PRÓLOGO.

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¡HOLA, MIS QUERIDOS LECTORES!

AQUÍ OS PRESENTO MI NUEVA HISTORIA. ME ENCANTA LLEVAR A CABO UN RETO NUEVO PARA MÍ. ASÍ QUE ESPERO QUE OS GUSTE TANTO O MÁS COMO LAS OTRAS.

POR FAVOR, DEJADME VUESTRAS OPINIONES EN LOS COMENTARIOS, PUES ASÍ PODRÉ VER QUÉ OS PARECE (:

CADA PALABRA ESTÁ ESCRITA CON MUCHO CARIÑO, ASÍ QUE ME ENCANTARÍA RECIBIR EL VUESTRO.

SIN MÁS, OS DEJO QUE DISFRUTÉIS DEL PRÓLOGO MÁS LARGO QUE HE ESCRITO HASTA AHORA...

OS QUIERO,

ANONY.


Érase una vez, en un país muy, muy lejano, rodeado por frondosas montañas verdes y gélidos lagos azules, vivía un príncipe con una belleza sin igual. Tanto era así que sus padres, los reyes, apenas le dejaban salir del palacio si no era en sus compañías, temerosos de que fuera capturado por algún que otro aldeano envidioso que quisiera vengarse de la monarquía o, simplemente, venderlo a los enemigos del reino.

El pobre niño tampoco podía jugar con los hijos de sus criados, pues estos estaban cansados de tratarle como alguien superior y, a pesar de las constantes amenazas del rey por ello, el príncipe nunca se lo llegó a contar a su padre, pues aunque los demás no quisieran trato alguno, él seguía con la esperanza de que algún día le aceptarían y tratarían como a uno más de ellos.

Un día, sus padres comenzaron a discutir sobre la disciplina tan dura a la que su único hijo era sometido. El príncipe, cansado de las innumerables disputas de estos, salió corriendo de palacio para jugar, aunque fuera solo, en su enorme jardín. Le encantaba pasear por él y contemplar las coloridas flores que lo decoraban en ocasiones como aquellas mientras que, cuando estaba de ánimo, se divertía escondiéndose entre los arbustos, imaginando que estaba en un campo de batalla y que luchaba por y para defender a su pueblo. A veces, le pedía al simpático joven que cuidaba el jardín, que fuera parte de su ejército, pero su compañía fue cesada al ser condenado por el rey, pues su labor no era jugar con el príncipe y no estaba dispuesto a pagarle el jornal, si es que lo hacía, por no realizar su trabajo. A pesar de las constantes súplicas de su hijo porque no lo hiciera, confesándole que todo había sido culpa suya, puesto que era él quien interrumpía la faena del joven, la opinión del rey no cambió.

Esto es por lo que, aquel día, durante la discusión de los reyes, el niño atravesó el jardín hasta llegar al final de este. Nunca había ido solo tan lejos, así que durante unos segundos, se planteó el volver o el seguir su camino, imaginando que descubría una tierra desconocida, la cual debía conquistar. Cogió del suelo una pequeña y fina rama caída de un árbol y simuló que era una bonita espada, zarandeándola de un lado a otro, como si los arbustos y rocas fuesen los enemigos a los que abatir. Sin darse cuenta, el príncipe se adentró demasiado en el bosque y, cuando fue consciente de ello, ya no sabía el camino de vuelta a casa. Asustado, se sentó en el suelo, pensando en la riña que su padre le iba a echar cuando consiguiera volver a palacio. El pobre no sabía que era lo que más miedo le daba, si pasar la noche en aquel desconocido lugar o volver al lado del rey.

Cuando el frío empezó a calar sus huesos, recogió las piernas y las rodeó con sus brazos. Estaba atardeciendo y comenzaba a tener hambre, pero no se iba a dignar a derramar ni una sola lágrima o, al menos, eso era lo que él quería pensar, pues la realidad fue otra.

—Quiero irme a casa... —sollozó con su boca pegada a sus rodillas.

—¡Hola! —saludó alegre una voz a sus espaldas.

El príncipe se giró sobresaltado a la par de asustado para mirar al dueño de dicha voz, cuando se encontró con un niño rubio, delgado y con ropajes polvorientos y algo rotos. Se puso rápidamente en pie, no sin antes coger de nuevo su palo, y trató de mirarle amenazante.

EL PRÍNCIPE DEL EGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora