Emma y Belle son fugitivas del pasado.
Diferentes como dos copos de nieve.
Sin embargo, allí, donde sus ojos se pierden buscando el mismo amanecer, ellas son iguales.
Ambas huyen de algo incierto intentando encontrarse a si mismas, sin tener noción...
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A Bella nunca se le había dado bien cualquier tipo de habilidad física, así que cuando intentó escalar un árbol para no ser vista, sólo consiguió caerse, y por si fuera poco, cuesta abajo, dejándose a la vista de los hombres que ahora la miraban con curiosidad. Gracias a fuerzas misteriosas la capucha no había dejado su posición, aunque alguna parte de ella deseaba que eso hubiese sucedido, y así la decisión de hacerles frente a aquellas personas no habría estado en sus manos. Sin embargo, así era.
Sintió una pequeña presión en el hombro, y divisó unos pies pequeños. El ser en cuestión se inclinó tan abajo que pudo mirarle el rostro. Tenía los ojos verdes, y unos hoyuelos que acompañaban su expresión de curiosidad.
–¿Os encontráis bien? –preguntó sin más. Bella asintió, por cortesía a la vez que se preguntaba quién diablos era el niño y qué hacía con Robin y sus hombres.
–Bella –dijo entonces otra voz, más profunda y llena de anhelo–, ¿os encontráis bien? –él no dudaba de quien era su receptora, y eso le partía más el corazón, pues no había rechazo en su voz, no había reproche, solo la más sincera preocupación.
–Sí –entonces estalló en un mar de lágrimas contenidas, escondidas de la realidad por cinco largos y eternos años. Vio unas rodillas caer frente a ella y pronto estaba protegida por unos fuertes brazos que la zarandeaban.
–Mírame, Bella, mírame por lo que más quieras –y así lo hizo, observó a su hermano y lo abrazó más fuerte, cuestionándose si aquello era un sueño. Tal vez al caer se había golpeado la cabeza, y rio al notar que caminos estaban tomando sus pensamientos ¡Estaba con Robin! Qué más daba el resto.
Todo el reino estaba al tanto de la desaparición de su hijo. Se había preocupado de que los avisos de búsqueda superaran por creces a los de Blanca Nieves, que llenaran cada árbol, casa, agujero y cuevas del bosque; alguien tenía que haberlo visto. Ella no podía hacer nada, los hechizos de rastreo no eran efectivos con aquellos que no querían ser encontrados, y Henry era un chiquillo inteligente, pues ocupando el libro de magia, se había hecho una poción para ser invisible a los ojos del bosque. Se sentía frustrada y orgullosa, apenas bajó a su bóveda y vio los materiales desaparecidos supo lo que aquel pequeño bribón pretendía. Él no sabía de magia, y ella no pensaba enseñarle, pues sólo conocía el método oscuro, y Henry poseía un corazón demasiado puro como para ensombrecerlo. La magia negra se pagaba con precios muy altos, ella más que nadie los sabía.
La voz de su lacayo la trajo de nuevo al presente.
–Mi reina –se inclinó ante ella–, os traigo noticias.
–¿Buenas o malas?
–Buenas, su majestad.
–¿Y qué estáis esperando? Por Merlín, Graham, sólo os falta el corazón, no el cerebro –suspiró resignada y le dio el permiso para que continuara.