Casualidades

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La soledad me atormentaba y la tristeza me invadía, la casa ya no emitía sonidos de risas ni platicas amenas, todo se había quedado en silencio, la felicidad se la había llevado mi esposo en aquel viaje sin fecha de regreso, han pasado seis meses y mi pequeña ya no ríe, ya no juega con sus muñecos de felpa y perdió el interés en las estrellas, trataba de hacer sus días más felices llevándola al parque de diversiones, museos, de nuevo al planetario pero todo era en vano, nada le emocionaba si no estaba con su papá a su lado, su rostro seguía sin expresión alguna, en su semblante se sentía la tremenda amargura que cargaba encima, una pequeña de ocho años no podía tener este estilo de vida, su padre volvería algún día y tendría que ser paciente, tal y como yo trataba serlo.

—Mamá, ¿Cuando vuelve mi papá?— Mi pequeña sin despegar sus ojos de mi rostro preguntó.

—Tiene un trabajo muy importante que hacer Sarada, volverá en cuanto termine— Respondí sin quitar mi vista del plato tomando con mi mano el cubierto.

—¿A caso no le importo a mi papá?— Dijo al mismo tiempo que su vista se clavaba en el suelo.

—¡Por supuesto que le importas!— De inmediato respondí con un tono exaltado en mi voz.

—¿Entonces porqué no vuelve?— Me levanté de mi silla y rápidamente llegué a mi pequeña poniéndome a su altura en cuclillas.

—Sarada, somos muy importantes para tu papá, es por eso que se fue, para protegernos de cualquier enemigo que quiera hacernos daño, te prometo que muy pronto estará en casa de nuevo, se que ahora no lo entiendes, pero algún día lo harás.

Sus lindos ojos negros comenzaron a inundarse, a punto de brotar sus lágrimas, la abracé con fuerza y la estreche contra mi pecho, mis lágrimas también querían rodar por mis mejillas pero no iba a permirlo, tenía que brindar fortaleza a mi pequeña, de hoy en adelante Sarada y yo saldríamos adelante confiando ciegamente en Sasuke.

—Sarada, tienes que prometerme una cosa— Mi pequeña me miro atentamente mientras se limpiaba las lágrimas.

—Prométeme que serás fuerte y paciente con el regreso de papá, debes seguir estudiando y jugando cómo antes lo hacías, tu papá te ama y haría lo que fuera por ti, hasta dar su propia vida a cambio de la tuya, lo menos que puedes hacer es ser la misma de antes, hazlo por él ¿Si?— Acaricie su mejilla limpiando la última lagrima derramada.

—Sí mamá, te lo prometo— Una sonrisa por fin apareció en su rostro, se abalanzó a mis brazos y de nuevo la abrace fuertemente, había logrado que mi hija entendiera lo importante que era para mi esposo esa misión, nuestras vidas no volverían a ser como cuándo él estaba en casa, pero esperaríamos ansiosas su regreso.

La promesa también iba dirigida para mi misma, me esforzaria mucho durante su ausencia, me metería a estudiar medicina como algún día había soñado, quería ser una esposa digna de él, me convertiría en médico y lograría que mi esposo estuviera orgulloso de mi en su regreso, no podía estar llorando todos los días, me di cuenta que tenía que estar a su altura y me esforzaria para conseguirlo.

(...)

En un gran salón de la universidad decenas de personas estaban sentadas mirando atentamente hacia la mesa directiva, mis dedos apretaban con fuerza la toga que llevaba puesta, mis tobillos golpeaban ligeramente el suelo con son de desesperación, mi nombre seria el próximo a mencionarse, por fin obtendría mi titulo universitario como medíco, giraba de vez en cuando mi cabeza hasta donde estaban mis seres queridos, Sarada a lo lejos levantaba su mano haciendo un ademán para saludarme cada vez que la veía, mi madre estaba a punto de brotar lágrimas, mi padre con un semblante tranquilo sonriente me miraba, mis amigas Ino y Hinata estaban ahí mismo gritando descontroladas mi nombre con unos carteles en sus manos, estaba muy feliz pero cada que miraba esos lugares esperaba ver a mi esposo, sabía que era imposible que él estuviera ahí, pero mi esperanza hacia que volteará buscándolo por todos lados.

Amores que matan (Finalizada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora