CAPÍTULO III

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Como en todo ataque Fey, los Paladines Rojos no habían tenido otra opción que salir corriendo y huir de la batalla, pues sabían perfectamente que la magia que odiaban tanto podría causarles una lenta y dolorosa muerte. Era irónico, también lo era el hecho de que el Padre Carden a menudo le pidiese a Elaine que preparase alguna poción o alguna sustancia para curar a sus hombres. En cualquier caso, los hombres vestidos con el atuendo rojo no tardaron en retirarse mientras la noche y una fuerte lluvia se cernían sobre ellos.

— ¡Vamos, cabalgad un poco más! — decía con dificultad el líder de los Paladines mientras todos salían de allí.

La lluvia de flechas que les había sorprendido en la aldea, la cual Elaine había descubierto que se llama Dewdenn, había cesado, pero eso no significaba que la persecución hubiese terminado, ni mucho menos. Durante mucho tiempo habían oído gritos, ruido de cascos de caballos y el sonido del metal de espadas chocando, lo cual indicaba que las criaturas Fey les seguían muy de cerca.

Elaine cabalgaba al lado del Padre, cogiendo las riendas de su caballo negro con fuerza y sintiendo que su garganta se secaba conforme seguían el camino del bosque. Un pensamiento no dejaba de repetirse en su cabeza, de hecho, lo hacía en todas las pocas ocasiones en las que se había visto envuelta en un enfrentamiento entre los Paladines y las personas de sangre mágica. Si la cogían o si se enfrentaban a ella a muerte, ¿la seguirían reconociéndola como un apoyo a su causa o la matarían como al resto de Paladines? Elaine sabía que la opción más probable era la segunda y había días en los que su mente y su corazón le decían que era lo mejor, era lo que se merecía.

— ¡Ya no nos siguen! — anunció una voz gritando cuando los Paladines llegaron a una parte del bosque en la cual ya no se oía nada ni se veían a más personas aparte de ellos mismos.

Carden se paró en seco y sus hombres hicieron lo mismo, así como el Monje Llorón y la propia Elaine. La muchacha entonces cobró el aliento que había perdido y sintió su cuerpo dolorido de tanto tiempo a lomos de Medianoche, de modo que en cuanto Carden mandó a un grupo a inspeccionar los alrededores para comprobar si era seguro pasar la noche allí y después anunció que se quedarían, ella no tardó en desmontarse del caballo y asegurarse de que podía descansar.

Esos minutos que tuvo de tranquilidad fueron reconfortantes para ella en más de un sentido. Carden y el monje se refugiaron en la tienda del primero y Elaine respiró quitándose un peso de encima sabiendo que lo que quisiera que tramasen, no la involucraría. La morena cogió las riendas de su caballo mientras observaba con la mirada atenta los efectos de la batalla en los Paladines. Mientras unos estaban intactos y solamente cansados, otros tenían heridas profundas, cortes que no se curarían y efectos que solamente la magia podría sanar. Elaine no pudo evitar proferir una pequeña sonrisa cubriéndose tras Medianoche, satisfecha al poder contemplar que ellos también recibían su merecido.

La chica y el caballo caminaron hasta una pila de agua de agua de lluvia y Elaine dejó que el animal saciase su sed tras el excesivo esfuerzo, mientras le acariciaba el lomo con suavidad.

— Buen chico— murmuró, disfrutando de ese pequeño momento.

Así permanecieron un rato más hasta que Elaine escuchó pasos tras ella y al volverse, se encontró con dos paladines exhaustos que carraspearon cuando llegaron hasta donde estaba.

— Señora— uno de ellos anunció— el Padre Carden ha dicho que debe curar a un par de heridos y luego ir a su tienda.

— De acuerdo.

Elaine asintió lamentando las ilusiones que se había hecho y tras dejar a Medianoche atado con los demás animales asegurándose de que iba a estar bien, los siguió por el campamento mientras pasaban por grupos, dúos e incluso paladines solos descansando o agonizando después de la lucha acontecida.

ENEMY ──── cursed.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora