🍃Una hoja

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Una ventana, una salida

Esta es mi historia: avisándote que de normal, no tiene nada

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Esta es mi historia: avisándote que de normal, no tiene nada.

Esta es mi historia, y no tiene nada de común.

A los ocho años, un accidente automovilístico acabó con la vida de mis padres, dejando a mi hermana Elisa y a mí solas. Las deudas acumuladas por ellos hicieron que los prestamistas se llevaran todo, lanzándonos a la calle.

Al ser menores y huérfanas, fuimos enviadas a un orfanato, el lugar donde comenzó nuestro verdadero sufrimiento.

El ambiente era inquietante: las paredes grises y agrietadas, la humedad y el moho, y sobre todo, las caras sombrías de las monjas. Los gritos de una habitación oscura y los ruidos aterradores a medianoche solo sumaban al miedo constante.

En el orfanato, los niños mayores eran los favoritos. El resto de nosotros sufríamos el maltrato, tanto de los niños mayores como de las monjas.

No había educación ni higiene. Las monjas nos trataban de manera cruel, como si fuéramos animales.

Cualquier error o "mentira" resultaba en castigos severos. Nos encerraban en un pequeño cuarto lleno de ratas, donde arañas caminaban sobre nuestras cabezas y ratones se deslizaban entre nuestros pies.

Recuerdo una vez que me negué a recoger el vómito de otro niño. Como castigo, me encerraron con una serpiente sobre mis hombros durante casi dos días. El miedo me hizo orinarme, y por ello me obligaron a hincarme bajo el sol con las manos en alto. Después de eso, no hablé durante una semana.

Aquel orfanato estaba en un lugar apartado de la ciudad, por lo que escapar nunca fue una opción viable para nosotras. Para mí, estar ahí era terrible, pero para mi hermana Elisa, resultaba aún más cruel.

Elisa era hermosa; su cabello rubio y sus ojos azules brillantes le daban el aire de una princesa. Sin embargo, al llegar a ese lugar, perdió el brillo en la mirada y nunca volvió a pronunciar una palabra.

Desde el primer día, nos separaron en diferentes habitaciones, por lo que no la veía con frecuencia. Cuando lo hacía, notaba el deterioro en su piel desnutrida y las sombras alrededor de sus ojos. Siempre mantenía la cabeza baja y temía incluso el contacto físico más ligero.

Un día la encontré tirada en el piso de uno de los baños, rodeada por un charco de sangre. Sus ojos, abiertos y vacíos, miraban al techo...

Muerta.

No pueden imaginar lo que sentí en ese momento

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No pueden imaginar lo que sentí en ese momento.

No tiene explicación.

Me había dolido la muerte de mis padres, pero... la muerte de Elisa, me había destruido el alma.

Tuve que cargar con el peso de su muerte, sin respuestas: "¿Quién lo hizo? ¿Por qué a mi hermana?

Desde ese día, me oculté en las sombras de otros, temiendo que la misma muerte que se llevó a mi hermana viniera a por mí.

De repente, comencé a notar que muchos de los niños empezaban a desaparecer. Nadie sabía a dónde se iban ni qué los arrebataba.

Y, tanto tú, querido lector, como yo, sabemos que nadie va a adoptar a un niño en medio de la madrugada.

Llevaba ocho años en ese infierno, con el miedo soplándome en la nuca cada noche, logrando que dormir, fuera imposible.

Una de las pocas noches en las que el sueño me atrapó, ocurrió lo que tanto temía. Alguien me cubrió la boca y me levantó en brazos, mientras otra persona lo seguía. Las risas divertidas de quienes me arrastraban resonaban en mis oídos, mientras luchaba en vano por liberarme.

Una vez en el baño, cerraron la puerta y encendieron la luz, que apenas iluminaba lo suficiente para evitar tropezar.

Eran dos de los niños mayores, esos que estaban bajo la protección de las monjas.

Durante mi tiempo en el orfanato, descubrí algo aterrador: las monjas vendían a los niños. No se trataba de adopciones, porque nadie que adopte a un niño lo metería en el maletero de un auto junto a otros tres. Recuerdo una vez en que una de las niñas fue vendida a un hombre grande y gordo. Antes de llevársela, el hombre se encerró con ella en una de las habitaciones. Media hora después, la niña salió temblando, con los ojos abiertos como si hubiera visto a un muerto

También, que esos niños más grandes que eran protegidos por las monjas, eran utilizados para saciar ciertas necesidades.

Lo supe, porque una vez me encerraron el cuarto de castigo, y la monja Gerga, una de las más viejas, y con mal aliento; olvidó que yo estaba encerrada allí. Pude ver por un espacio entre la puerta, como ella hacía cosas horribles con uno de los niños más grandes.

Y uno de esos niños, estaba frente a mí, encerrado en el baño conmigo.

Mis piernas empezaron a temblar. El corazón se me quería salir por el pecho, y en lo único que pensaba era: "¿Así fue cómo hicieron con Elisa?"

Los niños se abalanzaron sobre mí, y entre risas y empujones, me tiraron al suelo.

Empecé a gritar y a moverme tanto como pude, pero uno de ellos, me metio un trapo en la boca, y me sostuvo con fuerza. Mientras que el otro, trataba de quitarme el vestido delgado de color blanco.

—Solo levántale el vestido idiota —le ordenó uno al otro.

—Quiero verle los pechos —contestó.

Debido a la fuerza que hice, sentí cansancio y debilidad. Las as lágrimas brotaban de mis ojos hasta mis orejas. Mientras entre gritos ahogados, por el trapo en mi boca, pedia que me dejarán ir.

El muchacho, torpe y sin paciencia, me soltó las manos y se subió sobre mí, empujando a su compañero con fuerza.

—Mira como se hace —señaló, y empezó a besarme el cuello mientras levantaba el vestido por debajo de él.

Sentí una corriente de desesperación, asco y miedo recorrer mis adentros.

—Y los pechos, quiero ver los pechos —insistió.

El que estaba sobre mí, levantó el vestido hasta mi pecho y me miró con extrañes.

—Está plana —bufó

Notando su distracción, solo pude pensar en levantar una rodilla y golpearlo en la entrepierna, y así lo hice. Él se retorció de dolor y cayó a mi lado, mientras su rostro se ponía rojo y hacía una mueca extraña.

Me levanté y orrí para salir por la puerta, pero el otro niño la bloqueó. Entonces miré atrás y, vi la ventana.

"Una ventana, una salida" No pensé en qué tan abajo estaba el suelo

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"Una ventana, una salida" No pensé en qué tan abajo estaba el suelo. Ni si me rompería los huesos al caer; o quizás si iba a morir. Porque dentro de mí sabía, que prefería morir e ir con mi hermana, que dejar que esos animales me pusieran un dedo encima.

Corrí hasta el borde de la ventanilla y sin pensarlo...

Me lancé.

Emma en el bosque de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora