XXXVII

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"Nos aterrorizan y aplastan las trivialidades, nos devora la nada"

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"Nos aterrorizan y aplastan las trivialidades, nos devora la nada"

— Charles Bukowski

Conducir por una calle solitaria a mitad de la noche porque tu vida y la de los demás corría peligro no es algo que alguna vez pienses que te pasará. Esto era tan surrealista que no podía creer que me pasase a mí. Debía tener una vida aburrida y gris, no una trágica.

Detuve el auto a un lado de la acera. La casa estaba a oscuras en la planta baja, pero con luces prendidas en la segunda. Alguien más habitaba este sitio. No iba a negar que el temor de que la historia de Laura se repitiera estaba ahí. Suspiré pesadamente.

Me bajé del auto dejando aseguradas las puertas, no apagué el motor, Maxwell no despertará aún. Caminé hasta llegar a la puerta, antes de siquiera tocarla esta se abrió dejando ver a un señor moreno de cabello oscuro y con algunas canas presentes. Sus ojos eran de color avellana con motes verdes, de su cuello colgaba unos lentes de lectura.

— Pasa niña, pueden vernos —miré hacia atrás para darle un último vistazo a Maxwell. Entré despacio, aún con dudas en la mente. ¿Quién en su sano juicio dejaría entrar a alguien con mi aspecto?

— ¿Sabe por qué estoy aquí? —El hombre asintió. Cerró la puerta y rebuscó en un pequeño cofre ubicado en la mesa auxiliar del recibidor.

Sacó un pequeño sobre, me lo extendió y lo tomé. A unos metros estaban dos niños y una mujer adulta, ella me observó con lástima mientras que los pequeños tenían la cabeza agachada. Saqué el papel del sobre, no era una carta, solo una nota.

Cuando sea el momento adecuado, una mujer joven te visitará, tengo fe en ello, déjala entrar y ayúdala. Solo así seremos libres.

Sara Collingwood

— Una mujer trajo ese sobre hace días, dijo que regresaría, pero no lo hizo. —Lo miré con preocupación. ¿Por qué no volviste, Sara?

— ¿Desde cuando vive en la propiedad? —pregunté. Arrugué el papel y lo dejé sobre la mesa. Me sorprendía que nadie se haya asustado por mi aspecto, ni siquiera los niños.

— Hace unos años, el señor Magnus Bathory nos la vendió. —Me sentía algo recelosa, hablaba de él como si fuera alguien común—. Él... Él es mi primo, mi nombre es Glenn Bathory.

Retrocedí impactada por su confesión.

— Puede confiar en mí, Magnus debe pagar por lo que hizo. —En lo más profundo le creía, de alguna forma sabía que no mentía—. También sé que no lo sabes y no puedo decírtelo, debes volver al instituto.

Bajar al infierno era inevitable después de tantos pecados ahogándome. Detrás de la mujer apareció quien menos me lo imaginé.

— Coraline —dije. Ella me miraba seria.

Paciente Cero |Terminada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora