Introducción

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0. "Asesinato de un asesino"

17 de noviembre de 2017
Bar de Santros
11:50 pm


Platón solía decir que la obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo. Pero, ¿quién es capaz de determinar realmente aquello que es justo o no? Dichosos aquellos que puedan lograr la ecuanimidad en esta sociedad, porque su mayor error fue creer que podía hacerlo.

Guido estaba sentado en un bar aquella noche.

Su vida consistía en, supuestamente, castigar a los que castigan, repartir equidad en un mundo injusto. El hombre no paraba de repetirse que trabajaba por la imparcialidad en el mundo, desconociendo totalmente aquella injusticia disfrazada a la que se enfrentaba diariamente.

La noche en la que, irónicamente, mataron a Guido Efftein, era hermosa. El cielo estaba despejado dejando ver numerosas estrellas, incluso desde el insólito rincón donde se encontraba el asesino de Guido. Había una brisa, pero era tan ligera que no llegaba a molestar.

Lucía tranquilo y paciente, aunque esperaba a alguien.

Sus dedos inquietos eran lo único que parecía delatar su ansiedad. El sonido de sus uñas al chocar con la copa de vidrio constantemente quedaba apaciguada por la música de fondo del lugar, sin embargo desde lo suficientemente cerca se lograba escuchar el sonido rítmico que marcaban sus toques.

Hace unos cuantos años, él no se imaginaría jamás en la situación en la que se encontraba. Sentado en aquel bar que apenas comenzaba a renombrarse en el pueblo, con su copa de vino a dos tragos de finalizar y esperando a una mujer que aparentemente lo había dejado plantado.

Parecía distante, lejano. Su presencia se notaba pero sus pensamientos no estaban en el mismo lugar que él. Tal vez pensaba en las miles de opciones que tenía para matar a su objetivo cuando llegara. Sí, el hombre sentado en el bar era un sicario, pero pocas personas se percataban del aspecto intimidante del homicida.

Había más de un asesino en el bar de Santros aquella noche. Quizás eso era lo que la pintaba tan peligrosa. Todos caracterizados por esa calma enfermiza antes de su ataque. Uno tomaba un vino en la barra, otro escondido, mirando las estrellas. La experiencia que poseían en el arte de matar los camuflaba entre los simples mortales, haciendo imposible su distinción incluso para el mejor detective. La gente no le dedicaba miradas, nadie sospechaba nada.

Cada uno estaba en su mundo, y Guido permanecía en el suyo.

Al comienzo, su consciencia sobrellevaba su trabajo diciendo que repartía justicia, aunque la verdad, no siempre lograba convencerse. La escasez de ingresos en aquel tiempo y su falta de estudios lo habían convertido en eso, y es por ello justamente que se encontraba allí, esperando a Daniela, la mujer que debía matar esa noche.

La justicia con la que nos manejábamos nunca era justa. Por eso Guido tenía que equilibrar todo por mano propia. Aunque si cobraba por ello, mejor.

Hasta donde sabía, Daniela se había metido con su cuñado, y fue su misma hermana quien la mandó a matar. Sabía que la venganza y el dinero nunca eran una buena convinación, aún así no iba a juzgar mientras le pagaran bien. Guido debía mantenerse al margen de los porqués, creía que era la fuente principal de su riqueza. Por lo tanto aquella mujer lo merecía, por infiel, punto.

Los sicarios tenían un buen sueldo. Supongo que el precio de una vida bastaba para comprarse un traje de marca acorde al lugar donde estaba. Acompañando su vestimenta, un reloj que simulaba ser de oro puro reposaba en su peluda muñeca, aunque ambos sabíamos que él no malgastaría su dinero en accesorios que podían perderse con tanta facilidad. Aquel reloj le pertenecía a alguna de sus víctimas, premio consuelo que le recordaba lo bueno que era en su trabajo.

Libres de pecado - [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora