Me duele la cabeza, me duele el cerebro.
Me está agarrando una locura extraña todos los inviernos que no puedo manejar porque es algo extraño e incompetente para lo que muchos suelen observar de mí.
Me acostumbré a que alguien me diga las cosas y a veces no me duelan porque debo ser frío para tantas personas que son como el whisky, amargo, fuertes para algunos y suaves para otros, todo dependiendo de cómo los mires en tus ojos.
Corro el maldito riesgo de ser diferente, el que me duela la cabeza por pensar en que no podré llenar las expectativas de una persona, saber que me desespera esperar una respuesta favorable para calmar mi vida haciendo que la aguja del reloj se acelere sin que juzgue mis emociones tan vulnerables para los vientos que sopla el cielo.
Me duele la vista de ver como se me caen los trofeos de mi corazón por rendirme a mi humildad y dejar que me pisen la espalda para que no se manchen los pies con el polvo de la ignorancia. Escuchar que debo cambiar porque me van a pagar mi falsedad alterada por las molestias de los demás, por decir lo incorrecto en momentos justos donde la incomodidad me juega una mala pasada todas las tardes a la misma hora.
Esa ansiedad que te hace perder el aire para hacerte inconsciente de los consejos buenos por unos minutos y termines escuchando lo que te atormenta de los otros. Termino hablando con mudos que fingen ser sordos pero que no me asusta su presencia, lo que me asusta es cuando hablen y dejen de fingir que son sordos para decir lo que nadie dice de vos o de mí.
Me duele el cuerpo por exigirle que aguante los azotes estresantes que recibo de las traiciones, de las mentiras más piadosas para ser hundido en las redes más peligrosas de la traición, me duele el cuerpo por eso mismo, por abrazar a cactus humanos que cambian mediante su circunstancias en sus laberintos llenos de globos que contiene bombas.
Me duele el cerebro por obligarlo a que intenté entender porque me encierro en un cuarto grande, pintado en blanco con líneas muy finas de colores fuertes, como si fuese una señal que pasa por mi vista y la ignoro sin darme cuenta, algo que no tengo que dejar que me siga pasando porque voy a seguir dejando que me pisen la espalda para que no toquen ni se ensucien con el polvo del dolor, de la ignorancia, voy a seguir dando lo mejor de mi alma hasta que me quedé sin batería en mi cabeza.
Que intensa es esta vida
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Un Año Sin Rosas Ni Dioses
PoetrySeguramente se te apagó el cigarro, se en frío el café, el vino ya no huele a uvas, el te es de jengibre y tús lágrimas se secaron por el frío que recorre en tu cuerpo.