Capítulo 9.

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Comencé a removerme, preso del agobio de no poder respirar, hasta que agarré el brazo de quien fuera que lo estuviera haciendo y pude inhalar aire.

-Leo, tranquilizaos, soy yo -susurró una voz, la cual su dueño acercó su rostro al mío, dejándome así apreciar de quién se trataba, gracias a la luz de la luna.

-¿Niko? -fruncí el ceño, incorporándome rápidamente hasta quedar sentado-. ¿Qué hacéis aquí? -alcé un poco el tono de mi voz.

-Sh... -puso de nuevo su mano en mi boca-. No habléis tan alto -soltó una risa suave.

-¿Qué hacéis aquí? -repetí esa vez en un murmuro.

-No podía estar más tiempo sin veros -se dejó caer sentado al lado de mi cuerpo en la cama.

-Pero lo que habéis hecho es muy arriesgado -me acomodé bien hasta que mi espalda se apoyó en el cabecero-. Si os ordené que no os acercarais a palacio, fue por un motivo -solté un suspiro.

-Lo sé y siento desobedeceros -giró su cuerpo para que quedara frente al mío y así poder mirarme mejor-. Pero, si no venía, iba a morir de tristeza de todos modos -hizo una mueca con su boca.

-Sois demasiado temerario -intenté decir serio, pero la sonrisa que amenazaba con formase en mis labios me delató.

-No es nada nuevo -se encogió simpático de hombros.

Mi cuerpo, tras varios días, al fin se sentía tranquilo, relajado de cualquier tipo de amenaza, y todo gracias a la simple presencia de Nikola. Sin poder evitarlo, me incliné hacia él y rodeé su cuello con mis brazos para pegar su pecho al mío.

-¿Os ocurre algo? -preguntó en mi oído al notar cómo yo enterraba mi cara en su hombro.

-Ya no -susurré con la voz algo quebrada a la vez que negaba levemente con mi cabeza.

-Si no os importa, me tomaré este gesto como respuesta a mi carta -carcajeó con suavidad, llevando su mano hasta mi pelo y, la otra, a mi espalda, en la cual empezó a dar caricias.

-Oléis peor que la última vez que os vi -me burlé sin aún separar mi cara de su hombro, pues aunque mis palabras eran sinceras, la verdad era que su olor no me importaba en absoluto. Nunca lo había hecho y, en ese instante, mucho menos.

-Gracias, mi príncipe -rio al escucharme y soltó un suspiro cuando dejó de hacerlo-. Ojalá pudiese quedarme con vos toda la noche -comentó conforme me iba separando de él.

-Podéis -fijé mi mirada en la suya.

-Leo, soy temerario, no estúpido -frunció el ceño extrañado.

-No me refiero a esta noche -puse mis manos sobre sus hombros-. Mis padres saldrán de viaje mañana, estaré durante más de una semana solo en palacio... -conforme iban saliendo palabras de mi boca, mi sonrisa se iba ensanchando, pues la idea que se me acababa de ocurrir era lo mejor del mundo.

-¿Os dejan solo? -preguntó con una expresión de sorpresa, pues sabía lo protectores que siempre habían sido conmigo.

-Sí, quieren que empiece a hacerme un hombre -negué con la cabeza al notar cómo iba cambiando el tema-. Lo que quiero decir, es que viváis conmigo en palacio durante la ausencia de los reyes -clavé mi pupila en la suya.

-¿Qué? -abrió sus ojos de par en par-. ¿Os habéis vuelto loco? -se alarmó.

-Si sigo sin poder veros, seguramente lo haré -entristecí mi rostro al ver su reacción.

-Es muy arriesgado, ¿y si descubren quién soy? -agarró mis brazos para quitar mis manos de sus hombros-. Además, no puedo, tengo que cuidar de mi padre y el huerto.

EL PRÍNCIPE DEL EGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora