Capítulo 8.

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—¿Cómo que su casco? —preguntó mi padre, notándosele en la voz como le estaba abordando la preocupación.

—Estaba a pocos metros de la fuente del jardín, mi señor —aclaró Alono, provocando que yo pudiese volver a respirar, pues eso significaba que no lo habían encontrado cerca de el escondite de Nikola y mío.

—Reunid a los soldados, ¡rápido! —elevó el tono de voz—. Quiero que todos busquéis a Travis y no descanséis hasta encontrarlo —le ordenó, señalándole con el índice y dedicándole una mirada llena de rabia y tristeza.

—Padre —le llamé lo menos nervioso que pude.

—¡Qué! —exclamó de mala manera, girando su cabeza hacia mí.

—Quisiera acompañar a la guardia en su búsqueda —me puse en pie, temblándome las piernas—. Me gustaría sentirme útil, además, conozco a Travis desde que tan sólo éramos unos niños —simulé tono de pena. No era fingida, pues aunque yo supiera dónde se encontraba, seguía sintiéndome mal por lo que había hecho y por el sufrimiento que le estaba ocasionando a aquella madre. Bueno y, en ese momento, a mi padre también. No quería ser hipócrita ni mala persona, pero necesitaba acompañar a los soldados para encargarme de que no lo encontraban y desviarlos del camino correcto.

—Bien, hijo —el rey se acercó a mí y puso su mano en mi pelo—. Hacéis que me sienta orgulloso —dijo con sus ojos algo aguados, lo cual me extrañó bastante. 

—Príncipe, encontradle, por favor —me suplicó Henna con la voz rota, a lo que yo asentí con la cabeza.

—Alono, ordenad que ensillen mi caballo —endurecí el tono de mi voz.

—Sí, alteza —hizo una reverencia y se volteó para salir por la puerta que daba a los pasillos del recibidor principal.

—Tened cuidado, Leone —comentó mi madre mirándome con una cálida sonrisa.

Sin decir nada más, pues la vergüenza que sentía en aquellos momentos por mí mismo no me dejaba, comencé a caminar para ir hacia la parte trasera de palacio y dirigirme hacia la caballeriza. Una vez ya montado a lomos de Apolo, estaba realmente aterrorizado por si descubrían el cuerpo calcinado de Travis. Obviamente, nadie iba a averiguar que yo había sido el responsable de su muerte, pero no quería si quiera que se supiera de su fallecimiento, pues sabiendo cómo se encontraba mi padre, estaba seguro de que movería cielo y tierra para encontrar al culpable, y eso no me convenía a mí y, mucho menos, a Nikola.

"Ay, Niko, por algún motivo u otro, nuestros encuentros siempre son maldecidos" pensé mientras miraba al cielo, esperando a que el resto de  soldados estuvieran en formación, la cual liderábamos Alono y yo.

—Alteza, estamos listos —anunció el general, haciendo que despertarse de mis pensamientos.

—Ah, sí —negué suavemente con mi cabeza—. Ayudadme a guiar, Alono —le pedí intentando sonar lo menos desesperado posible—. Es la primera vez que lidero una expedición —murmuré con la boca pequeña, provocando que el general me sonriera tiernamente.

—Por supuesto, mi príncipe —me guiñó un ojo—. Anunciaré los movimientos en vuestro nombre, si me lo permitís —puso una mano en su pecho.

—Es lo que os he ordenado que hagáis —fruncí el ceño tratando de no sonrojarme, pues me parecía bochornoso el que me tuvieran que ayudar a una cosa tan simple, y comencé a trotar hacia delante, dejando al resto atrás.

—¡En marcha! —le escuché gritar a Alono y, segundos después, todos los caballos comenzaron a pisar con fuerza.

Tras unas horas de búsquedas, en las cuales yo intenté alejar lo máximo posible a mis hombres del lugar exacto donde Travis había sido quemado y enterrado, algunos soldados se dirigieron a la ciudad para ver si alguien sabía algo sobre él o, al menos, lo habían visto en las últimas horas. Yo, obviamente, sabía que era en vano, pero les ordené que lo hicieran, así mi interpretación sería digna de una aclamación.

EL PRÍNCIPE DEL EGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora