Capitulo 6: La Horda del Sabueso

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La idea arriesgada de la mercenaria había funcionado: los esqueletos se habían disuelto y su polvo había pasado a ser parte de la luz dando pequeños reflejos hasta que caían en la laguna o eran llevados por el viento hasta otra parte.
El clérigo miraba por el acantilado sosteniendo a Rodwin, el muchacho quería lanzarse igual que Chiara para alcanzarla. Pero Darío no podía permitir que él hiciera algo tan arriesgado como eso. El mayor sabía que ella seguía con vida, la laguna no tenía rocas, era muy improbable que muriese, pero si era posible que tuviera heridas.

Rodwin sollozaba y sufría mientras intentaba zafarse de los brazos del clérigo. El sacerdote de tez oscura lo detuvo y lo miró a los ojos tomándolo por el rostro.

—Rodwin tranquilo, mantén la calma. Chiara sigue viva, puedo sentirlo. Esa laguna amortiguó su caída. Ahora debemos ir a buscarla.

Rodwin señaló devuelta al acantilado, ahí el licántropo enfocó su vista mirando y analizando lo que había allí debajo. Habían tiendas, era un campamento completo. Gente se movía de aquí para allá, en especial hombres. Las pocas mujeres que habían eran enfermeras o estaban limpiando ropas en la laguna donde Chiara había caído.

—...La encontrarán. Debemos ir ahora mismo.

Ahí el hombre tomó su forma de puma. Subió Rodwin a su lomo y le recomendó que se aferrase, debían bajar rápidamente esa colina. Entonces eso comenzó a hacer el sacerdote: trotar y galopar de una manera rapaz, lo más que pudiese.

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Por otro lado, en la laguna. Había un grupo de mujeres tranquilamente charlando mientras limpiaban las ropas de los hombres que pertenecían a ese ejército. Eran numerosas tropas, todas subdivididas en pelotones. Tenía mucho personal, bocas que alimentar y trabajo por hacer.
Eran unas cuatro damas, todas eran de la etnia ángel. En sí hermanas, una de ellas era pelirroja, otra rubia, morena y otra de tez pálida y cabellos marrones claros. Aprovechaban el hermoso tiempo del día para lavar rápido las ropas y que se secasen al sol.

—Debemos aprovechar que aún no es otoño, no sé cómo haremos para limpiar las ropas sin congelar nuestros dedos—Dijo la de cabellos marrones preocupada mientras se arrodillaba ante la orilla.

—Haremos lo mismo que todos los años Mia, deberemos cargar palanganas de agua y trabajar en las tiendas con cuidado de no mojar nuestras ropas. Talía no mojes tu vestido—Advirtió la pelirroja aleteando sus alas un poco hacia la morena.

—Sí, tendré cuidado...No será tan duro chicas. Lázaro es muy buen mozo con nosotras, no nos regaña por nuestro trabajo ya que sabe que lo hacemos bien—dijo la ángel de rasgos morenos.

—No me sorprendería que lo hiciese para aprovecharse de alguna de nosotras—Suspiró la rubia desinteresada—Solo hagámosle caso a Candela, mientras más cuidadosas seamos será mejor. Tendremos menos trabajo ya que no tendremos que limpiar—se refirió a la pelirroja.

Fue muy tarde para que se dieran cuenta las hermanas y un soldado cayó del acantilado directamente hacia la laguna, empapó a las mujeres con agua y las cuatro dieron un grito soprano casi unísono, llenas de miedo se alejaron de la laguna poniéndose de pie. Bastantes soldados se acercaron a ver que sucedía con tanto griterío que estaba ocurriendo.

—¿Qué sucede? ¿Alguién las atacó?

Preguntó un soldado semidemonio de tez violácea. Con él venían otros cinco más.

—¡Una persona a-acaba de caer a la l-laguna!—Dijo Amélie, la ángel rubia. Las cuatro se rehusaban a acercarse.

—¿Qué tal si está muerto? ¿¡Qué haremos!?—exclamó la dama Candela aterrada.

Metamaniac I: Profecía MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora