Más allá de lo desconocido

797 146 15
                                    


  En un frondoso bosque, rodeado de largas ramas y gruesas raíces, un hombre descansaba boca abajo, su respiración era ligera y anormal, se sentía ansioso. Su mano agarró la suave tierra y la apretó, mientras que el lobo a su lado gruñó, apuntando con su hocico al Norte. Lentamente el joven se colocó de pie, observando todo a su alrededor, sin embargo, justo cuando se levantó, una flecha cayó a sus pies, provocando que saltara hacia atrás, colocándose en guardia.

  —¡¿Quién está ahí?! ¡No sean cobardes y salgan! —Gritó el joven.

La rama de un árbol se movió, talvez por el aire o por una ardilla que había saltado, provocando que dos hojas cayeran al suelo. Gustavo desenvainó con rapidez, giró su cuerpo, apuntando con la cuchilla larga del sable a la altura del pecho de una persona promedio. Al voltear, se dio cuenta que una daga tocaba su yugular, mientras que la hoja de su arma tocaba el cuello de una dama de ojos fríos.

  —¿Quién eres? —Preguntó en un extraño idioma, pero que el joven pudo entender.

La mujer media aproximadamente 1.65 metros, su piel era blanca como la nieve, con un ligero tono rosado en sus mejillas, tenía el cabello dorado y lacio, como el brillo del sol, sus orejas eran puntiagudas y largas y, sus ojos verdes como el más floral jardín. Vestía una rara prenda compuesta por hojas y cuero, mientras que en su espalda un arco largo descansaba, al igual que un carcaj repleto de flechas.

  —Te he preguntado ¿Quién eres? —Su daga presionó más la yugular del joven, era como si olvidara que ella también estaba en una mala situación.

  —Me llamo Gustavo Montes. —Dijo con seriedad, sus ojos decididos demostraban que no le importaba derramar sangre. La dama frunció ligeramente el ceño, pero no dejó de presionar su daga en el cuello del hombre.

Wityer, quién había desaparecido momentos antes, reapareció, con sangre saliendo de sus fauces, algo que desconcertó a Gustavo.

  —¿Qué estás haciendo en nuestro territorio? ¿Y qué eres?

Gustavo guardó silencio momentáneamente, no sabía porque el pequeño lobo no hacía nada, por lo que pensó en una posibilidad: la dama enfrente suyo nunca había matado a nadie y, la energía fría que desprendía de su cuerpo solo era para intimidar. Sonrió con ligereza y, en el mismo movimiento bajó su arma, envainándola, la dama se desconcertó, pero no permitió que la indecisión se apoderara de ella.

  —No soy una amenaza —Dijo con una mirada honesta—, la razón porque la que me encuentro en tu territorio, es porque caí a la nada y aparecí repentinamente aquí.

  —¿Cómo sé que no mientes? —Preguntó con duda, no sabía porque, pero creía en las palabras del joven con raro nombre.

  —No lo sabes, pero siempre he creído que la mejor forma de vivir es haciendo amigos y, no enemigos. Si tienes dudas de mis palabras, no te culparé si me matas ahora mismo.

La daga en su mano tembló, la indecisión se estaba apoderando poco a poco de su mente y cuerpo, flaqueando en su acto hostil. Suspiró, apretando los dientes para recuperar su determinación y, en un acto de valentía, presionó nuevamente su daga en el cuello del humano, dejando visible una pequeña línea roja.

  —No puedo hacerlo. —Dijo, mientras alejaba su daga.

Gustavo respiró aliviado, había confiado en sus instintos, pero cuando sintió un ligero corte en su piel, un ápice de miedo apareció, pues recordaba que su piel había sido endurecida desde que había llegado al nuevo mundo, por lo que miró una vez más aquella daga, sintiendo un pequeño escalofrío recorrer su cuerpo, no entendía todavía la magia, pero estaba seguro de algo, aquella daga de hoja curva era un arma encantada de alta calidad.

  —Me llamo Ariz It-Ol, descendiente del clan Ol, de los Bosques Altos. —Se presentó. Era una costumbre de su pueblo presentarse ante un nuevo amigo y, así formar un lazo de confianza. Gustavo la miró confundido ¿Clan Ol? ¿En dónde rayos se había metido? O al menos esas preguntas pasaban por su cabeza—, eres un orejas cortas ¿No? ¿Eres de la tribu después de la montaña? —Preguntó con curiosidad, recordaba que muchos de los ancianos de su pueblo odiaban a los orejas cortas por la batalla territorial siglos atrás, pero ella había nacido después de aquel suceso, por lo que no tenía el mismo resentimiento.

  —No —Respondió algo dudoso—. Provengo de la tierra del maíz, del águila en el nopal, pero ahora mismo estoy perdido. —Dijo, tratando de sonar como la dama, para no parecer un forastero, aunque lo era. Ariz lo miró confundida ¿Qué tipo de lugar era el que describía el joven? Nunca lo había escuchado, pues de esa oración, lo único que había entendido, fue: águila, las demás fueron palabras extrañas.

  —Su nombre es: Gusdram ¿No? —El joven negó con la cabeza con una sonrisa ligera, se había dado cuenta que su nombre era complicado para la gente de este nuevo mundo, pero ¿Porque siempre lo cambiaban en palabras totalmente diferentes? Esa era una incógnita sin respuesta.

  —Mi nombre es Gustavo Montes.

  —Gusdram —Dijo lentamente, pero volvió a pronunciar la misma palabra. Gustavo suspiró, asintiendo de manera derrotista.

  —Puedes llamarme así.

  —Gusdram De la tierra del Águila. —Dijo Ariz con una sonrisa. El joven la miró y no pudo aguantar la risa, su cabeza se movió de arriba a abajo muchas veces con alegría, no sabía porque, pero aquella frase le daba un poco de pertenencia en este mundo tan extraño.

  —Señorita It-Ol ¿Me podría decir dónde estamos? —La dama lo observó, el título que le había entregado antes del apellido de su clan había sido extraño, pero sentía que sonaba lindo, por lo que lo permitió.

  —Ahora mismo nos encontramos a las afueras del territorio del Bosque Alto, a unos cuantos troncos de distancia se encuentra la tribu de los Osos dormilones, pero ese ya es territorio de la Montaña Curva. —Explicó. Gustavo solo asintió, había aprendido a hacerlo para no parecer un despistado, pero en realidad no conocía nada de lo que le habían explicado, era muy idéntico a la primera vez que había llegado al nuevo mundo.

  —¿Sabe dónde se encuentra el reino Atguila?

  —¿Reino? ¿Qué es eso? —Gustavo frunció el ceño, estaba más perdido de lo que pensaba.

  —¿Hay alguna ciudad cerca? —Preguntó de forma casual.

Justo en el instante en que terminó de hablar, los ojos de Ariz se volvieron filosos, con una sed de sangre inimaginable, pero justo cuando se preparaba para cortar con su daga el cuello del joven, el lobo que había estado tranquilo comiendo quién sabe que, saltó, deteniendo con su pata la punta de la daga. Gustavo sintió la muerte aproximarse, pero no había sido tan rápido para bloquear el ataque, solo había esquivado hacia atrás.

  —¿Qué fue lo que pasó? —Se preguntó anonadada, su mente se embarcó a la confusión inmediata.

Al bajar la mirada, notó la silueta de un animal, pero al vislumbrar correctamente, observó un pequeño lobo blanco azulado en el suelo, mirándola fijamente. Al instante que lo vio, su daga cayó al suelo, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

  —Señor del Bosque. —Gritó y, en el mismo movimiento se arrojó al suelo para colocarse de rodillas.

  —¿Eh? —Fue la única palabra con la que Gustavo pudo describir la situación.

El hijo de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora