Capítulo 14: EL ORIGEN

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SIGLO I DESPUÉS DE CRISTO

Corremos entre la oscuridad, tratando de escapar de los guardias romanos, definitivamente, estos no se rinden. Debemos llegar al refugio antes que nos atrapen y sentencien a muerte.

Felipe a mi lado, corre tratando de esquivar algunos árboles, estamos en un bosque, cerca de la cueva donde los demás discípulos nos esperan. Desde que Jesús murió y ascendió al cielo, en Pentecostés, hemos estado huyendo, a causa de que el emperador de Roma, Nerón, emitiera un edicto para la persecución de todos los seguidores y discípulos de Jesús. 

Sin embargo, no podemos darnos por vencidos, la palabra de Dios debe ser transmitida, debemos cumplir con la última voluntad de Jesús, aunque eso implique nuestra inminente muerte. Aún tenemos mucho que hacer, desde registrar las enseñanzas de nuestro maestro, hasta encontrar hombres fieles, dispuestos a escuchar las enseñanzas del señor. 

— Por aquí Natanael, sígueme — me susurra Felipe, escondiéndose tras un tronco caído.

 — ¿Sabes si los demás ya se encuentran en la cueva? — le pregunto ansioso.

— Imagino que sí, acordamos reunirnos a esta hora, pero no esperaba encontrarme con tantos guardias rondando por aquí, ya sabes que generalmente no hay tantos a esta hora — me dice jadeando por el cansancio. estuvimos más de media hora corriendo, tratando de escapar de esos guardias. 

— Sí, tienes razón, es raro que a esta hora aún hayan guardias por aquí — le digo dándole la razón, mientras trato de controlar mi respiración.

Escuchamos pasos y voces a lo lejos, siento como el viento sopla fuertemente, y el crujido de las hojas al ser pisadas resuenan. Felipe a mi lado se queda en silencio y saca de su bolsillo un pedazo de papel, donde contiene una nota escrita a mano.

— ¿Es la que te dió María?—pregunto curioso.

— Así es, me lo dió días atrás, después de que atraparan y ejecutarán a Pedro y a Pablo — dice con tristeza, el recuerdo de ese suceso nos parte el corazón, sus muertes claman justicia.

— Era inevitable que nos culparan por el incendio, a pesar que claramente, no tuvimos nada que ver con él — respondo con voz queda, tratando de borrar ese horrible recuerdo, muchos de nuestros hermanos fallecieron en aquel incendio. El emperador Nerón, nos culpó de haberlo causado y como castigo, incineró a muchos de nuestros hermanos y hermanas. — ¿Que dice en la nota? — pregunto sacudiendo mi cabeza de un lado a otro, en un intento de borrar ese doloroso recuerdo.

— Quiere que nos dividamos, que viajemos a otros lugares esparciendo las enseñanzas del maestro, sabe que aquí corremos demasiado peligro y esta es la única forma de evitar que nos aniquilen a todos. Además, recuerda lo que dijo el maestro, "Id y enseñad a todas las naciones", si esa es la voluntad del señor, debemos cumplirla — dice con temor, pero con renovada esperanza.

— Sí, lo recuerdo perfectamente, debemos hacerlo entonces — respondo con firmeza.

— ¿Sabes que a María no le queda mucho tiempo verdad? —comenta con voz resignada.

— Lo sé, siento como si estuviera perdiendo a una madre — una lágrima solitaria desciende por mi mejilla y trato de apartarla lo más rápido posible, para que Felipe no la vea.

— Tenemos que sacrificarnos, para poder construir un mundo mejor, en donde las enseñanzas de nuestro maestro sean escuchadas por todos y sus seguidores no sean perseguidos.

— Amén hermano.

Nos quedamos  en silencio, cada uno sumido en nuestros pensamientos, tratando de acumular valor para enfrentar lo que se viene. Ya no se escuchan las voces ni los pasos, parece que estamos a salvo.

El secreto de la luna ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora