Capítulo 23.

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—Alteza, decid algo —volvió a hablar Alono al ver que yo me había quedado inmóvil, pues las palabras de Nikola me habían hecho caer en la cuenta del peso que tenía sobre mis hombros.

—¿Leo? —susurró mi amigo aún con mis brazos sosteniéndole.

—Soy rey —murmuré con mis ojos puestos en el cuerpo del que fue mi padre.

Entonces, los dos guardias se colocaron frente a mí, hincharon una de sus rodillas en el suelo y, tras llevarse una mano al pecho, inclinaron su cabeza hacia delante.

—Nos llevaremos este secreto a la tumba —dijo uno de ellos con su mirada puesta en mis zapatos, al igual que lo estaba haciendo su compañero.

—Sois nuestro rey, sois nuestra única ley —le siguió el otro, haciendo que llevase mi mirada hacia él.

—¡Leone! —exclamó la voz de mi madre.

Me giré para ver de dónde venía y vi cómo corría desesperada en nuestra dirección. Conforme se acercó, vio el cuerpo de su esposo fallecido tirado en el suelo. Fue ahí cuando al fin reaccioné y asimilé todo lo que había ocurrido.

—Madre —tartamudeé muerto de nervios—. Lo siento... —sollocé a la vez que Alono agarraba el cuerpo de Nikola para dejar que yo fuera hasta la reina.

—Hijo —agarró mis mejillas con sus manos y clavó sus ojos en los míos.

—No... no... no... —intenté explicarme, pero las palabras se negaban a salir de mi boca.

—Habéis hecho lo correcto —me sonrió y, sin esperas, se abrazó a mi cuello, pegando con fuerza mi cuerpo al suyo—. Habéis puesto fin a su tiranía y, con ello, habéis salvado a todo Nargon —murmuró sobre mi oído y soltó un suspiro de alivio.

Seguía sin poder hablar, así que me limité a mantenerme aferrado a su cintura y, por fin, desahogué mi llanto en su hombro mientras mi madre me daba caricias de consuelo en el pelo.

—Mi reina —intervino Alono, haciendo que nos separásemos lentamente para mirarle.

Yo, automáticamente, me fijé en Nikola, quien se mantenía abrazado a uno de los brazos del general y me sonreía levemente con todo el orgullo que una persona podía manifestar.

—He sido yo quien le ha dado muerte al rey —confesó con valentía.

—¿Quién mejor para tal cometido? —contestó mi madre en un tono nostálgico, mirando con complicidad al general.

—Guardias —les llamó este girándose para mirarles—. Id a descansar tras tan dura noche, mañana despertaréis con el canto del gallo y os reuniréis conmigo para establecer un acuerdo de lo ocurrido, ¿entendido? —habló serio, llenándome de un respeto por él, el cual nunca había sentido por el rey.

—Sí, mi general —respondió uno de ellos por los dos. Hicieron una reverencia hacia la reina y hacia mí y se marcharon en dirección a la parte de palacio en la que dormía la guardia real.

—Espero que al fin descanséis en paz, mi reina —dijo Alono agarrando delicadamente una mano de mi madre para besar el dorso de esta.

—Y vos también —le sonrió con dulzura.

—No entiendo nada —murmuré con el ceño fruncido.

—Venid, hijo —mi madre se agarró a mi brazo y tiró sutilmente de él hasta que llegamos a unos bancos que había cerca de los jardines, siendo seguidos por el general y Nikola.

—¿Qué ocurre? —pregunté extrañado por tanto misterio.

—Alono es el hermano pequeño de vuestro padre —confesó sin ningún tipo de tapujos, pues mi mirada le reclamaba con desesperación una respuesta inmediata—. Es vuestro tío —me sonrió a la vez que agarraba una de mis manos con las suyas.

EL PRÍNCIPE DEL EGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora