Poco a poco la fila de espera para entrar a la ciudad se fue acortando. En los costados de la enorme entrada, se encontraban dos guardias de armadura completa, de un gris oscuro y con el emblema de su ciudad en su pecho: Un león rampante. Aunque no se podían ver los rostros de aquellos guardias, la energía de imponencia que irradiaban de sus cuerpos era digna de temer, era como una advertencia para aquellos que quisieran dañar su ciudad.
—Por favor, bajen de la carreta y muestren sus identificaciones. —Dijo un soldado de rostro duro, barba desaliñada, pero con una mirada llena de experiencia. En sus manos llevaba lo que parecía una hoja larga de papel y, una delgada roca, como de cinco centímetros de largo y uno de ancho.
—Déjame hablar a mí. —Le dijo con un tono tranquilo.
—Por supuesto. —Asintió.
Kenver salió de la carreta con un poco de dificultad, haciendo un acto cómico por su inflada panza.
—Señor Kenver, me permite su identificación y, la de sus acompañantes. —Dijo el soldado, más como una orden, que como una sugerencia.
—Claro. —Sacó dos hojas de papel y se las entregó al soldado.
—Parece que todo está bien con sus identificaciones, solo faltaría la del joven. —Dijo el soldado.
Kenver sonrió de manera forzada, asintiendo.
—Debo decir, que el joven no tiene una identificación de esta ciudad ¿Sería posible dejarlo pasar sin ella? —El soldado frunció el ceño, respetaba al hombre gordo, pero no toleraría a nadie que se atreviera a saltarse la ley de su ciudad.
—Usted sabe a lo que nos estamos enfrentando —Dijo de manera dura—, no solo los malditos imitadores han ido en aumento en los alrededores, también con esta maldita guerra, las cosas se ponen más complicadas, entenderá que no puedo dejarlo pasar sin una identificación, señor Kenver. Así que hágase a un lado y déjenos hacer nuestro trabajo.
Kenver quiso negarse, sabía que no podía permitir que lo vieran, pues aquellas manchas de sangre en su extraña ropa, aparte de que el joven pertenecía a un reino que nadie conocía, o al menos nadie de la ciudad Agucris, por lo que sentía que el joven sería interrogado y, si no contestaba correctamente, lo enviarían a los calabozos, a esperar por su condena. Sin embargo, no pudo negarse, así que se apartó y dejó que el soldado hiciera su trabajo.
—Salga. —Ordenó el soldado.
Gustavo salió de la carreta con calma, había escuchado la conversación entre el hombre gordo y el soldado, por lo que podía intuir más o menos lo que querían de él. Al ver la apariencia del joven, el soldado por instinto agarró la empuñadura de su espada, los ojos de Gustavo no eran los de un joven común, en realidad, ni siquiera los exploradores de mazmorras veteranos poseían unos ojos de haber visto a la muerte de frente. Aunque el joven no desprendía ninguna intención hostil, sus ojos no mentían y, el soldado sabía que era lo que significaba, por lo que su corazón comenzó a latir rápidamente. Se detuvo, dejando espacio para evadir cualquier emboscada.
—Diga las intenciones que tiene. —Ordenó el soldado.
—Solo quiero descansar de mi viaje. —Respondió Gustavo con calma, no podía decir su verdadera intención, pues ¿Quién le creería?
—¿Quién eres? ¿Y de qué reino provienes? —El soldado lo miró, no dejando de agarrar la empuñadura de su espada.
—Mi nombre es Gustavo Montes y, provengo de un reino muy lejano, llamado México —Mintió por supuesto, se había dado cuenta cuando habló con el hombre gordo, que nadie conocía su lugar de procedencia, por lo que lo mejor era decir que era de un lugar muy lejano—, no espero que usted lo conozco, pero puedo prometerle que no tengo intenciones de hacerle daño a la gente de este lugar, ni a su ciudad. —Dijo con ojos honestos.
—Tiene razón, no lo conozco y, a ti tampoco, así que no puedo fiarme de tus palabras.
—Yo puedo abogar por él. —Dijo Amaris dentro de su carreta.
El soldado se detuvo y, respiró profundo, aunque respetaba al señor Kenver por su habilidad en los negocios y honestidad con los precios de su tienda, su respeto no se comparaba con el que tenía la ciudad hacia la señorita Amaris, todos sabían de sus hazañas, además de que poseía un título que prácticamente la volvía intocable en la ciudad Agucris.
—Señorita Amaris ¿En verdad confía en este hombre? —Preguntó con duda, no sabía que había hecho el joven con la ropa extraña para ganarse la confianza de la heroína de la ciudad y, tampoco tenía la fortaleza para preguntar, así que espero la respuesta de la dama dentro de la carreta.
—Dije que abogaría por él. Eso es suficiente. —Dijo con un tono tajante.
El silencio invadió los alrededores, hasta Kenver estaba un poco sorprendido, nunca se habría esperado que la persona que hablaría por el joven, sería ni más ni menos que su propia hija, la hija a la que solo le importaban los libros y hacerse más fuerte.
—Contéstame algo con honestidad, joven de extraño nombre, eres ¿Amigo o enemigo?
Gustavo no meditó la pregunta, por lo que contestó casi al instante, aunque algo que no entendía era ¿Por qué decían que su nombre era extraño? Si era un nombre algo común en su lugar de nacimiento.
—Amigo. —El soldado asintió al recibir la respuesta.
—No preguntaré más por respeto a la señorita Amaris, pero solo déjame aconsejarle algo, aunque no pertenecemos a las primeras ciudades, nuestro poder militar es grande y, no permitiremos que nadie nos humille o intente dañar ¿Entendiste? —Gustavo asintió—. Una cosa más, te recomiendo que vayas al gremio de aventureros o al de exploradores de mazmorras, para así obtener una identificación. No serás residente de nuestra ciudad, pero en cualquier lugar del reino Atguila, serás recibido.
—Gracias por la información. —Agradeció Gustavo.
Kenver sonrió y se dirigió a la carreta, no sabía porque, pero intuía que el joven Gustavo sería un buen aliado para él y su hija. El joven entró una vez más a la carreta y, con una sonrisa agradecida, se dirigió a la dama sentada.
—Gracias, dama Cuyu.
—Por nada. —Dijo Amaris con indiferencia, mientras sus ojos seguían estudiando las páginas de su libro.
—Entonces señor Gus, deseas que te llevemos al gremio de exploradores de mazmorras para obtener tu identificación.
Gustavo pensó por un momento y luego asintió, tenía la sensación de que la necesitaría para obtener más información de este mundo.
—Sí no es mucha molestia. —Contestó.
Kenver lo miró extrañado, nunca había escuchado una expresión como esa.
—¿Es sí o no? —Preguntó confundido.
—Sí, por favor. —Contestó Gustavo apenado, recordó que ya no se encontraba en su tierra, por lo que tenía que cuidar sus palabras, o podían malinterpretarlo.
—Cochero, al gremio de exploradores de mazmorras. —El cochero asintió y avanzó.
ESTÁS LEYENDO
El hijo de Dios
Fantasy¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en...