El hijo de Dios

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  La salamandra salió volando un par de metros, su piel se oscureció por la cruel explosión, pero fuera de eso, todo el daño fue superficial.

  —¡¡Serzo!! —Gritó Letion con un profundo dolor, las lágrimas caían de sus mejillas, mientras que sus brazos temblaban.

Sin importarle nada, levantó su bastón y conjuró su hechizo más poderoso, su cara se fue tornando pálida, el hechizo comenzó a drenar su energía como una voraz sanguijuela. A los pies del mago, el hielo comenzó a ganar terreno, bajando la temperatura en un instante. Como una rápida serpiente una línea blanca gélida se aproximó al cuerpo de la salamandra gigante, quién combatía cuerpo a cuerpo con el esqueleto y la líder de expedición. Al tocar su cuerpo, provocó que sus extremidades comenzarán a congelarse. El enorme anfibio se movió con fuerza, intentando librarse del poderoso agarre de la energía glacial. Guardián aprovechó la distracción del enorme monstruo para rebanarle su cola, de un solo tajo la separó de su cuerpo y, con suma rapidez intentó apuñalarla, sin embargo, la salamandra gigante había entrado en un frenesí de locura, moviéndose como un toro salvaje. Con la fuerza de su ira logró quebrar el hielo de tres de sus piernas, pero al querer librarse por completo, hizo que su cuarta extremidad congelada se rompiera en cientos de pedazos. Cayó al suelo y abrió su hocico, mirando con una intensa furia al mago que lo había humillado y, con todo su poder, lanzó una poderosa ráfaga de fuego. Letion cayó de rodillas, pálido y delgado como un esqueleto, ya no tenía la fuerza para evadir el ataque que se dirigía a él y, en realidad no poseía intención de hacerlo, su buen amigo había muerto, aquel que había caminado a su lado desde sus primeros días de explorador de mazmorra, aquel que lo acompañó cuando sufrió la pérdida de su esposa e hija, aquel que lo había rescatado de los tentáculos del maldito pulpo que se escondía en el sexto piso, aquel que le había dado fuerzas para vivir en más de un día, pero ahora, ese hombre había desaparecido y, el único pensamiento que tenía era que deseaba acompañarlo en su viaje al salón de los héroes.

  —¡Mago Letion! —Gritó Amaris, convirtiéndose en un relámpago para salvar al hombre de túnica.

La ráfaga de fuego pasó justo detrás de ella, calentando su espalda.

  —Gracias... Heroína Amaris... —Dijo Letion con un tono bajo, casi inaudible, sus ojos se cerraron, mientras que su respiración se fue apagando.

El hombre ya había roto su hilo de vida, aunque los mejores magos sanadores del mundo estuvieran presentes, no podrían salvarlo.

  —Qué los Dioses te acepten. —Dijo en ceremonia al notar que ya no podía hacer nada.

Se levantó con calma y observó a la salamandra gigante. El depósito interno de su energía mágica estaba por debajo de la media, ya no podía permitirse lanzar hechizos consecutivamente, debía atacar más sabiamente, o terminaría acorralada.

La sangre salía de su boca, tenía su brazo izquierdo fracturado, pero aún así atacaba sin importarle nada. Gustavo cayó una vez más al suelo, su ropa estaba hecha un desastre y su armadura estaba a pocos instantes de perder por completo su durabilidad, pero aún con todo en contra, su voluntad no flaqueó. El hombre reptil cayó de rodillas, la sangre se derramaba de una parte de su pecho, mientras que sus ojos estaban consumidos por la ira. Gustavo se puso de pie una vez más, tambaleándose para no perder el equilibrio, abrió una de sus pócimas de vitalidad y la bebió, la sensibilidad volvió a su brazo, al igual que el dolor, frunció el ceño y resistió, necesitaba ambas manos para hacer un corte profundo, por lo que no le importaba soportar la intensa molestia.

  —¡Morirás! —Gritó, abalanzándose sin dudas en su mente.

El hombre reptil se colocó de pie una vez más, enfrentando con su poderoso cuerpo al joven de cabellos desordenados. Gustavo levantó su sable, intentando hacer un corte vertical, la hoja bajó a una velocidad impresionante, sin embargo, no logró su cometido. El hombre reptil esquivó con agilidad, dio media vuelta, preparándose para asestar un poderoso golpe con su cola llena de pinchos, el joven apretó los dientes, endureciendo su cuerpo ante el inminente golpe, la cola larga y gruesa golpeó sus costillas, desequilibrándolo y arrojándolo a besar el suelo una vez más. Gimió y con la ayuda de su sable se colocó nuevamente de pie, el dolor era insoportable, pero debía ser fuerte, no podía flaquear, pues todavía tenía promesas por cumplir.

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