Capítulo 15: SÍMBOLO

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El portón de madera es golpeado desesperadamente, se escuchan pasos rápidos y respiraciones aceleradas. El portón es abierto por un hombre joven y apuesto, dejando ver a un grupo de tres personas, pálidas y sudorosas, dos hombres y una mujer, rondando los 40 a 50 años de edad, sus rostros dejan ver la desesperación y el terror que sienten. 

— ¿Es usted Don Miguel de Bartolomé? — habla de forma acelerada el señor de edad más avanzada al dueño de la casa.

— Así es, ese soy yo, ¿En qué puedo servirles a esta hora de la noche caballeros.... y.. dama?— pregunta de manera cautelosa el dueño de esa casa.

— Disculpe nuestro atrevimiento en venir a molestarlo tan tarde a su casa, pero necesitamos urgentemente de sus servicios. El obispo Martín nos mandó a buscarlo... dice que es el único que puede salvar a nuestros niños... — la mujer que está a lado del hombre mayor suelta un sollozo, secándose las lágrimas con un pañuelo notoriamente usado mientras que el otro hombre le da un abrazo en un intento de consolarla.

— Si el obispo Martín es quien los manda, quiere decir que el asunto debe ser sumamente delicado, ¿no es así?— respondió Miguel, ya totalmente despierto y con la preocupación reflejada en su semblante. 

— Me temo que si, la situación se a descontrolado... no somos capaces de contenerlo por más tiempo...— responde con voz temerosa aquel hombre y le explica brevemente la situación , sus manos tiemblan y el sudor resbala por su frente empapando el cuello de su camisa ya húmeda.

—Bien, déjenme tomar mi maletín, no demoraré ni un minuto — Miguel habla de forma apresurada, dejando el portón entreabierto y adentrándose a paso ligero en la casa.

Camina hacia el estudio, donde abre su maletín de cuero negro y mete velozmente todas las cosas que puede necesitar, entre ellos, ese libro forrado en piel, el crucifijo de plata, un botellín conteniendo un líquido azul translúcido y su inseparable colgante de mineral salinizado, el cual lo guarda en el bolsillo interno de su saco, cerca a su corazón.

Cierra con llave el estudio, entra a la habitación principal, donde su mujer se incorpora lentamente de la cama somnolienta.

— ¿Qué sucede Migue? — susurra Isabel con voz rasposa, mientras soba sus ojos con la mano derecha intentando espantar el sueño.

— Es la familia Polimio, al parecer la nieta y otros jovencitos estuvieron metiendo sus narices donde no debían y ahora la situación es difícil de controlar, debo ir y averiguar exactamente qué ocurrió, ya sabes cómo son estas cosas... — dice Miguel tratando de no entrar en detalles y preocupar a su esposa — descansa amor, intentaré no tardar demasiado, cuida a los chiquilines por mí — con una sonrisa llena de amor acaricia el muy abultado vientre de su mujer, quien cuenta con casi nueve meses de embarazo y deja un beso en su frente.

— Está bien... pero por favor, ten mucho cuidado, te estaremos esperando los tres en casa — susurra Isabel con voz temblorosa — Lo estás llevando contigo ¿verdad? 

—Siempre... — dice  Miguel y asiente con firmeza. Con su mano derecha toca su pecho, justo a la altura del corazón palpando el colgante. Isabel  coloca su mano encima de la de Miguel, en su pecho, mientras con la otra toma a Miguel por el cuello y lo acerca dejando un corto, pero no menos intenso beso en los labios. 

Miguel le corresponde aquel corto beso y con una sonrisa segura, se aleja cerrando la puerta de la habitación, corre hacia el portón, cierra este asegurandolo y dando un último vistazo a la casa se aleja siguiendo a aquellas tres personas, que empezaron a caminar a pasos apresurados y siendo iluminados por la luna, que poco a poco se iba tornando de un color rojizo, casi escarlata.

El secreto de la luna ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora