Capítulo 10

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Regalarte las estrellas


Emilio sentía que tenía una úlcera y, sino la tenía, estaba seguro que estaba a punto de desarrollarla... eso o cáncer de estómago. Seguramente era cáncer, sí, eso debía ser. No podía ser normal que todos los días se levantara con dolor en la boca del estómago. Un dolor que se acentuaba cuando veía a su hijo que seguía escondiéndose en el armario para ver los videos de Joaquín, a su hijo que seguía sin hablar con él de lo mucho que extrañaba a su amigo, a su hijo al que le estaba ocultado que todos los días veía a Joaquín en el trabajo.

Y no, su deplorable estado de salud no tenía que ver con la culpa, claro que no. Estaba dispuesto a negarlo incluso cuando el dolor en su estómago se agudizaba al ver a Ruy.

Y, por el otro lado, estaba Joaquín. El estúpido, completamente serio y formal, Joaquín Bondoni Gress. En esa semana trabajando juntos habían avanzado en escoger las canciones para el disco. Evidentemente, Joaquín tenía una muy buena relación con Dennis. Cada que llegaba bromeaba con ella, se la pasaban hablando sobre canciones y temas que quería incluir en su disco. En cambio, con Emilio se limitaba a preguntarle su opinión estrictamente profesional y, eso estaba bien, hasta su jefe parecía más tranquilo de ver que Joaquín quería sus consejos. Todo estaba infinitamente bien... sólo que... realmente no lo estaba.

Emilio también se sentía culpable de haber generado esa distancia entre ellos. Se sentía culpable porque Joaquín parecía siempre estar a la defensiva con él y evitando acercarse más allá de la relación profesional que tenía con la empresa y con él. No es que Emilio quisiera su atención, claro que no, sólo que... era jodidamente incómodo y Emilio odiaba la incomodidad. Eso era todo.

Como de costumbre, Emilio dejó sus cosas cerca de su mezcladora de sonido, tomó los audífonos y esperó la llegada de la estrellita. Joaquín apareció quince minutos después con su sonrisa de siempre, unos jeans ajustados de color gris, una simple camiseta blanca, cargaba una bandeja con café para todos y una variedad obscena de panes de alta calidad libre de gluten y hechos por artesanos de la zona o una mamada así... Emilio no entendía como era que la hacía Joaquín. Ese tipo era nefastamente bueno.

El estómago de Emilio dio una punzada cuando Gonzalo, el asistente de Joaquín, le entregó su café negro con dos cucharas de azúcar y su muffin de arándanos. De verdad quería odiar a Joaquín por nunca ser él quien le entregara el café con una sonrisa como lo hacía con Dennis, quería odiarlo pero se lo hacía levemente difícil sabiendo que siempre llegaba con su orden predilecta.

El día avanzó sin sobresalto alguno. Joaquín le sonreía a Dennis, luego le hacía preguntas serias sobre el trabajo, le preguntaba a él su opinión y después seguía hablando con Dennis con una sonrisa que él nunca recibía.

Todo muy sencillo, todo muy normal, todo muy tortuosamente indiferente.

Todo hasta que el móvil de Emilio empezó a vibrar. Lo tomó viendo la pantalla. Eran las once del día, Ruy estaba en la escuela, así que leer justamente el nombre del colegio en la pantalla hizo que todo el cuerpo de Emilio empezará a sentirse caliente y sus manos frías. Dios, estaba a punto de desmayarse, se obligó a contestar. Debía verse como una mierda porque Joaquín dejó su remilgada actitud para acercarse cautelosamente a él. Le iba a vomitar esas lustrosas botas moradas, seguro eran italianas y hechas a la medida.

-Diga... -respondió menos firme de lo que se imaginó.

-Señor Osorio, -odiaba tanto que lo llamarán así. Recordó la última vez que le hablaron y le dijeron así, le habían informado que Ruy se había escapado del colegio. -Le llamamos porque Raúl tiene fiebre. Acaban de salir al receso y él se quejó con su profesora de que tenía un dolor muy intenso en el abdomen. Se le checó la temperatura como protocolo y tiene 39° de temperatura. ¿Puede venir por él?

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