Un nuevo compañero

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  Los segundos fueron pasando, mientras su mirada era robada por el pequeño animal en sus piernas, quién lo observaba con ojos astutos y risueños. El pelaje del pequeño lobo era blanco azulado, con pequeños toques plateados en las puntas de su pelo.

  —¿De dónde saliste pequeño? —Preguntó con calma.

El lobito se acercó a su mano derecha y comenzó a lamer la sangre seca de su extremidad. Gustavo guardó silencio, no sabía porque, pero había entendido claramente que el pequeño lobo le había dicho sin palabras que era su madre, algo que por supuesto lo desconcertó.

  —¿Soy tu madre? —Preguntó, quería saber si sentía otra vez ese sentimiento.

El lobo hizo un intento de aullido y asintió. El joven sonrió levemente, mostrando una expresión de sorpresa, no solo por la extraña familiaridad con el lobo, sino también por su inteligencia, pues a sus ojos, era como hablar con un niño pequeño.

El lobito, de repente se detuvo, alzó su nariz y comenzó a olor el aire, volteó su cuerpo con rapidez, sus ojos observaban el cuerpo inerte de la hormiga reina, sin ningún aviso desapareció de las piernas del joven y, al no pasar ni un segundo, apareció nuevamente sobre el cuerpo muerto de la hormiga reina. Gustavo estaba sorprendido, ni él había podido seguir su movimiento con los ojos y, creía que, aunque recuperará toda su fuerza, aun así, no podría hacerlo. El pequeño lobo escarbó y entró con facilidad en el colosal cuerpo del insecto, no pasaron ni dos segundos para que volviera salir, solo que ahora tenía en su hocico una esfera roja sangre, del tamaño de un puño adulto. Sin siquiera preguntar, la mordió y comenzó a consumirla. Los dientes del pequeño animal debían de ser súper duros, pues los orbes eran posiblemente más resistentes que el propio acero. Al terminar de comerse el último pedazo, su pelaje brilló con un tono carmesí, unas muy ligeras líneas rojas aparecieron en sus cuatro patas, pero a los pocos instantes, se disiparon sin dejar rastros. El lobo, aún no satisfecho, observó el cuerpo de la hormiga reina mutada, sus ojos brillaron con deseo y, una vez más, su velocidad sorprendió al joven, quién tardó en percatarse unos segundos que el pequeño lobo se encontraba consumiendo el orbe de la hormiga calcinada. Su cuerpo volvió a brillar, solo que, de un rojo más intenso, sus ojos se convirtieron en dos volcanes en erupción, mientras que leves llamas rojas azuladas salían de su cuerpo, aunque la escena duró un par de respiraciones, fue suficiente para aumentar la temperatura en la sala. El lobo aulló al techo con dicha, estaba feliz de haberse alimentado de tan buenos orbes, por lo que, al terminar su espectáculo, volvió a las piernas del joven y, como si estuviera preocupado, volvió a lamer su mano. Gustavo se detuvo repentinamente, podía sentir una leve fluctuación de energía emanar del lobo y, como si fuera un mago de apoyo, el pequeño animal le comenzó a entregar su propia energía. Miró al lobo con ojos confundidos, quién seguía lamiendo sin querer detenerse, pero al notar que su pequeño nuevo amigo se empezaba a quedar sin energía, la preocupación apareció en sus ojos.

  —Espera —Dijo de inmediato. El lobo se detuvo, lo observó y, como si negara con la cabeza, continuó con su acto de lamidas. Gustavo frunció el ceño, no podía estar seguro, pero intuía lo que pasaría si el pequeño animal se quedaba sin energía—. Ya me encuentro bien —Agarró con su mano izquierda al pequeño lobo y lo levantó, mientras que él hacía el fuerte intento de colocarse de pie. Con la ayuda de la pared y su fuerza de voluntad, logró levantarse—. ¿Lo ves? Ya estoy bien. —El lobo lo volvió a observar como si desconfiara de sus palabras, pero al ver aquella sonrisa inocente, optó por hacerle caso. Con calma saltó y se colocó en su hombro izquierdo y, como si todo lo sucedido lo hubiera agotado, se durmió. Al ver cómo descansaba su nuevo compañero, suspiró aliviado, no sabía porque, pero se sintió alegre que el pequeño animal se preocupara por él.

Observó la sala repleta de cadáveres, podía sentir una ligera familiaridad con la vista, recordando el campo de batalla en la guerra contra los invasores, por supuesto, exceptuando el hecho de que la mayor parte de cadáveres en la sala, eran de hormigas humanoides.

  —Descansen en paz. —Dijo y, con movimiento sutil de su mano, se persignó.

Se acercó al centro y recogió con calma su sable, haciéndolo con cuidado para no despertar al pequeño lobo. Envainó su arma, dándose media vuelta y saliendo de la sala.

Subió al cuarto piso, su cuerpo y mente ya se habían recuperado en un 70 por ciento, por lo que ya caminaba con más naturalidad. Su mirada observaba a los alrededores, percatándose de que las muchas siluetas que habitaban por aquellos anchos pasillos, no tenían la intención de interponerse en su camino. Subió al tercer piso, aunque su cuerpo no se sentía cansado, había una extraña fatiga habitando en su cuerpo. El joven comenzó a silbar una tonada tranquila y dulce, no era muy bueno como su fallecido abuelo, pero podía interpretar melodías sin graves desentonaciones. Su mirada se volvió aguda cuando su oído captó movimiento hostil acercarse, desfundó su sable y se detuvo, el pequeño lobo sintió el raro comportamiento de su compañero (Madre), por lo que se despertó inmediatamente. Quería invocar al esqueleto de la armadura, pero se dio cuenta que todavía no estaba completamente curado, por lo que debía esperar un poco más. Esperó y, esperó, pero nadie se aproximó a él, por lo que pensó que estaba tan cansado que había alucinado. Envainó y volvió a emprender la marcha, el lobo se acomodó una vez más en el hombro del joven y, volvió a dormir.

Llegó al segundo piso y continuó hacia el primero, aunque no había tenido el tiempo para probar su teoría, al menos se sentía un poco más preparado para su siguiente incursión. No tardó en alcanzar la salida, respiró hondo y salió.

El hijo de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora