Capítulo 11: Michi tóxica

781 101 82
                                    

Hola, soy Catra y esta es la historia de cómo soy una michi tóxica.

Desde hace años he sabido que era una persona bastante insegura, aunque mi fantástica y petulante personalidad lo escondieran un poco. Probablemente todo hubiera ido mejor si le hubiera dicho a Adora lo que sentía desde un principio, antes que dejar que la rubia de media neurona lo averiguara por su cuenta.

Los problemas de las antiguas Catra y Adora nos atormentaban todavía, y era hora de admitir de dónde venían. Pero para eso debería empezar desde el inicio de mi existencia.

Cuando era una niña pequeña fui abandonada en frente de la casa de acogida más cutre de todo el país, en una jodida caja de cartón. Adora, que iba a jugar al jardín me vio y según me dijo la cabrona de la weaber años más tarde, se puso a jugar conmigo y hasta me puso nombre.

Resulta que la rubita combinó su nombre con "Cat" porqué venía en una caja y parecía un pequeño gatito callejero, dulce y cruel metáfora de mi vida. No bastante con ser el nuevo nenuco de Adora, la señora de la casa de acogida "la comeniños weaber", apodada así por mí toda nuestra infancia, me puso la misma edad que Adora a petición suya (sin saber en realidad si teníamos o no la misma edad).

Yo siempre sospeché que tenía menos de 3 años, porque a la hora de hablar y escribir me costaba bastante más que a los demás niños, pero Adora siempre estaba ayudándome y siendo paciente conmigo y mis rabietas.

Los años iban pasando y Adora se veía cada vez más claro que era el ojito derecho de la vieja, después iban los demás mocosos de la casa y por último yo, que como me tenía asco desde que me adoptó me trataba fatal. A cambio yo le rompía todos los vestidos y rasguñaba las cortinas, eso me valía unos buenos castigos, pero valía totalmente la pena por atormentar a la bruja.

Mientras nos escapábamos de los castigos y nos apoyábamos en nuestra soledad, nos hicimos mejores amigas, hacíamos muchos planes, sobre todo para salir de ahí y en nuestras pijamadas, dibujábamos nuestros planes de fuga en un diario que escondíamos bajo la cama.

Adora y yo compartíamos una litera, pero casi siempre me iba a dormir a su cama, yo le decía que estaba más blandita la suya, pero en realidad era porque me daba miedo la oscuridad, y ella en el fondo lo sabía y lo dejaba pasar.

Luego llegó el momento trágico, nuestra entrada al instituto. Al principio todo iba como normalmente, íbamos juntas a clase, almorzábamos y después de clases, íbamos al centro de día a practicar deportes y pasar la tarde en general. Lo construyeron para que los narcos dejaran de utilizar a los niños para pasar droga, y lo agradecía bastante, porque esos sujetos tenían muy mala pinta.

Nuestra normalidad llegó a su fin cuando Adora conoció a brillitos y a Bow, estaba muy emocionada por hacer nuevos amigos y ellos por formar tan buen equipo con ella. No recordaba las veces que había intentado que fuese con ellos a pasear o a varias salidas para hacernos amigos pero... yo no quería compartirla, no quería perderla, y eso fue lo que terminó nuestra amistad.

Adora ejerció un poco de presión en mí, siendo que antes hacíamos todo siempre juntas, cada vez más dejaba de almorzar conmigo para hacerlo con ellos, y a quedar con ellos más veces, supongo que para que yo fuera con ellos a la fuerza.

Hay algo que todo el mundo sabe a estas alturas de mí, pero yo no funciono bien bajo el estrés. Aguanté algunas semanas esta situación hasta que exploté y le dije de todo (y nada bonito precisamente). Desde entonces no nos volvimos a dirigir la palabra, ni en casa. Poco después una ancianita que trabajaba para la madre de brillitos se ofreció a tener la custodia de Adora hasta la mayoría de edad.

Su último día en la casa fue una jodida mierda, ella me miró desde el jardín bastante rato, sosteniendo mi mirada desde el segundo piso. Supongo que nuestro plan de huir juntas a los 18 no se vería nunca, ella seguía manteniendo mi mirada de forma dolorosa, como si necesitara una aprobación o señal divina.

Alguna gente sale del armario, yo salí de una taquillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora