Ira

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Hola, me llegó la inspiración así que aquí está es te capítulo.
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Tuve que posponer el encuentro con los Senju, ya que de un día para otro entré en celo. Era extraño que no lo presentará en invierno como los demás, pero tomando en cuenta que apenas habían arreglado mi útero lo consideré en ese momento como una bendición​ inconveniente.

No era el mejor momento, ya que la situación estaba muy tensa al vernos rodeados de dos potenciales enemigos. Tanto al consejo como a nosotros nos pareció extraño que no detectamos a los Senju ante; un espía rebelo que se debía a una barrera que levantaron capaz de defender y atacar. Su invisibilidad se debía a que estaba hecha con almas y no chakra, pocos clanes eran capaces de algo así de atroz. Y no nos habíamos enfrentado jamás con alguno.

Fue la peor semana de mi vida, empecé preocupandome pensando que haría cuándo mi alfa me viniera   a buscar; para el quinto día me logré hacer a la idea de que el imbécil no se presentaría. Ni siquiera con mi nueva habilidad de sensor pude detectarlo.

Me sentía miserable, pensé que nada podía ser peor que sufrir mi celo completamente solo y tratando de confortar a mi omega interno que estaba a nada de hundirnos en una profunda depresión y autodesprecio.

Qué estúpido

Izuna estaba en el hospital tratando de recuperar la movilidad de sus miembros dañados, así que papá se quedó a cuidarme. Trató de reconfortarme; me dijo tantas palabras amorosas que me sentí un niño de cinco años otra vez, incluso me dijo que esto era una experiencia con la que podría enderezar mi camino hacía mí felicidad. Con su ayuda el sexto día solo tuve que lidiar con el dolor físico.

El séptimo día desperté por el barullo. Me asomé a la ventana para ver quiénes hacían tanto ruido. Eran esos miserables ancianos y estaban dando un discurso a todo el clan menospreciando el liderazgo de mi padre y le exigían que renunciara a su derecho de dirigirnos.

Pagado de mi mismo, me cambié la ropa y busque la espada de mi padre, la misma que le dieron el día de su envestidura. Era el símbolo del compromiso de mi padre para proteger a su gente, la misma que por voluntad la mando a hacer para que los defendiera con ella. Una metáfora de hierro, la espada simbolizaba el honor esa era su verdadera arma y el cobijo de nosotros.
Sólo mostrarla haría callar a esos viejos y a quiénes pensaran que estaban en lo correcto. Este era un símbolo sagrado y faltarle al respeto se pagaba con sangre.

Cuando baje y logré colarme entre la multitud hasta el frente. El líder del consejo seguía con su discurso. Padre ya ni le ponía atención y sólo le dió un golpe en dónde más les dolía: la sangre de Indra no corría con la misma pureza en sus venas que en la nuestra y jamás lo haría.

Dicho eso, se dió la vuelta y se dirigió a nuestra casa. Los viejos estaban rojos de ira, apretaban sus quijadas y los puños. Desde que me  mamá murió ese había sido el veredicto final de cada discusión que habían tenido, siempre que se pusieran así de tercos.

Por eso nos confiamos, por eso mi padre está muerto.

De la nada un grupo de ninjas, inmovilizaron a mi padre y a mí con un genjutsu. Me sostuvieron para que no me perdiera ningún detalle de cómo la cabeza de esos hijos de puta le cortó la garganta a mi papá y el aún así sacó fuerzas para decirme: vivan, por favor.

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El dolor en mi corazón desgarró con  mis tejidos ardientes y viajo por cada rincón hasta concentrarse en mis ojos. La lava en mis venas se precipitó por las cuencas y mi cerebro.

Dolor, dolor, dolor no podía procesarlo. No había diferencia entre uno y otro. Y de pronto todo se volvió increíblemente nítido.

Tirado en el suelo sentí y vi cada chakra iluminado, incluso la red neuronal del bosque...Me aturdió este mundo y sus alcances.

Una vez que me estabilice y pude "ponerme en pie" corrí hasta dar con uno de esos ancianos. Lo apuñale con la espada hasta dejarlo como una masa de sangre y viseras irreconocible.

Mi celo se extendió una semana más producto del estrés en que me encontraba. Durante el calor no es extraño oír que uno se concentra tanto en el placer y su obtención que dejas atrás las demás necesidades primarias.

Sólo que mientras los demás se sumergen en fluidos corporales, aromas, caricias, besos, etc. Yo me dediqué esa nueva semana a darle cacería a los asesinos. Sus huellas de energía se plasmaron en mi cerebro, lo que facilitó su captura y exterminación.

Los perseguí dónde fuera. No me importó acabar con ellos frente a sus familias en su cocina; arrastrarlos fuera de los troncos de los árboles; ahogarlos en el río;  destriparlos; calcinarlos; desollarlos; los torture de todas las formas posibles pero el dolor no menguó. Pero me hizo sentir más tranquilo.

Sólo dos de esas bestias se me escondieron, lloré por la cólera de no hallarlos. También fue la primera vez que pisé mi casa desde la muerte de papá.
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Recuperé el conocimiento en mi bañera, me desmaye después de enjuagarme. Estaba a un paso de la hipotermia.

Me desplomé en la cama de papá y me enrollé en sus sábanas olían a él y a Izuna. Mi casa, mi hogar. Fue el mejor nido que he hecho hasta ahora.

Abrieron la entrada, no sé que tanto tiempo después de que llegara. Zuzu me encontró sepultado entre lágrimas y ropa de cama. Lo abracé como nunca antes pero el no me correspondió...Y no venía solo.
Los dos sacos de mierda que me faltaban estaban detrás de él.

Zuzu se paró frente a mí y me dijo que ellos lo trajeron para calmarme. ¡Después de lo que hicieron! ¡Querían sacrificarme como a un animal! Mi hermanito solo movió los labios preguntando:- ¿Acabaste con todos?-
Yo señalé a sus acompañantes, ya estaban muertos antes de tocar el suelo, con dos pares de ojos brillantes disfrutando la vista.
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No incinerados el cuerpo de papá cómo lo dictaba la tradición, lo enterramos hasta que podamos darle una ceremonia digna.

Prácticamente no salimos de casa. Aprovechamos el tiempo para mejorar. Yo le enseñé todas las artes combativas que sé y él me mostró como usar mi sharingan. Después de ello comíamos  o nos acurrucabamos en la cama de nuestro papá.
Sólo yo salía para cazar y recoger hortalizas. El cuidaba la casa, pero aún más importante protegía los ojos de nuestro padre.

No queríamos tener contacto con el clan, ellos tampoco. Huían cuando me veían a la distancia, creo que pensaban que en cualquier momento cometeríamos un genocidio. Su desconfianza era tal que ni siquiera se atrevían a atacarnos, no creían poder con ambos.





El celo del bosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora