Entrando a la mazmorra

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   Gustavo y Frecsil caminaron de vuelta al gremio, de manera tranquila y lenta. Disfrutando de las caóticas calles de Agucris, donde podías encontrar desde un mendigo pidiendo monedas, hasta un niño mimado con espadas de alta calidad y acompañantes de mirada dura.

A los pocos minutos, llegaron al edificio del gremio de exploradores de mazmorras, deteniéndose a un par de pasos de la entrada.

  —Recuerde señor Gus, administre bien lo que introduce en la bolsa de cuero, ya que no posee un gran espacio. —Aconsejó. El joven asintió, aún maravillado por el extraño artefacto mágico.

  —Gracias por el consejo. —Dijo con una sonrisa agradecida.

  —Otra cosa —Lo miró con seriedad—, no se dirija más allá del veinteavo piso, reconozco su poder, pero en estos últimos cien años, nuestras expediciones no han podido, ni han querido avanzar más allá. Existen cosas que ni yo, ni un explorador de mazmorra de una estrella dorada se atrevería a combatir en grupo y, menos por si solo —Gustavo asintió, entendía las palabras de previsión de la dama—... En realidad, me gustaría aconsejarle que encuentre algunos compañeros para adentrarse a los pisos superiores.

  —No tengo intenciones de ir demasiado lejos, todavía no conozco bien las mazmorras, por lo que tendré que tener cuidado —La miró con una sonrisa—. Le agradezco su preocupación, pero creo que un viaje en solitario será más beneficioso para mí —Sus brazos temblaron por la expectación, ya no soportaba la espera, deseaba mirar con sus propios ojos aquellos enigmáticos lugares dentro la mazmorra—... En verdad estoy muy agradecido por su ayuda, pero creo que será momento de partir. —Sonrió nuevamente, inclinando su cuerpo en sinónimo de despedida y, sin esperar su respuesta, se dirigió a su caballo.

Frecsil se quedó de pie, observando como la silueta del misterioso joven se alejaba, casi hasta perderse. Suspiró, se sentía algo culpable por no haberle podido contar todo, aunque sabía que, si lo hacía, nada bueno podía resultar. Limpió el polvo inexistente de su túnica abierta, mientras su mirada se tornaba seria e imponente, respiró una vez más, disponiéndose a entrar a las puertas de su gremio, sin embargo, sus piernas se detuvieron, sus ojos se abrieron en sorpresa y una mueca se dibujó en sus labios.

  —Por el amor de los Dioses, he olvidado por completo darle pócimas de vitalidad y recuperación. —Dijo preocupada.

∆∆∆
Gustavo cabalgó hacia la mansión de la familia Cuyu, su rostro mostraba expectación y felicidad, tenía la teoría de que la mazmorra podía responderle si podía regresar a su mundo, por lo que estaba ansioso de entrar. Al llegar a la mansión, dejó su caballo en el establo, agradeció al capataz y, se dirigió a su cuarto.

  —Se ve muy feliz. —Dijo alguien a espaldas del joven, Gustavo rápidamente volteó, encontrándose con los ojos inocentes de Amaris.

  —Dama Cuyu, es un gusto poder verla.

  —¿A dónde se dirige con tanta prisa? —Preguntó, pero repetidamente se dio cuenta que el joven vestía una indumentaria militar ligera, con un sable envainado en su cintura y, una bolsita de cuero amarrada a su cinturón—. Parece que fue a abastecerse. —Gustavo se sintió algo incómodo, aquellos ojos inocentes no dejaban de observarlo y, por un momento se sintió culpable, pero ¿Culpable de qué? Ni el mismo lo sabía.

  —Le pedí a la señora del gremio de favor que me aconsejara que vestimenta usar para ingresar a la mazmorra. —Se explicó con calma. Amaris frunció el ceño, acercándose con el disgusto en su rostro.

  —Sabe que mi padre tiene mejores armas y armaduras ¿Verdad? No tenía porque ir a pedirle el favor a la señorita Frecsil.

  —No me malentienda por lo que le voy a decir por favor, pero me resulta complicado buscarla a usted o a su padre para resolver mis problemas, han sido de mucha de ayuda y, se lo agradezco de todo corazón, pero no puedo depender de su hospitalidad —Habló con honestidad, pero al notar que el ceño fruncido de la dama todavía no desaparecía, rápidamente continuó hablando—. Además, mis monedas eran insuficientes para adquirir alguna de las armas y armaduras que tiene a la venta en su tienda. Creí que buscar ayuda en otra parte era la mejor opción.

El hijo de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora