🍃Diecisiete hojas

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¡Diosa de las perlas!

—Sabe usted majestad, cuál es el poder de una ninfa de agua ¿verdad? —interrogó Aran, en un tono casi seductor.

La reina bufó y se cruzó de brazos.

—Por lo que veo, la combinación entre una Ninfa del bosque y una Araña mágica, no solo da la creación de un ser insignificante y errado, sino que también, es idiota —soltó ella—. Si no supiera qué poder tenemos las ninfas de agua, entonces sería yo una broma.

Aran soltó una risa burlona.

—Tiene toda la razón reina Aziom —asintió él —. Pero necesito dar un pequeño discurso como parte de mi entrada impactante.

Aran siendo Aran

Se aclaró la garganta y continuó:

—Es increíble como con susurros, ustedes son capaces de paralizar y adentrar a sus oponentes en las pesadillas más temibles. ¡Oh! ¡también pueden hacerse invisibles! Eso es maravilloso, Lastima que solo es posible por unos pocos minutos —Sonrió—. Aún así, sigue siendo sorprendente. Pues caer en los susurros de una ninfa de agua, y ver aquellas imágenes aterradoras, es sin duda inquietante...

—¿Estas dándome una charla de lo que sé? —expresó Aziom, la reina—Es una lastima que tu abuelo no pudo encontrarte unos años atrás. ¡Debió buscar hasta eliminarte!

Aran ignoró cada una de esas palabras y siguió con su discurso, aunque un amargo semblante cubrió su mirada:

—Es inquietante, aterrador, es molesto... pero, ¿saben qué cosa si estaría bien? Es algo que si o sí necesito ver. Y es la expresión que pondria una ninfa de agua al encontrarse cara a cara con su peor pesadilla.

Aran empezó a sacar las patas blancas de entre su pecho. Mientras una sonrisa ladeada era visible en su rostro.

—¿Y crees que le tengo miedo a un error con patas? No eres nada más que una arañita sola y asustada —resopló la reina.

—¡Madre, basta! —emitió Azumi.

—Déjamelo a mí, mamá. —Naom empuñó su espada y se posicionó frente a Aran.

Las guardianas rodearon a la reina.

—No, querida, a una sola y simple araña como yo, dudo que le tengan miedo... pero, ¿qué me dices si empiezan a aparecer doscientas, trescientas... —empezó a decir Aran, con la cabeza baja y la mirada puesta en los ojos de la reina—... o, quinientas?

La habitación empezó a llenarse de arañas negras, altas y horribles. Eran, simplemente eran ¡Dios mío! No, para qué les cuento, eso no puede ser explicado. No hay con qué comparar tanta fealdad.

Las ninfas empezaron a temblar, alguna de las lanzas cayeron al suelo. Gritos ahogados y el miedo casi palpable se reflejaba en sus miradas.

—¡Aran, no te atrevas ¿me oíste?! —Soltó Azumi, con la voz temblorosa.

La reina retrocedió unos pasos y susurró:

—¡Diosa de las perlas!

El lugar estaba negro de tantas arácnidas. Pero ninguna se acercaba a las ninfas, como si estuvieran esperando una señal emitida por Aran. Se veían inquietas.

Emma en el bosque de las bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora