Capítulo 18

1.5K 173 22
                                    

Tan frágil 

Siete años antes

Entrar a la habitación y casi tropezar con un par de maletas abiertas fue la primera alerta roja que se encendió en su cabeza y aún así no creyó que las cosas serían tan malas. 

Se equivocó.

Emilio caminó hasta llegar a la fuente del llanto. El bebé estaba en medio de la cama; por la desesperación de su sollozo, imaginó que llevaba así un buen rato. Ingrid arrojaba ropa al suelo sin ningún cuidado y sin dirigirle una mirada al pequeño que exigía su atención con toda la fuerza de sus pulmones. 

—¿Qué está pasando?, —Emilio prácticamente corrió hacia la cama y tomó al pequeño entre sus brazos. Por el olor pudo percibir que su llanto era producto de la incomodidad que le provocaba traer el pañal sucio. —¿Qué estás haciendo, Ingrid?, ¿que no escuchas al bebé llorar?

Ingrid le daba la espalda y parecía completamente sorda a su voz, al llanto de su hijo. 

—¡Ingrid!

La joven finalmente giró para enfrentarlo y Emilio vio en su rostro que no era la única persona en aquella habitación que había estado llorando por mucho rato. Por un momento se asustó. 

—Ya no puedo, Emilio. Ya no puedo. 

Oh, no. No de nuevo. Cuando había recibido un mensaje de Ingrid pidiéndole que fuera urgentemente al departamento, Emilio no se había imaginado aquello. 

—¿Por qué hay dos maletas en la sala?, ¿qué vas a hacer?

Emilio lo sabía y aún así hizo la pregunta esperando estar equivocado. Ingrid soltó una risa que no tenía ni un poco de diversión en su mirada. La joven alzó sus manos con frustración. 

—¿Qué no es obvio? Me voy, me largo. Lo intenté… te juro que lo intenté pero ya-no-puedo. 

Sus últimas palabras eran apenas audibles por el llanto de Ruy. Emilio soltó un bufido harto de ignorar las demandas del pequeño y se lo llevó a la otra habitación para cambiarlo de pañal. 

—Shh, shh, Ruy. Tranquilo, aquí estoy. Papá está aquí, tranquilo. —Emilio era consciente que su propia voz comenzaba a quebrantarse pero aún así encontró las fuerzas para sonreír cuando el llanto del bebé disminuyó un poco. 

Los pasos a su espalda le anunciaron que Ingrid lo había seguido. 

—¿Escuchaste lo que te dije, Emilio?

No era la primera vez que Ingrid expresaba sus intenciones de irse, que exclamaba lo mucho que le estaba abrumando la maternidad.

—No puedes irte, no así… ¡Tienes un hijo!

—¡Ya no puedo!

—¡Deja de decir eso!

Ruy comenzó a llorar una vez más. Ingrid pareció sentirse culpable por la reacción del pequeño pero en su rostro había más frustración que nada.

—Dale de comer, duérmelo o lo que sea, pero haz que deje de llorar, por favor… Voy a terminar de hacer las maletas. 

Completamente en shock, Emilio no pudo responder nada y mucho menos seguirla. Su atención se desvió completamente hacia los gritos de la criatura en sus brazos. Decidió atender primero a su hijo y después hablar con ella. 

Le tomó media hora para que Ruy dejara de llorar. No había logrado que comiera nada, parecía más cansado que hambriento y lo dejó en la cuna. Cuando regresó a la otra habitación, los bultos de ropa habían desaparecido y un miedo recorrió su cuerpo. Caminó rápidamente a la sala y no pudo ocultar su alivio al ver a Ingrid sentada junto a la mesa. 

Espacio SideralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora