Capítulo 21.

1.5K 331 129
                                    

—Eso significa que no soy rey legítimo —murmuré aún impactado con tanta información de golpe.

—Hijo —mi madre colocó sus manos en mi cara para girármela hacia ella—. Aunque no tengáis sangre real, que no os quepa duda que seréis mejor rey que él —clavó sus ojos en los míos para transmitirme con ellos cuán verdad había en sus palabras.

—Pero, madre, Travis era el verdadero heredero al trono —puse mis manos sobre las suyas.

—Doy gracias a Dios porque así no sea —soltó un suave suspiro—. Ese niño llevaba la sangre del rey, es por eso que habría sido igual o más cruel que él —dio caricias en mi piel con sus pulgares—. En cambio, vos, hijo mío... —me sonrió con ternura—. Aunque el rey os haya querido llevar por su mismo camino, vuestro corazón es noble y vuestros sentimientos son bonitos y buenos —dejó caer sus manos hasta mis hombros—. Como lo eran los de vuestro padre —su voz se quebró.

—Neleo... —susurré, viendo cómo sus ojos volvían a aguarse—. Madre, ¿qué se supone que debo hacer ahora? —fruncí el ceño.

—Rescataréis a vuestro amigo —se puso en pie, provocando que le mirase extrañado por sus palabras—. Yo os ayudaré a salir de aquí —comenzó a caminar hacia la puerta—. Esperad en el balcón hasta que me veáis pasar, entonces saldréis por vuestro pasadizo, yo entretendré a los guardias que custodian la puerta —me sonrió y, una vez yo asentí, la abrió y se marchó.

Tal y como me dijo mi madre, salí al balcón y esperé a que ella pasara por debajo de este y fuera hasta la puerta trasera que daba a los jardines de palacio. Una vez la vi y ella misma me hizo una señal de que todo iba bien, me fui hacia la puerta del pasadizo. Entré en él y bajé las escaleras con el máximo sigilo posible, pues no me fiaba de que hubiera alguien vigilando allí dentro también. Para mi suerte, no fue así. Una vez bajé el último escalón, escuché cómo mi madre entretenía a los guardias, diciéndoles que necesitaba ayuda de ellos para mover un cuadro. Los soldados, algo reacios a la petición de la reina, se excusaron con que debían permanecer en sus puestos, pero mi madre tomó su papel y les dijo que se trataba de una orden, que quiénes se creían para no obedecer a la reina. Los guardias, como era obvio, fueron tras ella. Unos segundos más tarde, cuando ya no escuchaba ni si quiera un paso, salí por la puerta y, al comprobar que no había nadie cerca, corrí por frente al jardín real hacia la parte más escondida de palacio; las mazmorras. Iba a toda velocidad hasta que me choqué contra un cuerpo.

—Oh, lo siento —se disculpó una joven nada más nos separamos—. ¡Alteza! —exclamó al ver que se trataba de mí.

—Mara —murmuré una vez comprobé de quién se trataba.

—Estáis bien —dijo sorprendida a la vez que alegre.

—Bajad la voz —me acerqué a ella y puse mi índice sobre sus labios—. Voy a ir a por Nikola, pero necesito vuestra ayuda —susurré a la vez que cogía sus hombros y empujaba delicadamente su cuerpo para ocultarnos tras un muro.

—Claro, mi príncipe —asintió con firmeza—. ¿Qué debo hacer? —me miró seria y, por primera vez, sin vergüenza alguna.

—Inventaos cualquier excusa para entretener al guardia de la puerta —expliqué a la vez que miraba con cuidado hacia la puerta por la que se entraba a los pasadizos de las mazmorras.

—¿Qué puedo inventar, mi señor? —preguntó esa vez más nerviosa.

—No lo sé, pensad —fijé mi mirada en la suya—. Sois hermosa, estoy seguro de que no os será difícil que el soldado os haga caso —fruncí el ceño.

—¿Lo soy? —tartamudeó comenzando a ruborizarse.

—Si os lo digo es porque es verdad —rodé los ojos—. Un príncipe nunca miente —suspiré.

EL PRÍNCIPE DEL EGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora