Capitulo 7: La Avaricia de un dios

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El cielo comenzaba a decaer lentamente, como si el mundo se cayera y comenzase a deshacerse sobre su propia superficie. Las pocas personas aún conscientes se hundían entre la desesperación y el pánico mientras eran sofocados con los tejidos y la sangre que una vez habían sido sus pasados camaradas. Ahora solo quedaban los restos de aquellos soldados.

Era un escenario tan tétrico y violento que costaba diferenciar si era una pesadilla o la cruel realidad. A pesar de la desesperación había que mantener la calma o el instinto natural de supervivencia se convertiría en lo que los llevaría a su propio final en agonía.

Había que seguir adelante, levantar la cabeza con firmeza y enfrentar aquella bestia que había aparecido si querían mantener sus vidas con ellos. La mercenaria a pesar de su brazo dañado y manos cortadas sostenía la espada con su fiel mano zurda. Sentía que nada podría detenerla, que haría todo con tal de salir con vida de aquella carnicería.

Lázaro estaba estático, nunca en todos sus años de servicio había visto tal monstruosidad frente a sus ojos, algo que estaba arrasando con sus tropas más rápido que la propia Horda del Sabueso, derrumbaba todo a su paso, dominaba a los mamíferos de una forma instantánea. En apenas minutos había construido una tropa eficaz y profesional de perros que mataban todo en su camino, determinados a servir a aquel desconocido monstruo que había aparecido hacía pocos minutos.

Él estaba presente, pero a la vez no. Las escenas audiovisuales de sus soldados en sufrimiento, como los destripaban y degollaban, lo tenían en trance. Tan perturbado que no podía mover ni el músculo más pequeño.

Así, a pesar de la defensa de la caballería, estaban llegando a la ubicación de nuestros protagonistas. Un perro blanquecino, con su mandíbula sucia de linfa y coágulos de sus soldados iba a lanzarse a la criatura luminosa, iba a por el premio grande: el líder de la caballería.

Sin embargo, fue rescatado de aquel ataque por el filo de la espada plateada, refinada y opaca que actuó justo a tiempo. Si tardaba apenas unas milésimas de segundo más, Lázaro sería otro cadáver de la matanza. La mercenaria de un corte horizontal superior atravesó al perro como manteca, de un simple corte lo partió en dos partes desiguales que cayeron sobre Lázaro. Chiara enfadada jaló de su capa y sacudió al hombre, de no haber sido por su brazo vendado le hubiese dado una bofetada.

—¡Despierta! Tenemos que defendernos. Ahora mismo.

Aquel tono de voz enfadado y serio lo hizo volver a la tierra, a apoyar los pies sobre el suelo. Abrió sus ojos, parpadeó un poco y su cuerpo dejó de sentir aquella temperatura de témpano.

—Nos están arrasando totalmente, no podemos hacer nada Chiara.

—Claro que podemos hacer algo, detener esa maldita cosa.

Exclamó la pelinegra apuntando con el filo de su espada a la abeja reina de aquel ejército indomable. A lo lejos Rodwin y Darío peleaban codo a codo con algunos hidalgos que se defendían asesinando a los perros, no importaba toda la educación que les habían aplicado, eran totalmente salvajes, más allá de lo normal. Un cuerpo de animal, pero mente de monstruo.

Darío estaba usando parte de su meditación para llevar al máximo sus encantamientos, así intentaba deshacerse de la mayor cantidad de enemigos posible. Pero no podía encargarse uno por uno, lo que pudo hacer fue intentar luchar contra el poder del rey desconocido de ese ejército, la bestia. Intentaba deshacer el control mental que tenía sobre los animales. Ahí fue cuando reconoció que sus poderes eran mucho más fuertes de lo que creían, no era un monstruo contra el que estaban combatiendo.

Rodwin daba fieles espadazos y estocadas, no había tenido un aprendizaje digno de un escudero, pero parecía que comprendía con todo lo que veía y con la pasada ayuda de Chiara. Era tan observador y detallista que había adaptado los movimientos de los caballeros, ejecutándolos de una manera perfecta, pero el miedo estaba en él por más de que peleara. Nunca había visto perros tan sádicos y menos matado uno. Sabía que si quería sobrevivir iba a tener que acabar con esas vidas cueste lo que cueste.

Metamaniac I: Profecía MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora