Capítulo 8

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Mis poderes no son nada

―¿Crees que estamos haciendo lo correcto, mamá?, ―su madre lo sonrió dulcemente. 

―Es un paso enorme, corazón. Pero es un paso hacia la libertad. Es algo que quieres, ¿no? ―Joaquín asintió. Le dio un beso en la mejilla a su madre y luego firmó el acuerdo. 

―¿Nervioso?, ―Joaquín sonrió. 

―Muerto de nervios, mamá. Pero esto valdrá la pena, lo sé ―ella guardó el documento en su portafolios. 

―Siempre nos hemos arriesgado. No es algo nuevo, hijo. ―Joaquín asintió. Su madre tenía razón, ―Joaco… ―le dijo su madre después de verlo por unos segundos. —¿Es esto lo que te tiene así?, ―Joaquín apretó los dientes y evitó desviar la mirada para que su madre no tuviera la certeza de que le mentía. 

―Sí, mamá. Han sido unas semanas difíciles, ―ella sonrió acariciándole la mejilla con ternura. 

―Me voy, aún tengo una reunión con los abogados y luego tengo que ir a la disquera, ―su mamá le dio un beso en la frente y tomó sus cosas, pero antes de irse, le dijo, ―El día que quieras hablamos de eso que tiene tus ojos tan tristes. 

Y con eso, su madre ser marchó. 

Joaquín se dejó caer sobre el sofá con los ojos cerrados y una sensación extraña en el pecho. Su contrato con la disquera estaba por terminar y Joaquín estaba convencido de no querer renovar. Quería tener su propio lugar, estaba haciendo todos los planes para ello. Lo único que se interponía entre ello era que aún tenía que sacar un nuevo disco para completar con las cláusulas del contrato y que dicho disco vendiera una cantidad obscena de dinero. Lo malo era que Joaquín ya no quería componer más canciones para que terminaran siendo de una disquera. 

Fue a su madre a la que se le ocurrió la idea del nuevo concepto del disco. Joaquín cantando éxitos del nuevo regional mexicano haciendo honor a los grupos o cantantes mexicanos que habían hecho famosos a los temas. La lista pronto se lleno de nombres que iban desde Los Ángeles Azules hasta La Banda el Recodo. 

Joaquín estaba emocionado con la idea. No era un secreto para nadie que conocía poco de la música regional mexicana y esa era una forma de rendirle culto y empaparse de ella. Sólo esperaba que la disquera aceptara. De no hacerlo, iba a tener que esperar más para poder librarse de ellos. 

Abrió los ojos y miró hacia la mesa de centro donde descansaba su celular. Intentó ignorar el dolor de su corazón pero era imposible. Tenía dos semanas sin saber nada de Ruy y Emilio. Había respetado al pie de la letra los deseos de su antiguo compañero de trabajo. Aunque eso estaba significando estar subiéndose por las paredes de la ansiedad por no saber nada de ellos. 

Tenía tantas interrogantes, pero sobre todo le preocupaba el motivo por el cual Ruy se había escapado de la escuela. Constantemente se preguntaba cómo estaban llevando eso. Si Ruy se preguntaba dónde estaba él y si Emilio seguía enojado con él.

Joaquín aún sentía nauseas al recordar las palabras de Emilio y su rostro después de haberle besado. Se estremecía del asco consigo mismo. Lo había forzado. Dios, qué horrible era pensar en ello. Emilio había tenido toda la razón al correrlo como lo había hecho. Podía decirse a sí mismo que había confundido las cosas, que había supuesto que la atracción era mutua, que había sentido la química entre ellos y por eso lo había besado. Pero la realidad era que nada de eso justificaba el beso. 

Joaquín no tenía derecho de aprovecharse del momento vulnerable que había sentido Emilio para acercarse de esa manera a él. Y era cierto, el hecho de que Emilio fuera bisexual no significaba para nada que tuviera que sentirse atraído por él. Había sido un idiota, el peor de los idiotas, y por eso había perdido a Ruy y su amistad con Emilio. 

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