Su cuerpo fue zarandeado con cuidado. La adolescente se removió en su lugar y continuó durmiendo como si nada. Otro movimiento en su hombro fue suficiente para que la chica de cabello negro azulado despertara de una vez.
- ¿Qué quieres? – Frotó sus ojos antes de bostezar y mirar el reloj en la mesita de noche – Son las dos de la mañana – Se volvió a recostar ignorando las quejas de su amiga.
- Frosta despierta, recuerda que iríamos a ver la lluvia de estrellas – La chica castaña señaló el telescopio que sostenía su otra amiga. La antes nombrada “Frosta”, bufó y se sentó nuevamente en la cama.
- Chicas, es peligroso salir allí afuera, estamos en mitad de la nada, rodeadas de naturaleza y hay osos en todo el puto bosque – La chica a su lado le tapó la boca haciendo un gesto de silencio con su dedo índice.
Holly, quien era la que sostenía el telescopio contra su pecho con mucho cuidado, tomó la palabra - No iremos tan lejos, además prometiste acompañarnos.
- Igual iremos sin ti, así que decide, nos acompañas o te quedas aquí preocupada – Frosta se restregó la cara y frunció sus cejas.
- De acuerdo, iré con ustedes – Se levantó de su lugar mientras sus dos amigas festejaban en silencio. Los padres de Frosta habían decidido ir todo un fin de semana a uno de los parques nacionales en Colorado, específicamente el Black Canyon of the Gunnison National Park.
Frosta odiaba ese tipo de viajes, por lo que pasar todo un fin de semana rodeada de naturaleza y encerrada con sus padres sería una agonía total. En su desespero, se le ocurrió la genial idea de invitar a sus dos mejores amigas, quienes se emocionaron con el viaje. Sus padres no opusieron resistencia a la idea de la chica y se llevaron a sus amigas para complacer a su pequeña.
Las chicas se enteraron, gracias al guardia del parque, de la maravillosa lluvia de estrellas que ocurriría esa madrugada. Planearon una salida a escondidas para poder verla con el telescopio que alquilaron antes de dejar atrás el puesto del guardia e internarse en el bosque.
A Frosta nunca le pareció una buena idea pero no quería arruinar la felicidad de sus mejores amigas, así que justo en ese momento se encontraba adentrándose en lo más profundo del bosque, a mitad de la madrugada y sin saber cómo rayos volverían a la cabaña.“Genial Frosta, al menos tuviste que haber marcado el camino de vuelta”
Se recriminó mentalmente mientras seguía de cerca a sus muy animadas compañeras. La adolescente de catorce años estaba bastante concentrada mirando los alrededores, para ella todo lucía igual, solo habían árboles, fango, arbustos enormes, más árboles y ruidos irritantes.
Sus amigas se detuvieron y la chica chocó con la espalda de una de ellas. Se sobó su frente antes de encararlas - ¿Por qué se detienen? ¿Ya llegamos? – La pelinegra miró alrededor para darse cuenta que, efectivamente no habían llegado a ninguna zona abierta.
Rebecca, su otra amiga, señaló uno de los arbustos frente a ella, el cual no dejaba de moverse.
Holly negó y sonrió – Debe ser solo un conejo, aquí hay muchos de esos – Frosta dudó y levantó una ceja. Holly se encaminó, bajo la atenta mirada de sus amigas, hacia el arbusto de donde provenía ese irritante chirrido.
Al moverlo un poco no encontró nada tras este, por lo que se volteó para encarar a sus compañeras – Ven, no era na – No pudo terminar siquiera de pronunciar la palabra, pues unas extraños brazos grisáceos, con garras puntiagudas en las puntas de sus deformes y huesudos dedos, la jaló nuevamente hacia aquel enorme arbusto.
Frosta y Rebecca se quedaron congeladas en el lugar, mientras los gritos de la chica morían en la calma del bosque. La rubia fue la primera en reaccionar, gritó el nombre de su amiga a todo lo que sus cuerdas vocales dieron. Sin pensarlo se acercó corriendo hacia el lugar para no encontrar nada. Se giró hasta Frosta, quien aún seguía en la misma posición de hace unos segundos. La pelinegra reaccionó al sentir un sonido provenir de una de las ramas de los arboles, y luego otro en un árbol más alejado.