Capítulo 16

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Tomar las nubes

El sol se filtraba a través de la ventana de cocina produciendo un calor levemente insoportable. Emilio intentó presentar atención a las risas y la conversación que se llevaba frente a él, seguía pensando en los eventos de la noche anterior. Se había decidido a olvidar el asunto, pero volver a ver a Joaquín hizo que pasar por alto la noche anterior fuera misión imposible, aquello le molestaba al grado de tenerlo irritado. Tal vez por esa razón encontraba el sol insoportable, el calor demasiado fuerte y la plática insípida. Quería salir de ahí, deseaba no ver a Joaquín, pero, sobre todo, quería no verlo junto a Ruy porque aquello sólo le hacía pensar en cosas que no quería ni imaginar.  

Soltando un profundo suspiro, miró a lo largo de la mesa y sorprendió a Reyna y Gonzalo lanzándose miradas de adolescentes enamorados. Dios, eso era aún peor. Estaba feliz por Reyna, claro, pero eso no quería decir que en ese momento tuviera estomago para el romance y el amor. Y esos corazones que se dibujaban en los ojos de Gonzalo se le hacían tan ridículos que el desayuno se le estaba revolviendo en la tripa. 

Emilio venía de una familia ruidosa y escandalosa. Estaba acostumbrado a los desayunos caóticos, llenos de risas y ladridos, pero esa mañana no estaba feliz con el ruido y con las caras de felicidad de todos. Él simplemente quería agarrar a su chamaco y largarse de ahí para no volver a ver a Joaquín y no volver a tener esos impulsos tontos como la noche anterior. 

—Joaquín, —la llegada de Ramiro le dio una salida de sus pensamientos. —Estamos listo para el embarcadero, el yate está esperando.

—¿Yate?, ¿qué es un yate, papá? —Emilio se concentró en los ojos de su hijo y luego miró a Joaquín que parecía no querer encontrarse con su mirada.

—Es un barco, hijo. Un barco muy lujoso… —Joaquín terminó de beber su café y le agradeció a Ramiro que se despidió no sin antes mostrar una cara graciosa porque sabía que su jefe se le iba a armar. —Joaquín, —Emilio no quería intercambiar palabra con él pero era obvio que ese tema no podía quedarse así,—Un yate es demasiado, no podemos…

—De hecho, no es propiamente un yate. Es apenas un barquito, una lancha, —Emilio entrecerró los ojos queriendo desaparecer a ese hombre y sus estúpidos ojos brillantes y su deslumbrante sonrisa. —En serio. Es sólo para que podamos recorrer Valle; digo, es mi forma de poder darles un paseo adecuado ya que no creo que sea muy pertinente caminar por todo el pueblo. 

—¿Un barco? —Ruy saltó emocionado de su lugar al regazo de Joaquín. —¡Genial! Mi abuelito una vez nos llevó a pescar en uno, pero yo estaba chiquito y papá no me dejaba asomarme porque no sabía nadar pero ahora ya sé. 

La exasperación de Emilio subió por su garganta. Simplemente genial. Él ya tenía la idea de recorrer el pueblo a pie, eso le serviría para alejarse de esa casa y de quienes estaban en ella. Pero claro, Joaquín tenía que venir con sus ideas ostentosas y emocionar a Ruy. Era un tipo detestable… sí, muy atractivo pero detestable. 

—¿Todos vamos a ir a ese paseo?, —preguntó Gonzalo haciendo a un lado su desayuno y con cara de enfermo e interrumpiendo el enojo de Emilio. 

—Pues mi idea es no obligar a nadie, claro, pero pensé que sería algo que podríamos disfrutar todos. —Joaquín miró a los presentes en la mesa. 

—¡Yo quiero ir! —Gritó Ruy dando un salto de Joaquín a su papá. 

—Eso no me deja muchas opciones, ¿cierto? —Respondió Emilio con frustración. Sabía que estaba haciendo feliz a su hijo y se resignó. 

Para eso era para lo único que servía Joaquín: Para hacerlo enojar a él y hacer feliz a Ruy. 

—Yo sí voy, —dijo Renata terminando de comer. 

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