estaba con la guerrera de siete estrellas y administradora del gremio: Frecsil Anturi.

El hijo de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora