Capítulo 2: Colisiones

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POV RAZECK

El torneo había comenzado, estaba exhausto, por lo que aproveché esos valiosos noventa segundos que teníamos de descanso para hidratarme, pues el sol estaba siendo otro duro rival al cual hacer frente.

Muy pronto sería llamado para competir contra uno de los mejores de la ciudad, y por lo que oí, aquel joven era estudiante de la Universidad Borkham, la mejor del continente y mi futura alma mater desde la próxima semana, pues había ganado una beca por parte del Rotary International, hace meses, para terminar la carrera de administración y marketing.

Todos los hijos de grandes figuras políticas y famosas, estudiaban allí, por lo que para mí ya era un honor terminar la carrera en esa universidad. Incluso Javier, un amigo que conoció cuando apenas llegó a la ciudad, estudiaba Leyes ahí.

Respiré hondamente y me puse de pie dando inicio a la última partida.

A este punto me encontré en un estado de mezcla entre euforia y agotamiento. Cada músculo de mi cuerpo parecía protestar por el esfuerzo constante y la tensión acumulada a lo largo de los conjuntos anteriores. El sol abrasador había dejado sus huellas en mis mejillas, teñidas de un rojo intenso que marcaba las horas pasadas bajo su inclemente radiación. Mi cabello, empapado de sudor, parecía ser un recordatorio palpable de la intensidad con la que había luchado en cada punto.

La brisa cálida del verano agitaba ligeramente las hojas de los árboles circundantes, trayendo consigo un aroma a césped recién cortado y tierra. El sonido de mis zapatillas rechinando contra la superficie resonaba en mis oídos, junto con el eco de los aplausos y los gritos de aliento que provenían de la multitud. El ambiente vibraba con la tensión propia de una final, y yo me encontraba en el epicentro de esa emoción desbordante.

A medida que avanzaba el partido, mi agotamiento se convertía en una especie de trance en el que el cansancio se volvía abstracto, casi inexistente ante la determinación que ardía dentro de mí. Cada servicio, cada devolución, era un paso hacia adelante en un duelo que parecía interminable. Las piernas pesaban como plomo, pero mi mente estaba fija en la meta, en el trofeo que parecía brillar a lo lejos como un sueño alcanzable.

Finalmente, llegó el momento culminante. Un último intercambio de golpes que pareció ralentizarse, como si el tiempo quisiera extenderse para dar espacio a la intensidad del momento. Un revés cruzado que rozó la línea, seguido por un golpe de derecha que se estrelló en la esquina opuesta de la cancha. La pelota rebotó una vez, y luego el silencio invadió el aire antes de que la multitud estallara en un rugido atronador.

Me vi a mí mismo levantando los brazos al cielo en un gesto de victoria. La fatiga pareció disolverse en ese instante, reemplazada por una oleada de adrenalina y triunfo. Las gotas de sudor que habían estado corriendo por mi frente se mezclaron con las lágrimas de alegría mientras abrazaba la realidad de haber alcanzado el objetivo por el que había luchado incansablemente.

Ganar la final de este torneo, a pesar del agotamiento y las adversidades, infundió en mí una sensación de logro indescriptible.

Cuando iba en dirección al vestidor, algunos medios pidieron hacerme fotografías y entrevistas cortas.

Minutos después estaba en uno de los bancos del vestidor, y después de haber oído algunos elogios por parte de la coach, esta se fue comunicando que tomara una ducha debido a que luego habría que dar un par de entrevistas más para algunos medios deportivos.

— ¡Mi rey! ¡Ganaste! —Javier apareció de repente, tomándome de los hombros para zarandearme y luego abrazarme.

—Gracias —expresé.

El Juego De Las Rosas | En EmisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora