Capítulo 27

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La luna, el cielo, el sol

Emilio se extendió sobre el sofá aferrándose al cuerpo de Joaquín mientras era besado tan pero tan bien. Las palabras no sólo parecían haberle liberado, también le habían dado el poder de sentir más, de dejarse envolver por el fuego que por fin había derretido esa burbuja en la que había vivido encerrado por años y sentía que con ese beso su cuerpo y mente volvían a renacer, que el vacío de los últimos meses era reemplazado por la presencia de Joaquín. 

Se restregó contra el otro cuerpo sintiendo la dura erección de Joaquín presionándose contra su cadera. Emilio gimió roncamente, chupó la lengua de Joaquín y se aferró a sus rizos. Estaba hirviendo, quería ser consumido por él y terminar de abrir cada espacio de su ser para compartirlo con Joaquín. 

Metió sus manos por debajo de la ropa de Joaquín para tocar su piel y gimió al sentir su lengua deslizándose por su boca con determinación absoluta. Elevó la cadera buscando más fricción, lo quería, lo necesitaba. Su cuerpo entero estaba ardiendo por ser tocado de nuevo por él.

―Joaco, ―gimió mientras el otro llevaba los labios a su cuello. ―Dios… ―aferró sus brazos alrededor de Joaquín, ―Quiero… necesito que me folles de nuevo. ―Sí, eso era lo que quería. Lo que se moría por sentir de nuevo.

Joaquín se detuvo una fracción de segundo para sonreírle tan encantador como siempre. Una sonrisa con esa mezcla de ternura y condenado deseo. 

Su primera y única vez, Emilio había estado consciente que se había sentido vulnerable e intimidado ante esa mirada, pero ahora, con todo lo dicho entre ellos, lo único que sentía con la mirada de Joaquín era un calor en todo su cuerpo y que derretía todas sus barreras. 

―Sí, pero no aquí, ―dijo Joaquín e hizo un camino perfecto con su boca desde su cuello hasta la piel detrás de su oreja. ―Te quiero en mi cama, ―le susurró con esa voz suave que le hizo erizarse. ―Quiero una imagen de ti en ella, gimiendo mi nombre mientras te corres conmigo follándote.

―Dios… ―Emilio tembló de deseo. Podía entender completamente porque Joaquín tenía a la población masculina de Miami rendida a sus pies.

Joaquín lo tomó por la cintura y lo elevó sentándolo a horcajadas sobre él, besándolo, sintiendo sus manos acariciándole la espalda. Emilio le removió la chaqueta y le sacó el crop top para dejar expuesto ante sus ojos el perfecto torso. Lo había visto antes, claro, pero quería disfrutarlo sin la premura y la acelerada excitación.

Y también lo había visto sin camiseta cuando apenas era un adolescente, con ese cuerpo delgado e incipientes músculos de un chico que estaba dejando de ser un niño y que seguía creciendo y desarrollándose. Pero, ahora, ahí estaba un nuevo Joaquín, todo un hombre con finos vellos oscuros cubriendo los pectorales de su pecho que continuaba por su abdomen completamente marcado y fuerte. Emilio simplemente quería inclinarse y lamer esas líneas que formaban sus músculos. Un jadeo salió de él al sentir la desnudez contra el tacto de la palma de sus manos.

Emilio repartió besos por el cuello de Joaquín, por sus pectorales y por los marcados cuadros de su abdomen. Iba a llegar más allá pero Joaquín le detuvo tomándole suavemente de las muñecas.

―Subamos…

Les tomó más de lo normal recorrer las escaleras. No podían evitar detenerse en cada rincón para besarse y seguir alimentando la excitación.

Al entrar a la habitación, Emilio se separó de los labios de Joaquín sólo para satisfacer la curiosidad y ver cómo era y se quedó sorprendido. El lugar era maravilloso. Tenía una preciosa vista al mar que hacía de la simplicidad de la habitación toda una maravilla. Joaquín lo abrazó por detrás y enterró el rostro en su cuello. Emilio sintió un calor en su pecho al sentir los brazos de Joaquín rodeando su piel y se echó para atrás sólo para sentirlo completamente contra él. 

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