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~Capítulo 2: "Malas Lenguas"~

El día era horrible. Combinaba perfectamente con las ideas de mamá, quien estaba empeñada en asistir a la Iglesia aquel fin de semana. 

Como miembros activos de la comunidad, estábamos obligados moralmente a asistir a misa cada domingo, por la sencilla razón que se resumía a ahorrarnos unos cuantos malentendidos. Las malas lenguas andaban con demasiada soltura, y con rapidez te condenaban a un rechazo social por ateo e irrespetuoso.

Aquel mediodía tan dramático, cubierto de gris chispeando gotas cada tanto, había tenido la ingenua esperanza de que mamá deseara quedarse en casa. La explicación a esto no era muy complicada: odiaba ir a la Iglesia.

No voy a negar que tenía cuestionamientos en contra de la organización religiosa, pero lo que más me molestaba de ella era precisamente que ya no estabamos hablando de una religión.

El pueblo de Santros afirmaba ser exclusivamente devoto a la Iglesia. Después de mucho tienpo, entendí que sus ceremonias milagrosas se transmiten diariamente a las seis de la tarde en los canales de chusmerío y se arrodillan cada vez que deben escuchar una conversación ajena para no ser vistos. En lugar de susurrar oraciones a su dios, en voz baja se relatan la vida del prójimo, y en vez de persignarse al ingresar al templo, se codean para criticar el vestido horrible que se puso la vecina.

En un mundo repleto de hipocresía como aquel, tener doctrinas que incrementaran estos malos hábitos eliminaban cualquier fé que se pudiese tener de una buena evolución como sociedad.

Aquellas ceremonias ya no se trataban de ninguna creencia divina, contrariamente a lo que sus presentes afirman. Ir allí significaba recibir una aprobación masiva o un repudio social importante, que debilitaban las bajas autoestimas de aquellos que no cumplían los requisitos para encajar en los estereotipos añejos que se consideraban correctos. Razón principal por la que trataba de alejarme de esa tóxica comunidad.

Al ser joven, los vecinos más entrometidos del barrio justificaban mi falta de emoción diciendo que era una época de rebeldía propia de todos los adolescentes, y que pronto se me pasaría. No lo negaba, con ello evitaba malas miradas hacia mi familia, así que dejaba que se covencieran de lo que quisieran.

Vivían encerrados en una burbuja impenetrable, protegida de ignorancia, hipocresía y preceptos contradictorios. Nadie que viniese de afuera podía intervenir, porque nunca lograban entender el funcionamiento ilógico que promulgaban las voces más importantes de Santros. La única razón por la que formaban parte es por ser lo único que se les inculca desde jovenes por lo que no conocían otra opción. Él había sido quien me había abierto los ojos.

Aún así mamá insistía en asistir cada semana para pedir por nuestra familia y, en este caso, por Brielle. Mamá no siempre fue bien recibida. Luego de caer en una fuerte depresión hace unos años y alejarse de la Iglesia por un tiempo, el regreso fue duro. A esta altura ya estaba acostumbrada a que susurraran «Loca» a su alrededor, pero igualmente no dejaba de incomodarla.

La única razón por la que permanecía en aquel lugar estaba a mi lado apegada a mi brazo derecho. Mamá sostenía una foto de Brielle envuelta en un rosario rojo mientras le prestaba atención al sacerdote parado frente a nosotras.

Fue casualidad, por lo menos para mí, que aquel día también se llevara a cabo el funeral de Guido Efftein.

Tenía serias sospechas de que mamá lo supiese y no me hubiese dicho nada para que la acompañara sin quejas. No había salido de casa desde que mi hermana desapareció porque creía que volvería en cualquier momento, y ella quería estar cuando eso sucediese. Por eso me sorprendió bastante el hecho de querer salir de allí para presenciar la misa del domingo. No dudé en acompañarla cuando me lo preguntó, sabía que esto podía ser un gran avance para su salud mental. Aún así, no iba a emocionarme por ello, eso sólo significaba que mamá estaba cayendo en la dura realidad de que Brielle no iba a aparecer mágicamente por la puerta de casa, y la verdad, todavía no sabía si aquello era bueno o malo.

Libres de pecado - [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora