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Décimo Capítulo.
¿Entonces?

Nathaniel.

—Khristopher.

—Dime aunque sea una razón aceptable para que me estés llamando a las tres de la madrugada, pringado. Apenas hace una hora había podido conciliar el sueño —estoy seguro que eso dijo, o eso espero. No sé que tan bueno soy descifrando palabras de Khristopheritas borrachos del sueño.

—Pues yo no he podido dormir en toda la noche y quiero que me digas por qué —espero que me oiga lo desesperado que yo creo que me oigo.

—¿Y YO CÓMO VOY A SABER POR QUÉ? —grita a través de la línea claramente aunque su voz aún esta adormilada.

—No sé, pero eres algo así como la persona más apegada a mí y deberías poseer telepatía conmigo, ¿no? —espero un rato a oír la respuesta, pero esta nunca llega—. ¿Alo?

—Mañana voy a tu casa, ahora déjame dormir por el amor de todos los panes de guayaba. Adiós —y tranca la llamada.

Como dijo, a la mañana siguiente apenas saliendo de mi habitación, lo encontré hablando con mi hermana mayor, Lizzy. Se veía fresco como las verduras en clima frío, a diferencia de mí que me veía...

—Oh Nathaniel me parece que aquí acabo lo nuestro, nunca creí que te verías tan feo en las mañanas. Pareces mapache que fue a rehabilitación por su alto consumo de heroína —y así es como Khistopher recibe a sus amigos que tienen rollos existenciales, sí.

—Nath, sabes que te quiero, pero como te ves no me sorprendería que una fiesta de piojos este en tu cabeza y una familia de baterías este viviendo por todo tu ser, ni siquiera parecemos familia —hay que agregar que mi hermana mayor siempre se ve impecable, aún con su horrible uniforme del trabajo que parece camisa de promoción color naranja con rosa—. Me voy al trabajo, busca de limpiarte por fis.

Y aunque ellos me hayan descrito así, en este momento solo podía describirme con un adjetivo: detestable.

Kriskris invadió mi habitación al toque, dejándose caer en la cama como si en realidad la habitación fuera de él. Así que como un buen propietario me senté en el suelo.

—Está bien, ahora sí, cuéntame que te acontece —se acuesta de lado, mirándome—. Por tus fachas puedo ver que no pegaste el ojo. Y lo siento, puedo ser muy perfecto pero aún no poseo telepatía, así que te toca hablar.

—Sabes Mackenzie.

—¿La pelirroja?

—Sí —asiento con la intención de continuar pero...

—¿Con la que me engañas? —asiento de mala gana—. ¿La misma que me hizo creer por un tiempo que eras masoquista?

—Khristopher —reprendo, y como le llega la indicación hace el gesto de sellar los labios con un cierre—. ¿Sabes que ayer dijiste que al que no bailara no le darías de tus bolsitas con comida?

—La gente culta lo llama cotillón, pero tu gente dice contillón a los bailes escolares,  todo muy loco —normalmente no me interesaría que interrumpiera tanto, pero dado a que no pude dormir nada me siento como un drogadicto en abstinencia. Dado a mi mala cara se sienta abrazando una almohada—. Sí Nathaniel, y como es reglamentario debieron bailar y desbordar corazones y blahblahblah.

—No —niego—. O tal vez. De eso no es lo que quiero hablar.

—¿Entonces para qué lo mencionas?

Uno.

Dos.

Tres.

Treinta.

Memorias de un ayer y de un por venirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora