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~Capítulo 18: "En la boca del lobo"~

Golpeé la puerta de la casa tres veces. Inquieta, me balanceé sobre mi lugar buscando apaciguar mis nervios. Mordiendo mis labios, observé la casa, amarilla y pintoresca, llegando a la conclusión de que no aparentaba para nada el hogar de un asesino.

Escondida en un lugar pequeño y pasando desapercibida por años, el nido de mentirosos seguía de pie, intimidando a nadie más que a mí. Estoy segura de que nadie en el pueblo podría esperar los oscuros secretos que se escondían puertas adentro.

Supongo que estaba mal de la cabeza después de todo. Es decir, ¿quién en sus sano juicio iría voluntariamente sabiendo lo que ahora sé? Eran mis ansias por descubrir la verdad las que me impulsaban a cometer estupideces como esta de las que me arrepentía cuando ya no podía dar marcha atrás.

Tomé con fuerza las correas de mi mochila. Rasque mi nuca ojeando la ventana para ver si había alguien en casa. Parecía vacía.

Tomé valor y suspiré. Golpeé otra vez.

—¡Ya voy! —exclamaron del otro lado. Los vellos de mi brazo se erizaron. Observé la puerta de madera digna de la casa de una familia clase media promedio, esperando a que no me abrieran nunca. La idea de salir corriendo inundaba mi mente, pero mis pies no parecían querer reaccionar a las órdenes que mi cerebro estaba desesperado por cometer.

Tomé aire convenciendome de que hacía lo correcto. Hablo de que apesar de ser una idea suicida, algo en mi cabeza me decía que si me iba jamás descubriría la verdad, y para ello necesitaba que me la digan a la cara.

Hacía años que no venía, y era la primera vez que iba a cruzar por esta puerta en lugar de utilizar la entrada a la panadería que estaba a mi costado. Claro que cuando lo hacía, tenía cinco años e ignoraba varios hechos del matrimonio Efftein.

La puerta se abrió con un ensordecedor chirrido.

—¡Oh, Levy! —exclamó la señora Efftein limpiando las manos en su delantal floreado. Estaba cubierta de harina y tenía los ojos tristes. –¡Qué sorpresa! Hacía mucho que no te pasabas por aquí. Adelante.

Le sonreí por cortesía y entré con algo de miedo. La verdad es que nunca hubiese esperado averiguar lo que sé de una mujer como ella, llegando al límite de esconder un cuchillo en mi bolsillo por si la situación lo requería. Esperaba no tener que usarlo.

—Es verdad... —comenté. —¿Cómo está? Siento mucho lo de su esposo.

Suspiró y bajó la mirada un instante para después subirla con una sonrisa que no me creí.

—Bien... dentro de todo. Me alegra que hayas venido. Siéntate, querida. Voy a preparar café.

La señora era tan servicial y amable que no entendía cómo había escondido esto tantos años. La frené. Por supuesto que no iba a tomarme ese café. Por favor, su marido murió envenenado.

—No se moleste —le dije. —Debo hablar de algo rápido con usted.

—Oh, está bien. —pasamos al comedor. Se sentó en una de las sillas de madera que rodeaba la mesa y yo hice lo mismo. Llevé mi mano hasta el cuchillo que había traído sin revelarlo, por las dudas de que tuviese que sacar información a la fuerza. Después de todo, no sabía hasta qué punto estaba involucrada esta mujer con el asesinato de su esposo. —¿Qué te trae por aquí, Levy? —sonrió con cortesía.

Libres de pecado - [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora