Una situación peligrosa

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  —¡Oh, Señor Oscuro! —Dijo un hombre de túnica negra, con un tono de voz lúgubre, mientras que en sus manos sostenía una daga larga— Que habita entre los mortales y roba su energía, que concede nuestros deseos a base de sangre. Por favor, acepta esta ofrenda de tus humildes servidores. —Levantó la daga y apuñaló hacía abajo. Al levantar la hoja el joven notó que estaba teñida de rojo, con pequeñas gotas de aquel líquido espeso derramándose.

Gustavo no podía observar con claridad que era lo que pasaba, ya que aparte del hombre de la daga, se encontraban cinco individuos de túnica negra rodeándole. Fue entonces cuando uno de ellos se movió a la derecha, notando una escena grotesca y repulsiva. Encima de una piedra ceremonial (una roca lisa en forma de cama) una joven de tez blanca descansaba inerte, con el pecho abierto y su vestido blanco manchado en sangre.

  —Malditos. —Dijo en voz baja, no entendía de dónde salía su furia y, no quería saberlo, ahora no tenía el tiempo para meditarlo.

El hombre de la túnica se detuvo repentinamente de su acto ceremonial y, con una mirada que podía desnudar el alma, observó al lugar dónde se encontraba Gustavo. Bajó su capucha lentamente y, dejó a relucir su verdadera apariencia. Era un cadáver andante, con la piel putrefacta y orbes rojos como los iris de sus ojos, dónde solo estaban las cuencas. La parte superior de su cabeza todavía poseía unos cuantos cabellos, pero ya nada de piel, era solo un cráneo blanco oscurecido. Al notar aquella poderosa mirada, apretó la empuñadura de su sable, sentía un ligero dolor de cabeza, era como si alguien intentara entrar, pero tan pronto como se intensificó el dolor, desapareció, al que lo dejó perplejo, al igual que al individuo de túnica.

  —Parece que tenemos a un invitado —Dijo el cadáver. Las cinco siluetas vestidas de negro voltearon en sincronía, emanando de sus cuerpos una intensa energía oscura—. No seas tímido y sal de ahí.

Gustavo lo miró desde la oscuridad, se sentía indeciso sobre la decisión que debía tomar, su mirada era seria y fría, pero su corazón palpitaba con duda, aunque el individuo no era tan repugnante como las hormigas que había enfrentado, se acercaba a ello.

  —(Ve). —Ordenó.

Una silueta salió de entre los árboles, blandiendo una espada negra, su velocidad era impresionante, por lo que, tardó menos de cinco segundos en llegar ante uno de esos enigmáticos individuos. Levantó su arma e hizo un corte diagonal, la silueta de túnica cayó al suelo convertido en polvo, luego de un par de segundos las cenizas se transformaron en esporas negras, desapareciendo de la faz de la tierra.

  —Un practicante de artes oscuras —Dijo el cadáver andante con una sonrisa, parecía que estaba completamente desinteresado de lo que les pasaba a sus subordinados—, poro no tan bueno como yo. —Apareció frente al esqueleto, estirando su mano para sujetar su cráneo y, con una fuerza destructora apretó el puño, no teniendo resistencia alguna. La invocación de Gustavo cayó al suelo, desapareciendo como polvo en el viento—. Es un buen sirviente, pero la legión del Señor Oscuro tiene decenas de caballeros negros en sus filas, para mí no es nada —Levantó su mano y la apuntó hacia el joven, una increíble energía oscura invadió la zona, pero justo cuando iba a atacar, algo lo alertó—. Parece que hoy no es el día de la muerte —Sonrió como solo un esqueleto sabe hacerlo—. Nos veremos después, joven practicante. —Cerró su puño, desapareciendo al ser tragado por la tierra como una sombra.

Jadeó, mientras apoyaba sus manos sobre sus rodillas, estaba completamente desconcertado, su frente sudaba, había podido sentir la mirada de la muerte en aquel interrumpido ataque, pero ahora no era el momento de sentirse abatido, todavía existían cuatro individuos más y tenía que acabar con ellos rápidamente. Levantó su sable, el cual se iluminó de azul y, con frialdad observó a sus nuevos oponentes.

  —Cubre mi espada, amigo. —Dijo. Wityer asintió, cada día parecía más inteligente.

Los individuos de túnica no se quedaron de pie, comenzaron a conjurar sus hechizos de elemento oscuridad, atacando sin misericordia. Gustavo esquivó las bolas negras y cuchillas de energía, aunque habían sido ataques rápidos, parecía que lo habían subestimado, pues ninguno de aquellos hechizos logró tocarlo. Balanceó su sable y cortó al primero por la mitad, su corte había sido rápido que ni el individuo de túnica se había percatado que su no-vida se había extinguido. Justo cuando iba a por su siguiente oponente, un sello mágico se activó en el suelo, en el mismo lugar dónde él se encontraba de pie, al activarse, su velocidad disminuyó, al igual que su tiempo de reacción.

  —Muere. —Dijo una de esas cosas con un tono extraño, parecía un idioma diferente por la entonación, pero en ese momento Gustavo no le prestaba mucha atención por la furiosa daga que se acercaba a su cuerpo.

El pequeño lobo saltó y, como si fuera una bola de fuego, liberó de su cuerpo una poderosa ráfaga ígnea, convirtiendo en cenizas a los tres individuos restantes. Se liberó del sello y observó a su amigo con una expresión de admiración y sorpresa, pues no sabía que también podía liberar de su cuerpo intensas llamas.

  —Gracias compañero. —Dijo.

Wityer asintió con una expresión orgullosa. Gustavo sonrió, mientras observaba como el cuerpo del pequeño lobo volvía a su hombro. Su mirada sonriente fue atrapada por el cuerpo inerte de la dama en la piedra ceremonial, así que sin pensar demasiado se acercó. Al estar frente a ella bajó el rostro, deseaba honrar su espíritu y con un movimiento lento de su mano derecha comenzó a persignarse.

  —Descansa en paz.

Bajó su cuerpo a la tierra y comenzó a escarbar lentamente, el lobo notó el extraño acto, pero al ver la dificultad del humano en su acción, decidió unírsele. Gracias a eso no demoraron demasiado para hacer el hoyo adecuado para la sepultura de la dama.

Se acercó al cuerpo inerte de la fémina y, con delicadeza la cargó, dio media vuelta y la condujo al agujero de tierra, se colocó de rodillas y, con calma puso el cuerpo en la tierra. Rezó lo poco que sabía y se despidió persignándose. Suspiró, volviendo a llenar el hoyo con tierra. Justo cuando iba a darse la vuelta para retirarse, una extraña hoja amarilla apareció encima del tumulto de tierra. Gustavo admiró su belleza, acercando su mano para tomarla, no sabía porque, pero sentía que le sería de ayuda y, no se equivocó, al instante en que la tocó, el recuerdo de una villa en los árboles apareció en su mente y, no solo eso, también su ubicación. 

El hijo de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora