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Séptimo Capítulo.
Algo más que inefable.

Mackenzie.

El viernes llegamos a las 10:30pm a la residencia. Cuando Stacey cayó rendida en mi hombro, Nathe y yo observamos a la pequeña chica que en aquella tarde se había comportado en un principio borde y ahora parecía un dulce retoño.

Después de ese día no los puedo ver igual, ni a ella ni a su hermano. Sobretodo por aquellos pequeños datos que se le escapaban a Stacey, haciendo que mis deseos de conocer a Nathaniel al cien por ciento, se potenciarán  mil por cien, y también haciéndome considerar que no he tenido actitudes muy cordiales con él, tratandolo como un cero a la izquierda.

Vale, ya les dejo de lenguaje matemático.

Ese mismo viernes, por llegar a las altas horas, mi mamá me detuvo para un interrogatorio en su estudio.

—Esos amigos con quienes estabas, ¿son vecinos nuestros? —pregunta mientras organizaba un montón de papeles.

—Sí, son los que viven diagonal a nosotros —respondó, jugando con uno de los tantos lapiceros.

—¿La familia Loween? —sube la cabeza y me ve sorprendida a través del vidrio de sus lentes—. Que casualidad, hoy en la correspondencia había una carta de la Sra. D'Loween invitándonos el domingo a cenar en su casa —vuelve su vista a los papeles.

—Oh —pestañeo—. En Cargary abunda la amabilidad, tanto que es contagiosa.

—Tomaré eso como un "si quiero ir a la cena" —rie.

—¿Y papá? —desvio el tema.

—Está en la cocina. Anda a sabotearlo un poco —da un guiño rápido y sigue en lo suyo.

Entonces aquí estoy, preparándome para ver a Nathaniel y a Stacey, más el resto de su familia, otra vez.

—¡MACKIE! ¿Ya estás lista? —grita Maddie desde el piso inferior.

—¡Vooy! —me doy un último vistazo y bajo las escaleras. Me detengo justo en el último escalón frente a mi madre.

—Tu vestuario esta... —consistía en un vestido cómodo de verano, junto a zapatillas con medias cortas escolares, y un peinado sencillo de cabello suelto, al cual le daba forma dos pasadores de cabello—... lindo, muy tú. Tiene toda tu escencia en él —termina por decir de forma reflexiva pero no deja de sonar gracioso, muy sujeto de luz.

—Voy a suponer que eso fue un cumplido —ella ríe y se aleja.

Madie llevaba unos sofisticados pantalones de vestir con una elegante camisa blanca por dentro.

Poco después sale mi padre, con unos jeans y una chemise como la que usan los que juegan golf perfumado, bañadito y panzoncito.

Vale no.

Mi mamá me paso la bandeja de tequeños caseros que "voluntariamente" me mandó a hacer, para después agarrar una bola navideña de Central Park que decidió regalarle a la vecina por la invitación.

Y así es como estaba, de nuevo, de frente a la entrada de la casa de Nathaniel en menos de cuarenta y ocho horas.

Kendrick tocó el timbre, y al poco tiempo una linda señora de cabellos castaños y vestido del estilo de los 50's cubierto por un delantal nos abre la puerta.

Como si fuera en automático extiendo la bandeja con tequeños con una sonrisa de niña buena.

—Oh linda, no era necesario —dice viéndome con ternura.

Memorias de un ayer y de un por venirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora