Capítulo 7.

2K 363 279
                                    

—Leo... —tartamudeó Nikola nervioso.

Me había quedado en shock. Había actuado por pura inercia, sin pensar si quiera en las consecuencias. Mi cuerpo había reaccionado automáticamente en defensa de Nikola, pues mi cabeza se había llenado de ideas desagradables de lo que le podría ocurrir si mi padre hubiese sabido de su existencia, de nuestra amistad.

—Niko —me giré para mirarle con los ojos abiertos de par en par—. ¿Qué he hecho? —notaba cómo se iban aguando a la vez que se formaba un nudo en mi garganta.

—Me habéis defendido —respondió al ver mi rostro lleno de preocupación o, mejor dicho, miedo—. No voy a deciros que no es terrible, pero si no hubiérais llegado a hacerlo, habría sido yo en su lugar —se acercó a mí y puso sus dos manos en mis mejillas.

—Eso nunca —mi voz se quebró una vez fijé mis ojos en los suyos.

—No os preocupéis, yo os ayudaré —simuló una sonrisa, aunque yo sabía que estaba igual de nervioso que yo—. Gracias a estos enormes arbustos, nadie ha visto tan trágico suceso, así que será nuestro secreto, ¿entendido? —limpió con su pulgar una lágrima que cayó de uno de mis ojos.

—Pero el cuerpo... —tartamudeé en un murmuro.

—Lo esconderemos en el bosque —bajó sus manos hasta que una de ellas llegó a la mía, la cual seguía empuñando la daga. Nikola la cogió y limpió la sangre con la tela de la blusa de Travis—. No sois culpable de nada —la metió de nuevo por mi cinturón—. Al fin y al cabo, siempre decís que un príncipe nunca se equivoca, ¿verdad? —soltó una leve carcajada para que yo destensara mi cuerpo y, quizás, para también hacerlo con el suyo.

—Le he matado —susurré sin poder aguantar más las lágrimas, pero sin llegar al llanto—. Soy un asesino.

—Para mí sois mi salvador —rodeó mi cuello con sus brazos, otorgándome entonces la tranquilidad que tanto necesitaba en aquel momento, aunque mi cuerpo siguera sin reaccionar—. Ocultémosle antes de que sea demasiado tarde —dijo una vez se separó, a lo que yo asentí.

Nikola agarró el cuerpo de Travis por debajo de sus axilas mientras yo lo hacía de sus piernas. Caminamos durante unos minutos hasta que el rubio me indicó que ya estábamos lo suficiente adentrados en el bosque.

—¿Qué hacéis? —pregunté confuso al ver cómo se arrodillaba y empezaba a cavar en la arena con sus manos.

—Depositaremos el cuerpo aquí —contestó sin mirarme si quiera, pues no dejó de quitar tierra—. Después, lo quemaremos.

—No tenemos fuego —fruncí el ceño.

—Leo, soy un campesino, sé hacer fuego —carcajeó, girando su cabeza para mirarme.

—¿Os ayudo? —di un par de pasos hacia él, pero alzó su brazo en mi dirección.

—No os preocupéis, no podéis llegar sucio a palacio —me sonrió con amabilidad—. Sería sospechoso —continuó cavando.

—Pero me siento inútil sin hacer nada —me crucé de brazos, mirando a mi alrededor por si aparecía alguien.

—No lo sois —colocó su espalda recta una vez hizo el hoyo lo suficientemente grande y soltó un suspiro—. Hoy me habéis salvado la vida —secó el sudor de su frente con la manga de su camisa.

—Y he arrebatado otra —miré hacia el cuerpo de Travis.

—No os castiguéis —se puso en pie y anduvo hasta mí—. Pues me cambiaría por él si eso os hiciera sentir mejor —acarició la yema de mis dedos con la de los suyos.

EL PRÍNCIPE DEL EGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora