Capítulo 14

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Usar el cielo de papel

Emilio terminó de colocar los platos sobre la mesa que habían sacado a la terraza. Al fondo del jardín podía ver a Ruy emocionado y brincando alrededor de Joaquín que tenía el rostro sobre el telescopio enseñándole sabrá dios qué, pero estaba más entretenido y ocupado en no dejar de prestar atención a la emoción de Ruy. Renata los acompañaba en silencio pero parecía muy divertida.

Hacia una hora que los Bondoni habían llegado a su casa. Emilio, fiel a sus pensamientos internos, había recibido a Joaquín como quien recibe a un amigo; pero a medida que la noche avanzaba, no podía dejar de notar ciertas cosas. Primero, notaba lo emocionado que él mismo estaba por tenerlos ahí, la segunda, lo feliz que estaba por ver a su hijo tan expectante y, la tercera, que un Joaquín tan comprometido y paciente enseñando astronomía a un niño de siete años era algo de admirar.

Reyna se sentó a lado de Renata después de casi chocar con Ruy que corría con un banquito para dárselo a Joaquín que no había despegado ni un poco el rostro del telescopio.

―Perdón, ―le dijo Ruy a Reyna, apurado acercándose a Joaquín.

―No te preocupes, cariño, ―Reyna miró a Joaquín y Ruy trabajando juntos y sonrió dulcemente. Eso no ayudaba a Emilio a olvidarse de lo estúpidamente familiar y doméstico que estaba resultando todo. ―Realmente se ven muy lindos trabajando juntos.

―Lo son. -Contestó Renata. -Ruy me recuerda bastante a Joaquín. Cuando tenía su edad, estaba obsesionado con la luna y el universo. Mi mamá decía que siempre me hacía salir con él al balcón a la misma hora y hablaba de los planetas como si entendiera algo o él lo hiciera también. Teníamos ocho y seis años. ―Renata sonrió para sí misma. ―Ahorró durante mucho tiempo para tener su primer telescopio y, después de eso, se volvió un dolor de cabeza con sus pláticas sobre estrellas, los astros y todas esas cosas, ―había tanta nostalgia y cariño en esa historia que resultaba entrañable; Renata era dura como una roca pero se notaba que admiraba a su hermano, y ese sentimiento no pasó desapercibido para Reyna que sonreía cálidamente.

Emilio, en cambio, intentó ahogar esa nueva sensación que le estaba despertando Joaquín del presente, ese que estaba en su casa haciendo que su hijo sonriera y que le estuviera regalado su tiempo como si fuera un tipo más, un tipo cualquiera.

―Listo, ―dijo Joaquín feliz separando por fin el rostro del telescopio. ―Localicé a Orión, ―parecía tan satisfecho consigo mismo y entusiasmado que contagió a todos, sobre todo a Ruy. ―Además, configuré el telescopio así que podemos tomar imágenes de lo que vemos y enviarlas por bluetooth para imprimirlas.

―¡SI! ―Ruy gritó chocando las palmas con Joaquín.

―Vas primero, ―le dijo Joaquín a Ruy acercando el banco para que el niño pudiera subir y ver.

Emilio perdió la cuenta de cuánto tiempo duraron ellos dos sólo viendo al cielo. Ruy preguntaba algo y Joaquín le respondía, luego, veía por su móvil y señalaba algo y Ruy le respondía. Durante todo ese proceso sólo fueron ellos dos en su burbuja. Emilio intentó suprimir sus celos. Sabía de la afición de Ruy por el universo, pero él nunca había sabido como fomentarlo o acercarse a él para compartir eso y para Joaquín había resultado tan sencillo.

Dios, qué clase de tipo era sintiéndose celoso por algo así. Emilio se removió incómodo en su asiento.

―Tranquilo, es normal sentirse excluido. Cuando Joaquín se ponía así también me pasaba. Era ridículo, lindo, pero ridículo, ―le dijo Renata sonriéndole.

―Me siento el peor papá el mundo al estar celoso por eso, ―Reyna negó divertida.

―No eres ni de lejos eso. Sólo que, así como Ruy no está acostumbrado a compartirte, tú tampoco estás acostumbrado a compartirlo, ―Emilio sonrió sabiendo que Reyna tenía totalmente la razón.

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