—¿Acaso os importa? —respondí tratando de no evidenciar los nervios que empezaba a tener por sus sospechas.
—Por supuesto, soy parte de la guardia real —dio un par de pasos hasta mí—. Mi deber es protegeros, mi príncipe —dijo con cierto tono de sarcasmo.
—Vos mismo lo habéis dicho —fruncí el ceño—. Protegerme, no controlarme —pasé por su lado, dándole un pequeño empujón con mi hombro en el suyo.
—Tened cuidado, alteza —habló de nuevo una vez llegué a la puerta, haciendo que me girase levemente para mirarle—. No vayáis a meteros en líos —sonrió de lado.
Me quedé mirándole durante unos segundos hasta que hizo una muy falsa reverencia, y retomé mi camino hacia el interior de palacio.
Travis sabía muy bien lo privilegiado que era dentro de la guardia real, pues mi padre así se lo había hecho de notar durante todos aquellos años. Yo estaba completamente seguro de que si, en vez de yo, su hijo hubiera sido él, habría sido mucho más feliz o, al menos, se habría sentido más orgulloso de su heredero. Además, parecía como si Travis estuviera esperando cualquier oportunidad para acusarme ante el rey, así que tenía que tener cuidado con él. Le veía muy capaz de arrebatarme el trono y, siendo como era mi padre, seguramente ni importancia le habría dado a mi sustitución.
Aquella mañana, no me di mi tan habitual baño, pues debía de continuar mi mentira sobre el que había disfrutado la noche anterior, aunque en realidad fue Nikola quien lo hizo. Así que le ordené a Albert que, directamente, me vistiera.
—Os queda realmente bien este traje, alteza —comentó mientras me terminaba de poner la chaqueta de uno de mis trajes más nuevos. Tanto esta como el pantalón, eran de color verde oscuro, lo cual hacía que mis ojos resaltasen aún más de lo que ya lo hacían. La blusa era blanca, como casi todas, y las botas negras.
—¿Queréis decir que los demás no? —le pregunté a cosa hecha, sabiendo en el apuro que estaba metiendo a mi sirviente.
—Oh, por supuesto que no —negó con la cabeza—. Todos os sientan de maravilla —dijo mirándonos a ambos por el espejo enterizo del baño.
—Decidle a Lucie que cambie la ropa de cama —me giré una vez ya estuve listo y anduve hasta mi habitación.
—Ahora mismo se lo ordeno —asintió detrás mía—. Espero que hoy hayáis dormido mejor, señor —añadió observando mi cama.
—¿Por qué lo decís? —le miré extrañado.
—Veo que habéis abarcado todo el colchón hoy, no soléis moveros de vuestro lado —la señaló, haciendo referencia al espacio donde había dormido Nikola.
—Es porque no pude dormir por lo que me moví tanto —me excusé lo más ingenioso y rápido que pude. En aquel momento, agradecí enormemente el que mi amigo no se hubiera olvidado su sucia ropa en mi habitación.
—Siento oír eso, príncipe —contestó, cogiendo mi camisón para que lo lavaran.
—Marchaos, quiero estar a solas antes del desayuno —intenté no tartamudear, pues ver entre las sábanas el camisón que había utilizado Nikola, provocó que casi fuese imposible impedirlo. Menos mal que mi ropa de cama era blanca y se camuflaba con ella.
—Sí, alteza —hizo una reverencia y se volteó para caminar hasta la puerta y desaparecer por ella.
En cuanto la cerró, corrí hasta el lado donde había dormido mi amigo y cogí su camisón, mi camisón, maldiciendo mentalmente el descuido de ambos por dejarlo tirado y no haberlo guardado.
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EL PRÍNCIPE DEL EGO
أدب تاريخي{boyslove} Hace muchos, muchos años, existía un joven príncipe, el cual era amado por su tan brillante belleza a la vez que odiado por su tan ruin personalidad. Todos a su alrededor fueron creando el monstruo en el que se había convertido, haciéndol...