Capítulo 14.

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Me quedé pegado a los labios de Nikola durante un rato, en el cual el tiempo consiguió detenerse. Sólo podía sentir la calidez de su boca y lo cómoda que se sentía la mía junto a ella. Cuando un incesante cosquilleo azotó mi abdomen, fue entonces cuando reaccioné. Llevé mi mano desde su cintura hasta su espalda y le empujé aún más a mi cuerpo, comenzando así a mover con delicadeza mis labios sobre los suyos, aunque ganas no me faltasen para hacerlo con brusquedad. Nikola colocó sus dos manos sobre mi pelo y enredó sus dedos entre mis mechones, apretando el agarre cada vez que mi boca se entreabría para darle otro beso. Entonces, cuando de sus labios salió un pequeño jadeo, coloqué mi cuerpo encima del suyo y comencé a deslizar mis besos por su cuello, provocando que el rubio suspirase en mi oído, lo cual hizo que yo también lo hiciera en su cuello, entre beso y beso. Era una sensación tan placentera que no quería parar nunca, al contrario, deseaba cada vez más. Agarré el cuello de su camisa e intenté bajarlo lo máximo posible para poder deslizar mis labios por su pecho, pero al ver la dificultad que estaba teniendo, hice el amago de quitársela, pero Nikola puso sus manos en mis hombros, provocando que le mirase aturdido, ya que me encontraba lleno de pasión.

—Leo, parad, por favor —murmuró, aunque sus ojos pidiesen lo contrario.

—Lo siento... —fruncí el ceño al caer en la cuenta de lo que acababa de pasar—. No sé qué estaba haciendo —me dejé caer sentado en la cama, llevándome mis manos a la frente.

—No os disculpéis —contestó, imitando mi postura—. Pues yo soy igual de culpable que vos —puso su mano en mi espalda, haciendo que le mirase—. Sólo habéis cumplido mi deseo —me sonrió con ternura, provocando que fijara mis ojos en su boca, la cual estaba más enrojecida de lo normal.

—¿Vuestro deseo? —alcé una de mis cejas, dejando caer mis brazos sobre mis piernas.

—Así es —asintió, carcajeando levemente—. Deseaba besaros desde hace tiempo —colocó una mano sobre mi mejilla y comenzó a darle delicadas caricias con sus dedos—. Pero tenía miedo de vuestro rechazo, pues ambos sabemos que, lo que acabamos de hacer, es algo prohibido —clavó en mi mirada la suya afligida.

—¿Por qué? —giré un poco mi cuerpo para estar más frente a él.

—El amor entre dos hombres no es natural —se encogió de hombros, dejando caer su mano por mi cuello hasta mi pecho.

—Un príncipe nunca hace nada mal —respondí, agarrando ambas de sus muñecas—. Así que esto tampoco.

—Sois un príncipe especial... —intentó sonar como burla para así animar el ambiente.

—Algún día seré rey y lo natural será lo que yo dicte —endurecí el tono de mi voz, provocando que Nikola sonriera de lado.

—Vuestro reino os criticará —soltó un suspiro.

—Que lo hagan si les dejo pasar hambre, pero no por querer amaros —llevé mis manos hasta su cuello.

—Leo... —susurró, contemplando sorprendido mi rostro—. ¿Me amáis? —rio con suavidad de la misma confusión.

—Así creo que lo he hecho desde el día en el que os conocí —acerqué lentamente mi cara a la suya—. El besaros ha sido como una confesión de mis sentimientos ignorados, pues no entendía del todo lo que le ocurría a mi alma cada vez que os veía o tocaba —murmuré sobre sus labios—. Ahora sí lo sé —cerré mis ojos una vez pegué mi frente a la suya.

—Prometedme que nunca os separareis de mí —suplicó con la voz quebrada.

—Sólo la muerte será capaz de tan cruel acto —comencé a dar caricias por la piel de su cuello.

EL PRÍNCIPE DEL EGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora