Apenas veinticuatro horas habían transcurrido desde que enviara a Yena a encontrarse con el ejército Belka a las puertas de Nihon, pero para Chaeyeon se sentía como si hubieran sido años. Quizá porque lo que más le preocupa, aun por encima del encuentro de Yena con el General Joon Kyung, era el regreso de Sakura a Nihon; a su país y a su familia.
Si hubiera podido hubiera implorado por la seguridad de su esposa, por la seguridad de su familia, por su bienestar. Pero ella había tenido una gran participación en el malestar de Sakura y los que la rodeaban. Y también en el suyo propio. Durante esas larguísimas horas en medio de la desigual batalla de resistencia, no podía sentarse y meditar, pero tampoco podía evitar darse cuenta de a donde les había llevado su terrible ceguera. Y su estupidez.
Habían resistido todos los embates durante el día a base de una fuerza voluntad férrea, el indiscutible valor y habilidad de los guerreros que la acompañaban y Chaeyeon tenía la esperanza de que después del atardecer, los intrusos se rindieran al menos durante la noche.
Pero no fue así.
Desde la caída de la noche hasta ya muy pasada la medianoche, los embates no se habían detenido.
No eran las cargas convencionales de un ejército en forma, sino, tal vez la Torre habría caído horas atrás, pero, aun así, con los limitados recursos con los que contaban, las oleadas inesperadas de ataques los obligaban a mantenerse constantemente en alerta continua.
Chaeyeon podía ver que los pocos hombres que tenía estaban hambrientos, heridos y agotados. Ella estaba hambrienta, herida y agotada. Pero no podía darse el lujo de demostrarlo.
—¡Se están replegando nuevamente! —gritó Sian a Chaeyeon en medio de las sombras. Cuando oscureció acordaron encender la menor cantidad posible de antorchas, apenas para que pudieran identificar a sus atacantes. Además, utilizando varios sacos con arena y yelmos de los caídos, creaban el efecto de tener más hombres de los que en realidad tenían.
Los monigotes no podían ayudar, pero al menos contribuían a desconcertar a los atacantes. Durante cada oleada, los hombres y monigotes de Chaeyeon se movían en la sombra a nuevas posiciones de defensa y ataque. Sian y Eunbi además de guerreras atendían las heridas lo mejor que podían y todo hombre que no estaba inconsciente o muerto peleaba o resistía, aun en medio del dolor.
Chaeyeon al igual que Sian y todos los que resistían en la torre estaban negros de humo y cubiertos de sudor pese al frío, de sangre seca y fresca a la vez, y heridos en mayor o menor gravedad.
—Tenemos al menos unos minutos antes de la siguiente, —dijo Chaeyeon mirando hacia los hombres que sobre el sólida y alta muralla que rodeaba la Torre, resistían con ella; nada en su porte indicaba que estuviera a punto de desplomarse, pero muy dentro de ella, solo la esperanza de que Sakura estuviera cada vez más y más lejos de ahí le ayudaba a resistir un minuto, un segundo más.
Eso y el hecho de que sus hombres la miraban a ella para sacar fuerza y esperanza.
Esa última era la más difícil de mantener para Chaeyeon.
Durante las últimas horas habían llegado oleada tras oleada de ataques, pero ningún aliado. No tenían noticias de Yoojin o Chaewon, o de ninguno de sus otros hombres de la guardia imperial. No tenían noticias de Chaeryeong o de Chaerin.
Irene de la Doctrina, preocupada por la gran sacerdotisa Seohyun, había pedido permiso a Chaeyeon para escurrirse fuera de la Torre e ir en su busca, prometiendo regresar tan pronto le fuera posible.
Pero tampoco lo había hecho aún.
Y ya faltaban algunas horas para el amanecer.
Durante esos breves minutos de respiro, Chaeyeon deseaba tumbarse en el piso y apoyar la cabeza al menos sobre la dura piedra del muro, pero no lo hizo. Se mantuvo firme y de pie, a cubierto de los ataques del exterior, pero todo el tiempo serena y alerta.
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Ahora y para siempre. (Chaekkura/Kkuchaen Ver.) [Adaptación]
FanfictionSus vidas se unieron por la fuerza. ¿Permanecerán juntas al final por algo más que el deber y la conveniencia? ¿O el destino terminará separándoles? La línea entre la guerra y la paz puede ser tan delgada como aquella entre el odio y el amor. Ésta...