Capítulo 13.

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Al día siguiente, nada más terminamos el almuerzo, le anuncié a mis sirvientes que estaría ocupado y que me molestaran en lo menos posible. La realidad era que iba a intentar escapar de palacio con Nikola. Los nervios no cesaban en mi estómago, pues la adrenalina de romper las normas que yo tenía establecidas, ocasionaba que mi interior no parara de ser sacudido de arriba abajo, una y otra vez. Le ordené a Mara que preparase una buena cesta con comida que llevara la suficiente cantidad para el padre de Nikola y para nosotros, y que le pidiera a Lero las medicinas. Mientras, el rubio y yo preparábamos la ropa que íbamos a ponernos para huir. Esa vez, iba a ser yo quien cambiara, pues no podía presentarme en el reino con mis habituales ropajes, ya que si lo hubiera hecho, me habrían reconocido de inmediato y, seguramente, mi vida habría corrido peligro. Aunque una de las cosas que más me preocupaban, era mi rostro. No sabía bien cómo iba a ocultarlo, pues ni si quiera vestido de plebeyo se disimulaba su esplendor. Menos mal que Nikola tuvo una idea y, a pesar de que no me hizo mucha gracia en un principio, no tuve más remedio que aceptarla.

Una vez todo preparado, simulamos pasear tranquilamente por los jardines hasta que llegamos a nuestro escondite de siempre. Allí nos quitamos mis trajes, los cuales guardamos en el fondo de la cesta, y nos pusimos la ropa que Nikola había traído hacía unos días en su bolsa de tela.

-Cielos santo, ¿cómo podéis llevar tan incómodos ropajes? -pregunté una vez me puse el pantalón.

-Mientras abrigue, está bien -contestó el rubio dándome una camisa.

-Pero es tan áspero... -la desdoblé, mirándola de arriba abajo.

-Dadme una pastilla de jabón de las vuestras y seguro que se vuelve tan suave como vuestra piel -respondió entre risas, provocando que yo rodase los ojos.

-Lo haré -le saqué la lengua en forma de burla. Una vez me puse la camisa, la cual abrigaba más de lo que yo imaginaba, me quedé parado y cruzado de brazos.

-Estáis muy extraño -carcajeó mirándome-. Pero vuestra belleza sigue sin menguar... -se acercó a mí hasta quedarse a escasos centímetros y dio una caricia en mi mejilla.

-¿Qué hago pues? -suspiré.

Entonces, Nikola se agachó y, sin darme tiempo si quiera a mirar lo que estaba haciendo, colocó sus dos manos sobre mi cara y esparció algo pringoso por ella.

-Ya estáis -rio una vez se separó-. La única manera de ocultar vuestra belleza es tapándola -se encogió divertido de hombros.

-¿Qué? -murmuré, llevando una mano hacia mi mejilla para comprobar qué era lo que tenía en ella. De barro se trataba-. Es repugnante -hice una mueca de asco con la boca.

-Lo sé -quitó un poco de él de mis facciones, pues si no iba a llamar la atención de todos modos-. Es la hora, mi príncipe -me miró a los ojos y dejó sus manos apoyadas en mi cuello hasta que yo asentí con firmeza y nos encaminamos en nuestra huida.

A poco menos de media hora, ya nos habíamos alejado de palacio. Yo no me podía creer que al fin lo había conseguido. Lo que tantos años llevaba ansiando, por fin era mío; una pizca de libertad.

Comenzamos nuestro camino hacia el pueblo, en el cual nos íbamos cruzando con personas que ni cuenta se daban de mi presencia. Aquello era algo extraño a la par que curioso y tranquilizador. De todos modos, Nikola no me quitaba el ojo de encima, pues sabía bien que yo, en esos momentos, era como un enano en un mundo de gigantes. Conforme más nos acercábamos, a mi cuerpo empezó a invadirlo sentimientos no muy agradables, pues contemplar la pobreza que a mi reino desolaba no fue plato de buen gusto. Veía a gente tirada por las calles, pidiendo limosnas. Algunos mendigos estaban enfermos mientras que, otros, simplemente no tenían un techo bajo el que dormir. Además de el mal olor que inundaba de vez en cuando mis fosas nasales, tanto que hasta quise vomitar en varias ocasiones, pero Nikola me dio el consejo de que respirase por la boca y así lo hice hasta que nos alejamos del pueblo y llegamos a los campos de cultivo. Nunca habría creído que llegase a pensar eso, pero el olor a estiércol era mucho mejor.

EL PRÍNCIPE DEL EGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora