Alas rotas

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El aire comenzó a hacerme falta, no podía sentir mis dedos y mucho menos mis piernas. La desesperación se apoderó de mi en cada segundo que pasaba, la mascarilla que cubría mi nariz y boca se empañó con mis intentos de atrapar el aire.

—Ma... —mi garganta estaba seca y mis labios dormidos dificultaban aún más mi inútil intento de llamar la atención de mi madre. Un quejido resonó en mi pecho y por obra de magia mamá levantó la cabeza, su expresión estaba cargada de preocupación.

—Adrien, despertaste. —susurró como si asimilara que mis ojos estuvieran abiertos. —Gabriel... —llamó a papá por lo bajo. —¡Gabriel!, ¡llama al médico! —rápidamente se reincorporó con movimientos torpes y moví mi cabeza algo desorientado. —¡Adrien despertó!

—Ma...

—Shh... Cariño, no hables. Tranquilo, estás bien. —acarició mi cabeza y papá se asomó a verme antes de correr hacia afuera.

Quería moverme, tenía una extraña necesidad de querer sentarme, pero lo que más quería era que alguien me dijera que había pasado.

—Adrien, tienes que calmarte. —el beep de la máquina a mi lado comenzaba a ir más rápido. —mamá está contigo y ya viene el doctor.

Los ojos verdes de mamá me transmitían una calidez inigualable y su voz aterciopelada no le perdía alcance. Miré a Marinette a mi lado y él miedo volvió a golpearme.

La presión en mi pecho se asemejaba a una vez que Nino me despertó cargando mi torso, estábamos en un campamento y teníamos quizás unos doce años, sólo que la sensación era prolongada y casi agonizante en este momento.

—Ella está bien, Marinette está bien. Sólo duerme por los sedantes que le administraron, pero está bien... Hace unas horas estábamos hablando con ella, así que hazme caso y por favor respira profundo.

—No sien... to...

Las puertas se abrieron y un doctor entró junto a una enfermera. Papá tomó a mi madre por los hombros y la alejó a mi abrazándola, mientras, se mantenían al costado de la camilla en una distancia prudente.

—Adrien, soy el doctor Kanté. —se presentó y encendió una pequeña linterna apuntando a mis ojos. —¿sabes por qué estás aquí? —intenté responder pero no pude. —parpadea una vez para si y dos veces para no. ¿Sabes cuál es tu nombre? —afirmé. —¿conoces a quienes están aquí a mi lado? —apuntó a mis padres y afirmé otra vez. —bien, ¿sabes lo que ocurrió contigo? —negué. Tomó mi mano y me pinchó con una aguja. —¿sientes esto? —afirmé y miré a la enfermera, quien anotaba en unas hojas quien sabe qué cosa. —no te asustes si no sientes del todo, es porque te administramos medicamentos muy fuertes y aún falta para que desaparezcan de tu sistema. ¿Puedes mover los dedos de los pies? —hice lo que pude y recostó mi brazo nuevamente para ver hacia abajo. —bien, escucha... Te haremos unos estudios más, pero no tienes de que preocuparte, ¿te parece? —afirmé y salió rápidamente con mis padres detrás suyo.

La enfermera se quedó y comenzó a revisar las máquinas a mi lado, volvió a registrar en su tabla e hizo lo mismo con Marinette.

Miré a Marinette todo el rato, era mejor que estar viendo el techo y mis padres demoraban en volver. Si mi madre tenía razón, ella sólo estaba sedada y eso me tranquilizaba dentro de no entender lo que había sucedido.

Lo último que recuerdo es ir con Marinette en mi auto camino a casa, la música sonaba y ella sonreía sin parar, incluso se había puesto a cantar conmigo. Todo se sentía tan cálido y feliz, nos hicimos novios... Pero ahora estábamos en un hospital.

Luego de unos minutos la enfermera salió y miré la puerta siguiendo su trayecto, un policía entró y se acercó a mí con una expresión seria e incluso me atrevería a decir que algo arrogante.

—Adrien Agreste. —nombró a la vez que se sentaba donde estaba antes mi madre, yo sólo lo observé. —tengo preguntas que hacerte sobre el accidente que tuviste y sobretodo tu relación con la señorita a tu lado. —apuntó a Marinette y la miré por reflejo.

—Ya le dije que no puede entrar. —la voz de mamá me hizo volver los ojos al policía, quien se puso de pie frente a mi madre.

—Señora, sólo hago mi trabajo.

—Me importa un cuerno su trabajo. Mi hijo acaba de despertar y aún tienen que hacerle más exámenes, así que hágame el favor de salir y esperar a que el médico le dé autorización. —mamá se veía molesta por donde sea que la mirara, su ceño fruncido y su lenguaje corporal decían: no te atrevas a contradecirme o te sacaré los ojos. —o me veré en la obligación de hacer una denuncia por hostigamiento.

—Emilie... Sabes que es importante para el caso tener los testimonios frescos.

—Roger, no me hagas repetirlo.

—Es mejor hacerlo ahora que después, ni siquiera me dejaste hablar con la niña.

—Ni Marinette, ni Adrien están en condiciones para dar una declaración, así que sal de aquí o llamaré a mi esposo para que te lea sus derechos por si se te olvidaron.

—Estaré afuera. —Mamá se cruzó de brazos y bufó cuando la puerta se cerró, pero rápidamente cambió su expresión a una serena y sonriente.

—Mi amor, ¿cómo te sientes? —avanzó lentamente a mi, peinó mi cabello hacia atrás y besó mi frente. —no te preocupes por el teniente. Por ahora haré que no te moleste, así que descansa.

—Mamá. —ni siquiera yo reconocí mi voz, sonaba tan ronca y aireada, que cualquiera diría que era un gato de cien años maullando. —¿qué pasó?

—Tuviste un accidente en el auto. Marinette salió ilesa, no fueron más que unos golpes y el efecto látigo. El impacto fue por tu lado, así que tocaste la peor parte, pero ya estás bien...

—¿Hace cuánto? —murmuré y tomó mi mano depositando un beso, sin apartar sus ojos de los míos.

—Hace tres días. —abrí mis ojos por la sorpresa. —te sometieron a una operación de emergencia.

—¿De qué? —su semblante se entristeció lo suficiente como para asustarme, evitó mi mirada, se puso de pie y descubrió lentamente las sábanas, dejando a la vista mi brazo izquierdo completamente enyesado.

Esto no puede estar pasando... Debe ser un mal sueño. Un terrible sueño del cual tengo que despertar lo antes posible.

Mi visión se nubló, un líquido tibio empapó mis mejillas, no pude evitarlo y simplemente dejé las lágrimas caer.

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