Capítulo 5.

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—Esperadme aquí —susurré sin caer en la cuenta de que, evidentemente, Nikola no iba a ir a ningún lado.

Salí corriendo de nuestro escondite y recorrí el jardín hasta llegar a uno de los guardias que estaban patrullando por la parte trasera de palacio.

—Alteza, ¿qué ocurre? —preguntó preocupado al ver cómo me paré frente a él, con la respiración entrecortada.

—Debéis venir conmigo, os necesito —respondí una vez recuperé oxígeno y dejé de apoyar mis manos en mis rodillas—. Pero prometedme que guardaréis el secreto —le miré serio a los ojos.

—Como ordenéis, mi señor —asintió con firmeza, aunque podía notar lo confuso que estaba.

—Venid —le ordené y me volteé para volver hacia donde Nikola se encontraba.

Una vez allí, el guardia se sorprendió de ver a un campesino en palacio, pero en cuanto le expliqué quién era y lo que quería que hiciese, este obedeció sin rechistar. Llevó a Nikola hasta mi habitación con cuidado de no ser visto por nadie.

—Este será el pago por vuestro silencio —puse unas monedas de oro en su mano después de que dejara a mi amigo sobre mi cama.

—Gracias, mi alteza —hizo una reverencia—. Me llevaré este secreto a la tumba —se guardó las monedas y se golpeó el pecho con su mano hecha un puño.

—Más os vale, pues si osáis revelarlo, iréis directamente a ella —le señalé con mi índice—. Podéis iros —abrí la puerta de mi habitación y, nada más asintió, se volteó para marcharse.

Cuando la cerré con seguro, corrí hacia mi cama y me senté en ella, junto al cuerpo de Nikola.

—Niko, despertad —murmuré, dándole un par de palmadas en su cara—. Niko... —iba a volver a insistir, pero el atronador sonido de sus tripas hicieron que yo callase—. Entiendo —fruncí el ceño, llevando mi mirada hacia su abdomen.

Me levanté de nuevo y salí de mi habitación para bajar hasta la cocina, donde se encontraban varias cocineras y sirvientes, los cuales se extrañaron a más no poder de verme allí.

—¿Necesitáis algo, alteza? —preguntó Cloth, la cocinera que llevaba más tiempo trabajando en palacio.

—Dadme comida —contesté serio, pues no quería que notasen mi nerviosismo por el malestar de mi amigo.

—Pero, señor, pronto estará la cena —respondió ella en un tono preocupado.

—He dicho que me deis comida, ¿qué parte no comprendéis? —gruñí fruto de la desesperación que estaba comenzando a sentir.

—Sí, mi príncipe —asintió y se giró para ordenarle a dos de las sirvientas que preparasen algún plato.

—Quiero algo que llene el estómago —seguí hablando mientras veía cómo estas buscaban entre la variedad de alimentos—. Y que sea rápido —añadí de mala manera para que no se entretuvieran en cocinar nada.

—¿Os parece bien esto, alteza? —preguntó Cloth entregándome un plato con el estofado que acababan de preparar para la cena.

—Pan —dije sin dejar de mirar el plato—. Necesito un poco de pan —levanté mis ojos hacia los de ella.

—Aquí tenéis, mi señor —murmuró la sirvienta más joven sin ni si quiera atreverse a mirarme la cara—. Están recién horneados —me dio dos bollos de pan envueltos en una servilleta de tela.

—Os ordeno guardar silencio —miré a Cloth, aunque en realidad me estaba dirigiendo a todos—. Cuando esté todo listo, bajaré a cenar junto a mis padres como si nada hubiese pasado, ¿me habéis entendido? —endurecí el tono de mi voz, a lo que todos asintieron sin dudar ni un segundo.

EL PRÍNCIPE DEL EGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora