POV JANICK
— Ojalá ya llegue el viernes —dije en pleno lunes a las siete de la mañana.
Estiré las extremidades, encontrandome con una suave luz del amanecer que se filtraba a través de las cortinas de mi habitación. Mi cama, acogedora y cálida como siempre, me invitaba a quedarme un poco más, pero el inicio de una nueva semana me impulsó a levantarme.
Deslicé las cortinas con suavidad, revelando un dulce paisaje que se desplegaba ante mis ojos. El sol emergía con armonía en el horizonte, arrojando una mágica luz dorada sobre los tejados de la ciudad que poco a poco se despertaba de su siesta nocturna. Mi ventana ofrecía una vista privilegiada hacia el parque frente a mi casa, donde las personas comenzaban su día en sintonía con la naturaleza. Algunos corrían con determinación, mientras otros se entregaban a una serie de ejercicios que parecían saludar al amanecer.
Un par de colibríes danzaban alegremente en las proximidades, acercándose a mí como si compartieran un secreto fascinante. Iban y venían en un juego de luces y sombras, como si persiguieran tesoros invisibles en el aire. El canto jubiloso de los pájaros, entonado con gracia, bordaba el paisaje, tejiendo una sinfonía natural que me abrazaba de manera irresistible, como si la propia naturaleza estuviera componiendo una melodía exclusivamente para mis oídos.
Fue uno de los momentos más dulces que había visto desde que vine a vivir a esta ciudad junto con Razeck, mi mejor amigo. Hasta que los maullidos de Pan, nuestra gata, terminaron por poner la cereza del pastel e hicieron que caminara hacia la puerta con el propósito de abrirla para dejarla ingresar.
— Cualquiera pensaría que te están aplastando el cuello —le dije mientras la cargaba sobre mis brazos, momento en que oí a la vecina encender su radio, como de costumbre, poniendo canciones románticas y que solía escuchar en aquellos tiempos cuando mi madre me preparaba el desayuno antes de ir a la escuela. Dejé a Pan sobre el pie de la cama, yendo hacia mi mesa de noche para tomar mi cepillo de cabello y canturrear mientras desenredaba mi cabello antes de tomar una ducha—. Ahora sí, ya llegó la hora de alistarse, porque sino me haré tarde para el trabajo, y nunca seré trabajadora del año —vocalicé extendiendo las sábanas—. Aunque eso es casi imposible —divisé a Mantequilla, nuestra perrita labradora, quien ingresaba a mi habitación moviendo la cola de lado a lado.
Fui a tomar un baño, luego vestí un cambio de ropa formal: blusa blanca de manga corta y pantalones negros con un par de zapatos de tacon del mismo tono. Recogí mi cabello en un cuidadoso moño bajo y añadí un toque intelectual con mis gafas graduadas. Antes de ir hacia la sala para tomar el desayuno, vertí un poco de crema para hidratarme las manos.
Al frotarlas, sentí la textura de pequeñas cuarteaduras sobre el dorso, como si fuera un alto relieve hecho por mi propio cuerpo.
— Parecen escamas —dije—. ¿Será que me estoy convirtiendo en algún ser mitológico?
— En una parca —exclamó Razeck desde la cocina.
— ¿Cómo te atreves? —contesté entre risas—. ¿Amigo o hater?
Esta sequedad en mis manos y labios no era más que un reflejo de los estragos que había sufrido al ingerir medicamentos para tratar el acné, que fue protagonista de una gran parte de mi adolescencia y juventud.
Qué época tan gris.
— ¿Y cuándo eligen al o la trabajadora del año? —preguntó el ojimiel antes de morder un pedazo de panecillo.
— Dentro de esta semana, casi siempre lo hacían inicios del otro mes, pero para este año decidieron cambiar la fecha —comenté bebiendo mi taza de avena con manzana.
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El Juego De Las Rosas | En Emisión
Teen FictionJanick es una muchacha que labora como diseñadora gráfica de una de las corporaciones más grandes del mundo, en el que tras hacerse acreedora de un premio, su vida da un giro inesperado, envolviendola en aventuras que jamás imaginó, adentrándose en...