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~Capítulo 11: "Levantarse"~

«El bar no había abierto todavía.

Había grandes expectativas al respecto, puesto que en el pueblo sólo había un barcito que atentaba con irse directo a la quiebra. Era la oportunidad perfecta para los empresarios, comenzar un nuevo proyecto en un lugar donde la gente estaba ansiosa por salir a emborracharse y vivir la buena vida.

Claro que, tiempo al tiempo. El emprendimiento recién se había propuesto, y desde allí hasta que se concretara había centenares de pasos que dar aún, pero era inevitable sentir esas expectativas palpables que se percibían en todo Santros.

A Emerson lo habían contratado para que ayudara a remodelarlo, porque era evidente que aquel local necesitaba seriamente un arreglo en sus paredes y una profunda limpieza. Antes del revuelo, aquella era una esquina abandonada, donde nadie sabía qué había sido y era centro originario de todas esas leyendas terroríficas que nadie se animaba a comprobar.

Llegué al anochecer, y golpeé la puerta de dudosa estabilidad. Debía admitir que me daba algo de inseguridad pararme ante una casa imponente de la que se desprendían las historias urbanas más temidas del pueblo.

Abrieron despacio. Escondido detrás de la puerta, Emerson me esperaba con una brillante sonrisa que desprendía travesura propia de un niño. Le devolví la sonrisa y me adentre en el local, que era un completo desastre.

Había tarros de pinturas por doquier, escobas y productos de limpieza. Mientras él renegaba con la cerradura de la entrada, aproveché para inspeccionar su atuendo manchado de mugre y pintura, pero que ayudaba a resaltar su oscuro cabello.

Cerró la puerta, finalmente, y se apoyó en ella, sonriendo como un completo idiota.

Te extrañé.Susurró.

Reí antes de acercarme. Él se enderezó expectante a que lo alcanzara. Una vez que llegué junto a él, pasé mis brazos por su cintura, abrazándolo y aspirando su aroma extraño por la combinación de olores, pero que también era propio de él.

Me correspondió el abrazo, besando exageradamente mi mejilla provocando que ambos rieramos aún más fuerte.

Yo más.»

Los recuerdos me atormentaban y eran inevitables. Imposible era no llorarlo, a él y a su recuerdo, porque su ausencia era algo que haciendo cualquier cosa, jamás podría solucionar.

Y me dolía, mierda. Lo extrañaba, y era consciente de ello, pero nunca supe cuánta falta me hacía hasta que ya no tuve la oportunidad de verlo porque sencillamente decidió terminar con su vida.

Sentía culpa, quizás, demasiada. No podía evitar pensar que parte de sus penas eran responsabilidad mía y de nadie más, después de todo, la culpa sólo es crear en otros el infierno que nos pertenece y ser completamente consientes de ello.

Me había encerrado en una burbuja impenetrable de culpa, rencor y odio, prestando especial atención a éste último sentimiento que parecía empeñado en atormentarme. Porque apenas anunciaron que el corazón no le latía, empecé a odiar a todos.

Odié a los policías que dejaron a mi suerte lo que le pasara a Emerson, odié a su madre que también de alguna u otra forma lo había abandonado, odié a Brielle que convirtió su vida una miseria, odié a los doctores que no habían podido salvarlo, odié a cada integrante de Santros que había hecho de su vida un infierno, e incluso odié al mismísimo Emerson, por el simple hecho de irse en lugar de enfrentar sus problemas.

Libres de pecado - [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora